El manejo del aire
Tapones sintéticos para vino
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Contra todo pronóstico, los cierres sintéticos empiezan a ser habituales en bodegas de cualquier parte del planeta y de cualquier idiosincrasia. Ya no hay por qué ocultar o disimular su uso, y casi resulta de mal gusto recordar la alarma que desataron hace años. Juan Manuel Ruiz Casado
El enemigo número uno de las bodegas, el responsable del más tristemente famoso de los defectos que arruinan la vida de un vino, está dejando de ser un problema para millones de tintos y blancos que se elaboran en el mundo. La guerra al corcho amenaza incluso con prender feudos en los que la alianza entre fabricantes de tapones naturales y productores de vinos parecía sagrada
Sus comienzos, sin embargo, no pudieron ser más polémicos. La mala calidad de los primeros cierres sintéticos que salieron al mercado provocó un inmediato y severo rechazo por parte del sector bodeguero. La promesa de acabar con lo que en Francia llaman bouchonné (es decir, acorchado), la cumplieron aquellos tapones alternativos dejando en los vinos ciertos sabores y aromas que recordaban al plástico y que, obviamente, hicieron pensar a muchos bodegueros que el remedio era mucho peor que la enfermedad. A este pésimo inicio se suman las dificultades para justificar la utilización de los tapones sintéticos en un contexto dominado por los discursos naturales como sinónimo de calidad. Pocas bodegas se privan de airear que sus vinos son fruto de procesos donde el viticultor y el enólogo se limitan a dejar hacer a la naturaleza. Para ellas el corcho no tiene contrincante posible. Sus daños y perjuicios se asumen de la misma manera que los efectos de una tormenta en plena vendimia. Cuando alguno de sus vinos desprende los desagradables aromas de cartón húmedo y trapo sucio característicos del defecto bouchon (provocados por un tricloroanisol –más conocido por su abreviatura: TCA– que contamina el interior del corcho, y algunas veces, por cierto, también barricas, jaulones y vigas de madera), los elaboradores argumentan que el derivado de los alcornoques es, por supuesto, un producto biológico y, como tal, susceptible de sufrir enfermedades. Además, las bodegas pueden permitirse el lujo de jactarse por contribuir al desarrollo sostenible de los alcornocales. El corcho ha exigido siempre una especie de resignación que no respeta clases sociales. Los vinos más prestigiosos e inaccesibles del mundo tampoco tienen manera de esquivar su letal condición. Son las reglas del juego. Un Margaux y el humilde vino de una cooperativa pueden verse afectados de igual manera por el TCA.
Solución para los vinos jóvenes
El prestigio del corcho y algunos errores propios han condenado durante un tiempo a los tapones sintéticos al segmento de los vinos de baja calidad. Durante años, para las bodegas europeas fueron alternativas más bien sospechosas cuyo crecimiento se verificaba reveladoramente en los países del llamado Nuevo Mundo. Muchos tintos jóvenes de Chile, Australia o Argentina se cerraban con tapones fabricados con ingredientes y procedimientos sintéticos. Eran vinos de ciclo corto (por lo general consumidos en el plazo de un año aunque cuanto antes, mejor) que casi no necesitaban respirar porque habían sido elaborados sin ninguna intención de progreso durante su estancia en la botella. El cierre hermético que les procuraba el tapón sintético, liberado de la mala fama de los comienzos gracias a un exhaustivo control de los materiales empleados en su fabricación, parecía ideal para esos vinos modestos, intrascendentes y necesarios para la vida cotidiana de la gente. Vinos que, en al menos un aspecto, y aunque las comparaciones siempre resulten odiosas, son muy superiores a un Château Margaux: nunca podrá decirse de ellos que se han echado a perder por culpa de un simple y traicionero corcho.
Las cosas cambian
Alrededor de tres mil millones de botellas de vino se cierran actualmente con tapones sintéticos. En Francia, por ejemplo, más de seiscientos millones de botellas llevan alguno de los tapones del principal fabricante del sector (Nomacorc). En Alemania, una de cada cinco botellas deposita su suerte en los productos de esta misma empresa, que vende en España unos ciento treinta millones de tapones. Bodegas de referencia como Dinastía Vivanco o Barón de Ley, ambas de Rioja, figuran en la lista de clientes de Nomacorc. El gigante Félix Solís, Osborne, Domecq o Martín Códax también forman parte de ella. En poco tiempo, ha dejado de ser una excepción encontrarse con estos competidores del corcho que despertaban la curiosidad del consumidor por la particularidad de su tacto y sus colores chillones (los hay rojos, amarillos, beis, verdes, fucsias). En la oferta de vinos por copas de cualquier bar, ahora lo extraño es que las botellas no lleven alguno de estos tapones.
Tapones para un consumidor con menos prejuicios
Entre los motivos que justifican la expansión de los cierres sintéticos, cabe destacar el cambio de mentalidad de los nuevos consumidores, cada vez menos presos de la rutina y los prejuicios (según encuestas elaboradas en fechas recientes, más de un noventa por ciento de los estadounidenses no tienen en cuenta el tipo de tapón a la hora de adquirir un vino); pero también razones de tipo económico que hoy tienen un peso decisivo en los movimientos estratégicos de todas las bodegas del mundo. Para hacerse una idea de lo que puede suponer la elección de un cierre u otro, baste indicar que un corcho natural de buena calidad puede variar entre los trescientos y los cuatrocientos euros el millar (los más caros del mercado pueden alcanzar los mil quinientos euros por millar). Un top de los sintéticos difícilmente sobrepasa los ciento veinte euros las mil unidades. La gran diversidad de vinos elaborados por una misma firma parece exigir hoy más que nunca planteamientos específicos para cada una de las líneas de negocio. La oposición corcho natural/tapón sintético ya no se plantea con la radicalidad de hace unos años, ni genera las encendidas polémicas de antes. Los ajustes económicos emprendidos por muchas bodegas, y las constantes proclamas de austeridad y recortes de los políticos, que nos exigen ahorro después de habernos animado a gastar lo que no teníamos, han contribuido al desarrollo de los cierres sintéticos en España y en buena parte de Europa.
Sintético, ¿y qué?
Cada vez es más frecuente encontrar a elaboradores que no dudan de la idoneidad del corcho para sus vinos de calidad, y al mismo tiempo apuestan por tapones alternativos para sus tintos jóvenes o sus rosados. Un corcho malo o un sintético de cierta calidad, he aquí la cuestión. El dilema ha ido ganando fuerza conforme las aspiraciones del mercado se han rebajado y el techo de los precios ha descendido. La preocupación de las bodegas ya no la provocan los vinos que pasan de los cincuenta o de los cien euros, y para los que evidentemente es necesario un corcho natural de alta calidad, como una botella de cristal troncocónica y una etiqueta y una cápsula epatantes. El ingenio y el máximo cuidado se ponen a trabajar al servicio de elaboraciones competitivas y asequibles, a ser posible por debajo de los diez euros, que generen placer y confianza y no den problemas ni al consumidor que los compra, ni al distribuidor que los vende, ni al dueño del bar que los ofrece. ¿Están ricos? ¿Son baratos? ¿Invitan a beber? No parece que el hecho de estar cerrados de una o de otra manera sea muy determinante.
Oxígeno a la carta
Uno de los errores más frecuentes relacionados con los tapones sintéticos consiste en pensar que su utilización impide la transferencia de oxígeno al vino. Como ya se ha apuntado, el control y perfeccionamiento de los materiales (resinas de polietileno, elastómeros para sellar la piel, silicona para los acabados), gobernados por complejos sistemas tecnológicos, han abierto vías de desarrollo impensables hasta hace poco tiempo para este tipo de cierres. Mientras que los corchos naturales permiten aportaciones de aire inconstantes y difícilmente controlables en el interior de una botella, los nuevos tapones sintéticos ofrecen al elaborador la oportunidad de elegir la cantidad de oxígeno que quiere para su vino. Concebida como herramienta enológica, la última hornada de cierres sintéticos propone un reto hasta ahora inédito en la historia de la vinicultura: repensar la elaboración y diseñar las estrategias comerciales de los vinos teniendo en cuenta el tipo de cierre que finalmente se decida para ellos. Una sencilla prueba de degustación, llevada a cabo en Carolina del Norte por los especialistas de Nomacorc, que algo deben de saber del asunto (en 2011 la empresa cerró la nada desdeñable cantidad de dos mil trescientos millones de botellas en todo el mundo), resultó altamente significativa de la trascendencia que puede llegar a tener este planteamiento en el futuro. Dos embotellados del mismo vino –un blanco de sauvignon húngaro–, con cierres de calidad idéntica pero con distinto nivel de permeabilidad de oxígeno, ofrecieron en cata a ciegas rasgos aromáticos y gustativos diferentes. En ambos se reconocía el carácter varietal, pero la expresión de este cambiaba según el ritmo evolutivo al que se había sometido cada botella. El tapón es la clave del misterio. Las variaciones de densidad en la fabricación de la goma hecha de resinas con la que se forma el cuerpo de los cierres sintéticos, pueden decidir el ciclo de vida de un vino o, lo que es lo mismo, favorecer su apertura o ralentizarla. La botella de blanco de sauvignon cerrada con un tapón de escasa transferencia de oxígeno se mostraba poco evolucionada y en ella dominaban las notas de frutas frescas. Por el contrario, la que llevaba un tapón con mayor grado de intercambio de oxígeno desprendía aromas de madurez propios de un momento de vida más avanzado.
Algunas bodegas, de España y del extranjero, no han dudado en acogerse a estas propuestas de oxígeno a la carta. Seducidos por la posibilidad de intervenir en el reloj particular de sus vinos, se aprovechan de la nueva herramienta a conciencia, exprimiendo y optimizando sus usos, y adaptándolos a sus necesidades, a sus mercados y a sus recursos. Estos sistemas de cierre permiten, por ejemplo, guardarse partidas de vinos en la bodega con la garantía de que no van a evolucionar precipitadamente; o favorecer una rápida apertura aromática y gustativa de un vino determinado si el país y el público a los que van destinados tienen preferencia por los blancos y los tintos más hechos y desarrollados. Por si todo esto fuera poco, estas elaboraciones viajan por el mundo libres de la amenaza del letal TCA de los corchos.
Camino por recorrer
Conviene recordar, sin embargo, que la nueva herramienta vinícola depende de experimentos y ensayos que apenas acaban de salir de su estado embrionario. A los tapones sintéticos les queda mucho camino que recorrer y mucho que demostrar para salir del segmento poco ambicioso de los vinos jóvenes o con poca crianza. Para largos viajes, el corcho natural se resiste a ceder su condición de imbatible. Bien mirado, incluso asumiendo el incontable arsenal de botellas que se han desperdiciado por contaminaciones de TCA, nada como el corcho ha acompañado a un Château Latour durante décadas procurándole más complejidad y elegancia conforme se hacía más viejo.