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Captura de la lamprea en Arbo, paisaje, sangre y sabor

Cada año Arbo celebra de la fiesta gastronómica más antigua de España. El motivo, su lamprea, un animal prehistórico que encuentra en estas aguas bravas del Miño las redes que lo llevarán a la gloria culinaria. Mayte Lapresta. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
Al sur de Pontevedra, en el curso final del río Miño y donde la vista atisba Portugal, la lamprea, ese animal prehistórico de sabores intensos, toques minerales, férricos, amores culinarios exacerbados y odios de imposible reconciliación, encuentra el lugar perfecto donde desovar. En los fondos arenosos del Miño nacen e inician ese lentísimo crecimiento que les convierte en ese peculiar parásito de boca en forma de disco, branquias y aletas, dientes y lengua raspadora. Abandonan ríos gallegos para hacerse al mar donde permanecen hasta a 1.000 metros de profundidad, esperando el momento propicio para volver a repetir el ciclo de la vida, de vuelta río arriba en un peregrinaje duro en el que no se alimentan y luchan con la corriente para alcanzar su destino. Mientras truchas, salmones y reos saltan atléticos remontando sin problemas, la lamprea es cobarde y mala nadadora, busca los remansos entre las rocas, evitando con su boca fijada a la roca ser arrastrada río abajo. Y allí están las pesqueiras, esas primitivas construcciones de piedra perpendiculares al río donde los lampreiros, año tras año, esperan el momento en que se levanta la veda para acudir con sus redes.
La lamprea esquiva la luz, por lo que sus desplazamientos son nocturnos. Es entonces cuando entran en las cestas estratégicamente colocadas. Una buena noche puede hacer necesario visitar la pesqueira más de dos veces para vaciarla. “Hemos llegado a coger más de 70 en una sola red” afirma José Manuel Martínez El Cordobés, uno de los más veteranos. Una velada fructífera en este tramo del río puede significar conseguir 400 lampreas.
El arte de pesca de Arbo se realiza con viturón o nasoura, cerrando la corriente con la cesta de red para que las lampreas queden atrapadas en ella. Dos hombres son necesarios para levantarla, pues debe depositarse pegada al lecho. Cuando el Miño reduce su caudal, más cerca de la desembocadura, la lamprea se captura con otras formas como la barca, la estacada o los tramallos, pero la batida del río en Arbo hace que las carnes pierdan grasa y ganen en sabor y textura, algo que envidia el Bajo Miño.
La veda este año se terminó el 15 de febrero y se mantendrá la pesca hasta el 15 de mayo. No todos los días los pescadores pueden realizar la captura; cuando el río está muy crecido la mayoría de las construcciones quedan ocultas bajo su caudal e imposibilita la pesca. La mayoría de las pesqueiras tienen varios propietarios, incluso hay algunas en las que opera prácticamente todo el pueblo. La noche que te toca, se mira el río. Las corrientes parecen propicias así que puede que se dé bien. Si no, ya puede que tu turno no se repita hasta dentro de un mes. En Arbo hay más de 200 pesqueiras cuyo usufructo se hereda y pasa de padres a hijos iniciando un nuevo reparto de tiempos para aprovechar al máximo esos escasos tres meses de pesca. No hay competencia entre ellos. Por el contrario, se establecen unos vínculos muy especiales entre los diferentes dueños de la pesqueira, como la buena costumbre de desarmar tu red y armar la del siguiente antes de irte.
Muy cerca de cada pesqueira se hallan los viveros conocidos como minas”, donde se conservan las lampreas vivas en agua corriente fresca de manantial, y donde debe mantenerse un mínimo de 15 a 20 días durante los cuales el animal se depura y adquiere gran tersura. Allí pueden almacenarse hasta que se decida su uso, o bien se trasladan a los viveros de cada propietario.
“La lamprea pone en valor toda la comarca” afirma Horacio Gil, alcalde de Arbo. “Hay que vincularla al entorno, al río, al paisaje, al patrimonio y nos toca preservarlo”. No en vano llevan más de 50 años celebrando toda una fiesta popular en honor a este noble –y peculiar– manjar.
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