Grandes viajes
Katmandú, descubriendo estampas de la vida en Nepal

Las cumbres del Himalaya dominan este país de gentes sonrientes y acogedor de todos los dioses de Asia. Katmandú, ya muy recuperada del terremoto del pasado mes de abril, mantiene su exótico magnetismo. Francisco Po Egea
Llega el viajero al aeropuerto de Katmandú, en su séptimo viaje a este país que adora, con una preocupación en la frente y una cierta angustia apretujada entre los músculos cardíacos. Han transcurrido cinco meses después del terremoto y se pregunta y teme lo que va a encontrar. Su primera visita, obligada, es a la Plaza Real. Su andadura por las calles en perpetua animación, sin tristezas ni dramatismos, tal y como las recuerda, entre templos, mercados callejeros y tiendas de recuerdos, donde apenas se aprecian algunos daños, le llenan de esperanza. Pero ésta se desvanece al desembocar frente a las fachadas del antiguo Palacio Real. Una desmoronada, otras apuntaladas. Prohibido acercarse.
Enfrente, en el palacio de la Kumari, en cambio, apenas unos ligeros andamios señalan algún daño. Ya en el patio, rodeado de ventanas labradas, tras llamar la atención de la cuidadora y un rato de espera, una princesita muy maquillada y engalanada aparece unos instantes en el mirador. Se trata de la niña-diosa viviente de Katmandú. Adorada como una encarnación de la diosa hindú Durga, la Kumari es seleccionada a la edad de cinco años, por su belleza y coraje, entre las familias newares (una etnia budista) de la capital: una muestra del sincretismo religioso de los nepaleses. Solo sale de su casa, sobre un palanquín, para presidir las grandes fiestas religiosas.
Su condición de diosa se extiende hasta su primera menstruación, pues en ella muestra que es humana. A partir de entonces su vida no será fácil. Tendrá que volver a aprender a andar –antes, como diosa, era siempre llevada en volandas–, a mezclarse con otros niños en la escuela y a ayudar en las tareas del hogar. También le será difícil encontrar marido, pues ¿quién quiere una esposa acostumbrada a que la sirvan?
En la Plaza Real, de ambiente medieval e impreciso perímetro, se encuentran reunidas algunas de las innumerables maravillas arquitectónicas del valle de Nepal. Fachadas de ladrillo rojo, ventanas y miradores de madera oscura trabajadas al límite de la voluta y la forma, estatuas de animales mitológicos; aleros sostenidos por diosas de pechos henchidos, tres cabezas y siete pares de brazos, o por parejas o tríos en atrevidas posiciones amatorias, fruto de una desenfadada exégesis de los métodos de procreación; templos de tejados superpuestos coronados por pináculos dorados, banderolas y campanas.
Queda la mayor parte de ello, pero se nota más lo que ha desaparecido. Shiva y su consorte Párvati continúan asomados a una de las labradas ventanas de su casa-templo, pero si antes contemplan benevolentes y curiosos la animación de la plaza, ahora sus miradas parecen perdidas en la incomprensión de lo sucedido. La gran estatua de bronce de Garuda, el dios alado, se mantiene incólume en su pedestal, pero su templo pagoda adyacente ha desparecido. Al igual que el Kastmandap, un templo abierto, construido con la madera de un solo árbol y del que viene el nombre de Katmandú. El grupo de ascéticos shadus que se alojaban en él ha buscado refugio en un templo vecino para seguir fumando su shilom, y el olor dulzón del hachís perfuma el ambiente.
Hanuman, el dios-mono, cubierto con un manto rojo, continúa protegiendo, junto a un soldado armado de un rifle decimonónico, la entrada del Palacio Real, pero ahora está semioculto por las vigas que sostienen la fachada. También reencontramos la imagen gigante, negra y aterradora de Bairava, una forma de Shiva, y a la corte de mujeres y hombres que vienen a ofrecerle puñados de arroz y guirnaldas de flores a cambio de recoger, llevándose la mano a la frente, sus efluvios beneficiosos.
Desde tiempos remotos, los nepaleses aceptaron, sin distinciones, a todos los dioses llegados de India, de Tíbet o de las ingenuas creencias primitivas. Ejemplo de convivencia y tolerancia, durante milenios se han dedicado a adorarlos, festejarlos e inventar arquitecturas para sus templos. Se dice que la pagoda fue creada aquí y exportada a China.
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Búfalos con pizzas de arroz Se comen en los bares locales con raksi, alcohol de arroz, o chang cerveza tibetana de arroz: dal bhat, arroz blanco con lentejas, verduras en curry y variantes en vinagre; buffalo sekuwa, especias y chiles en curry de búfalo, similar a un pincho moruno; chataamari, pizza de harina de arroz con carne, verduras y un huevo frito, y bara, tortitas de lentejas. Tampoco faltan locales de cocina occidental.
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Las otras dos antiguas capitales de Nepal, Patan y Bhaktapur, así como los lugares de mayor significación religiosa y artística, se encuentran repartidos por el valle y a escasos kilómetros de Katmandú. A la mañana siguiente he ido a Pashupatinath, la Benarés nepalesa a orillas del Bagmati, un Ganges en miniatura. No se notan consecuencias del terremoto. Los restos de un cuerpo se consumen en una pira crematoria en las ghats –escalinatas que descienden al río– mientras algunos fieles realizan sus abluciones rituales y se sumergen por tres veces en las aguas sagradas. Los hombres se bañan desnudos. Las mujeres, envueltas en sus saris.
Continúo por la margen del río camino de Bodnath, el gran santuario budista. Paso junto a pequeños templos en los que viven ascetas de túnicas naranjas, shadus –monjes errantes– vestidos solo de ceniza y aire, y yoguis en éxtasis profundo bajo un árbol, hasta llegar al gran estupa. Sobre su inmensa cúpula blanca flotan las banderas de oraciones agitadas por el viento y desde la torre dorada que lo corona los ojos de Buda vigilan los cuatro puntos cardinales. Los refugiados tibetanos han reconstruido aquí su mundo. En los portales de las casas venden su artesanía y copias de sus objetos de culto. En el interior de los templos, monjes y novicios recitan sus monótonas cantinelas acompañados del sonido de los gongs y la luz vacilante de las lamparillas.
Vecina de Katmandú y ya engullida por sus suburbios, Patán, “la ciudad de los 1.000 tejados dorados”, fue capital de un reino independiente hasta el siglo XVIII. Se cree que es la ciudad budista más antigua del mundo como parecen demostrar los estupas del siglo III a. de C. que se conservan en sus cuatro puntos cardinales. Pero su gloria reside en su gran plaza. A un lado, el antiguo palacio con las maravillas de sus dos patios interiores y sus estatuas de bronce dorado; al otro lado, estatuas y templos entre los que faltan un par. Más templos, como el de Oro y el de los Mil Budas se ocultan por el interior de la ciudad. Su búsqueda es buen motivo para gozar de la animación de plazas y calles.
Lo mismo sucede en Bhaktapur, “la ciudad de los devotos”, a 20 km de Katmandú. Es la tercera capital del valle y la que se conserva menos alterada desde el siglo XVII. En su Plaza Real, junto a la célebre Puerta de Oro, se halla un museo de tangkas (monedas antiguas), la mayoría nepaleses, muy interesante para comprobar cómo son los verdaderos y compararlos con los que venden en las tiendas. Un templo ha desaparecido, pero el vecino de Nyatapola, una gran pagoda de cinco pisos, y los dos preciosos templos de la plaza de Dhatattreya, uno frente a otro, continúan atrayendo devotos y a los escasos turistas. Esta plaza, con su gran pozo donde las mujeres vienen a por agua, resume buena parte de las esencias del valle.
El terremoto no ha sido, en absoluto, el fin de las bellezas de Katmandú y de todo Nepal. Varios monumentos icónicos se han derrumbado, quedan cientos, y lo más valioso del país, sus gentes y su cultura, siguen allí esperando a los visitantes, para recibirlos con su sencilla hospitalidad, sus sonrisas perennes y sus fiestas prodigiosas. Visitantes que son esenciales para la economía y reconstrucción del país.
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Agenda
Cuándo ir: las mejores épocas son otoño y primavera. En Katmandú y Pokhara el invierno es seco y soleado con máximas de 20/25º y mínimas de 5/10º. El verano es época de monzones.
Cómo ir: Qatar Air. y Turkish Air. Desde Madrid y Barcelona con escala en Doha o Estambul: 500/ 600 €, i. y v. Visado: a la llegada al aeropuerto.
Moneda: un euro = 110 rupias. Numerosos cajeros automáticos y casas de cambio. Pago con tarjeta, recargo del 4%. Menú del día, 156 rupias.
Transportes interiores: buena red aérea. Autobuses turísticos y locales. Taxis (negociar precio) y coches con chófer en los hoteles. Uno para todo el día cuesta 25/30 euros.
Hoteles: en Katmandú: The Dwarika’s*****, Royal Penguin****, Katmandu Echo***. En Bhaktapur: Peacock Guest House.
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