TAC
La clase política está dejando pasar los argumentos más atractivos para seducir a la ciudadanía. Me refiero a esas cuestiones que crees que no existen y que, de pronto, alguien con una altura de miras inusual y distante de los convencionalismos, nos las sugiere con naturalidad. Por ejemplo una cuota de tocino en cada pieza, jamón o paletilla, para no desmerecer la compra. Sir Cámara
No, esa cuota no se ha asignado. Parece ser que eso no afecta al producto por las generosas cantidades de ácido oléico, el mismo que contiene el aceite de oliva, una grasa monoinsaturada que es extremadamente beneficiosa para reducir el colesterol malo (LDL) y que, dicen, contribuye a aumentar el colesterol bueno (HDL). Anhelo que les expongo con algo que me ocurrió el otro día. Inicié el corte en una paletilla ibérica de una marca que nunca falla y me demostró que los índices de probabilidades son unos desconocidos en según qué materias.
Retirado el tradicional, natural y aconsejable tocino que nos da la bienvenida, seguí con el cuchillo jamonero “peinando” unas vetas de tocino más sonrosadas que me hicieron intuir, por fin, la presencia de lo que esperaba. Sí, surgió una mancha del esperado componente cárnico curado, pero más bien escasa. Otra más abajo, separada de la anterior por una maza de tocino que era el triple o algo más de lo rico. En ese momento, detuve el proceso, hasta ahora rutinario, y llamé al vendedor para comentarle la situación. Inexplicablemente me dijo que con las almendras viene a ocurrir lo mismo; que se están vendiendo muchas almendras turcas al precio de las de Tarragona y que… “¡Sí, claro, por eso cualquier día crían cerdos en Capadocia aprovechando que hace fresco como en Teruel, en la Sierra de Béjar y en las sierras de Aracena y Aroche…” le dije. Pues eso, me contestó. Llegué a la repentina conclusión de que la gente no te escucha y se defiende por inercia.
En resumidas cuentas, le dije que le iba a llevar la paletilla para desguazar y que la ponga a la venta en higiénicas bolsas selladas al vacío. En ese trámite de reclamación, sugerí recoger otra que ofreciera más garantías de consumo. La respuesta me llevó a cuestionar su calidad, tanto la humana como la de profesional jamonero argumentando que eso es un producto alimenticio que había estado sometido a posibles contaminaciones, toses, ambientes viciados, perturbaciones calóricas en una cocina… “Porque, claro”, me dice: “Usted no tiene el jamón, en este caso la paletilla, sobre el piano, ¿verdad? Dicho de otra forma, ¿a usted le gustaría comprar una paletilla ibérica ya iniciada en las tareas de corte y de segunda mano, como le ocurre a la suya? Pues eso”.
Le dejé hablando mientras desconectaba el teléfono –habría preferido colgarle- y le puse de nuevo la camiseta al pernil y salí de casa. Esperando el ascensor, encontré al vecino, que dicho sea de paso es médico. Preguntó de manera rutinaria “Qué, ¿a dar una vueltecilla…?” “Nada más lejos”, le expliqué mientras llegábamos al portal y, una vez que se había metido en situación, me sugirió una solución interesante e intermedia para evitar ponerle el cuchillo jamonero en todo lo alto al imbécil que me vendió aquello.
Para evitar salir a hombros por la puerta grande de esa charcutería, el vecino me sugirió pasar por su clínica con el fin de obtener una respuesta fiable sobre las cantidades de grasa que parecían invadir aquella, apetecible desde lejos, pieza porcina.
Con la paletilla en los brazos, casi como un bebé con carencias y excesos, llamé al timbre de la clínica. La enfermera que me abrió me sugirió dejar “aquello” en el paragüero de la entrada. Especifiqué que era el paciente mientras le acercaba la tarjeta que me había dado el vecino. Gracias a esa recomendación no tuve que esperar turno entre preguntas estúpidas y anécdotas jamoneras que habrían contribuido a crisparme más.
La enfermera, con un gesto de contención risueña, tomó el jamón y se lo llevó a una habitación llena de aparatos. Un doctor que había presenciado la escena, esgrimió razones muy poderosas para tratar de hacerme entender -no era necesario, lo entendía- el valioso papel protagonista que juegan las nuevas tecnologías en la medicina, la salud, la dietética y la nutrición.
Treinta y cinco minutos después, salió la enfermera con la paletilla en brazos y me alargó u n papel en el que, por el aspecto de factura, se daba a entender que debería pagar cuatro veces lo que me costó el pernil en concepto de un TAC que le habían hecho para determinar la dosis de tocinazo que contenía aquello. No tenía mucho tocino, es que tenía poco jamón. Pregunté si era de cerdo o de “cerdolí” y me aconsejaron evitar las preguntas por que una pregunta lleva a un diagnóstico y esas cosas las cobran. Pues eso.
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