Los gustos y los caminos
La encantadora señora del retrete

El éxito de la novela El lector del tren de las 6.27, del escritor francés Jean-Paul Didierlaurent, ha llevado al primer plano del mundo literario a Julie, una encantadora señora de los retretes... José Manuel Vilabella
... Por una vez los mundos de la ficción y de la micción se unen, se hermanan, se complementan. En España pagar por ir al servicio produce indignación en el personal: ‘¡Es lo que nos faltaba!’, grita enfadadísimo el carpetovetónico cuando alguien propone la medida generalmente admitida en media Europa. En las largas temporadas que viví en La Haya me hice europeo del Norte y depositaba con gusto los 50 céntimos de euro que por aquel entonces costaba el hacer aguas menores e incluso mayores. En Holanda también se puede hacer pipí gratis en muchos sitios: algunos restaurantes, bastantes gasolineras y en unos chirimbolos urbanos que pone el ayuntamiento en las plazas concurridas. Los traen y llevan con una grúa cuando se llenan y sirven de alivio a los caminantes prostáticos que si no existiesen estas islas se tendrían que gastar una fortuna cada vez que dan un paseo.
En España la señora de los retretes es una especie en extinción. Los retretes públicos son lugares tristes y cutres y las señoras que los regentan no son como Julie, el personaje de don Jean-Paul. Nunca he conocido en España a una señorita de los retretes pizpireta, encantadora, soñadora. Cuando era niño las damas que tenían a su cargo el palacete de las urgencias solían ser más grises que los seres grises de la posguerra; eran muy tacañas con las hojas de papel El Elefante; administraban el rollo heroicamente, llevaban la contabilidad de las defecaciones como el más riguroso y serio de los peritos mercantiles; te examinaban con ojo escrutador para comprobar si eras un rojo o un azul, un perdulario o un invicto, y te entregaban una hojita parda que apenas servía para una limpieza superficial e insuficiente.
En Bélgica reinan en los impecables retretes de pago las señoras de los retretes, pero en Holanda es muy frecuente encontrarse con los circunspectos caballeros de los excusados. En semejante sitio a los encargados se les nota que no tienen vocación, que no lo viven, que es un empleo temporal. Tengo mantenidas conversaciones muy agradables con las damas belgas, impecablemente uniformadas de un blanco resplandeciente. Cuando se enteraban de que era español me hablaban con entusiasmo de la paella y de la tortilla de patata; todas conocían España y más de una tenía piso en la costa levantina.
Tarde o temprano llegará a esta patria nuestra el gravamen de las micciones y defecaciones de pago. Me imagino al ministro de Hacienda de turno defendiendo en el Congreso con bravura europeísta la impopular medida y a la oposición negándose a aceptar tamaño disparate invocando la tradición. España se llenará de retretes de pago, lo que le vendrá muy bien al gremio de la construcción y se crearán miles y miles de puestos de trabajo. Cada país tiene su forma de hacer pipí. En Pekín, un año antes de celebrarse los Juegos Olímpicos, oriné en sitios magníficos. En Tailandia me llevé un susto tremendo porque cuando estaba vaciando la vejiga apareció un caballero de negro que me puso una toalla caliente en el cogote y me dio un masaje de urgencia. Creí, lo juro solemnemente, que el oriental pretendía darme por retambufa, pero afortunadamente no fue así. Todo fue un mal entendido, sus intenciones eran totalmente castas.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.