Enólogo de Bodegas Palacio
Roberto Rodríguez: “Rolland me enseñó a mezclar vinos”

El responsable técnico de Bodegas Palacio, de Rioja Alavesa, cuenta cómo ha sido la evolución de esta bodega centenaria de Laguardia, con sus luces y sus momentos difíciles, que acaba de presentar una nueva línea de vinos. Luis Vida. Imágenes: Aurora Blanco
Entró como enólogo en Bodegas Palacio en 1984 siguiendo la tradición familiar. Su padre había sido tonelero en la misma casa histórica de la Rioja Alavesa y esa continuidad era normal en una zona vinícola que vivía ajena a los grandes cambios en el mundo del vino fuera de nuestras fronteras. Pero el nuevo propietario que llegó a mediados de la década venía con ideas nuevas. “Jean Gervais me propuso cambiar el perfil de los vinos, entonces muy bajos de color, poco estructurados y muy maderizados. Él veía que los cambios iban a llegar porque el mercado internacional ya demandaba otro tipo de vino”, señala Rodríguez. De ahí nació una etiqueta que reivindicaba al fundador de la casa en el siglo XIX y que supuso un paso decisivo hacia los riojas del XXI.
¿Rioja volvió a mirar a Francia 100 años después, con la salida al mercado de los primeros Cosme Palacio?
El nuevo propietario francés había entendido que la bodega y el enclave en el que está situada eran joyas que había que había que pulir. El primer cambio evidente era el estilo de los vinos y luego llegaron esas ideas que hoy todo el mundo entiende –la selección de viñedo, la crianza en barricas nuevas de roble francés–, pero que entonces se salían de la normalidad riojana y abrieron un camino de no retorno, un punto de inflexión. Yo era jovencito, pero participé.
La primera añada en el mercado creo recordar que fue la de 1986…
Correcto, aunque la primera prueba fue en el 85. El primer paso que dimos fue la selección de viñedo, que hicimos entre nuestros proveedores habituales. En la zona de Laguardia era fácil por entonces encontrar viñedos muy viejos de tempranillo, perfectos para vinos bien concentrados. Las condiciones que buscábamos eran: terruño arcillo-calcáreo, orientaciones concretas, vigor reducido y producciones bajas. A la hora de vinificar, triplicamos los tiempos de maceración que se llevaban entonces hasta los treinta y tantos días. El resultado fueron vinos muy potentes, musculosos, perfectos para crianza en roble francés nuevo. Cuando los presentamos a la prensa, hubo gente que no los entendió y otros que dijeron: “Éste es el futuro del Rioja”.
Describe la misma imagen del “Burdeos Rolland”, un estilo de vinos hoy muy discutido. Como abanderados de los tintos de “alta expresión”, ¿se sienten orgullosos o culpables?
Visto con la perspectiva que da el tiempo, orgulloso sin duda alguna. Cuando participé en esta aventura sabía que estaba haciendo algo muy importante, pero no el alcance que iba a tener. Y aprendí muchísimo de Michel Rolland: a hacer mezclas de vinos o a prever su comportamiento futuro, algo muy importante a la hora de determinar el tipo de vino que se quiere hacer.
¿Mantienen aún este modelo de tinto?
Hemos evolucionado y tenemos nuestra propia interpretación. En el vino se tiene que identificar el terruño arcillo-calcáreo en el que el viñedo sufre y no da mucha producción, por lo que se consigue concentración frutal. Tiene que tener el carácter de la variedad tempranillo, que en nuestra zona se comporta de forma magnífica y se pueden hacer verdaderas joyas, desde tintos jóvenes hasta otros superpoderosos, pero todos ellos unidos por una fruta roja floral, en ocasiones del estilo de la rosa.
¿Hay en el rioja un exceso de madera?
Lo ha habido. Ahora la gente es más cuidadosa con el impacto del roble. La barrica es un magnífico segundo actor que aporta detalles al conjunto, pero que en ningún caso tiene que apoderarse del vino. El tostado debe ser siempre suave y, si es posible, conviene tener varios proveedores. No todo el roble francés es igual. Nosotros, en la actualidad, compramos a siete tonelerías y cada una aporta algo al conjunto. Buscamos la complejidad y el detalle, todo lo que sume.
El movimiento que se inició con el Cosme y otros pioneros está llevando a que, en la actualidad, se esté proponiendo desde muchos foros una nueva clasificación del Rioja, con una jerarquía en pirámide a la bordelesa que vaya desde los vinos genéricos a los de paraje, pasando por los municipales. ¿Qué opina?
No es una fórmula que vayamos a inventar nosotros. Ahí están la Borgoña o Burdeos con varias decenas de denominaciones dentro. Y les funciona. En este marco, creo que Rioja podría dar un paso delante de imagen y calidad que beneficiaría a toda la D.O.
Igual es que Rioja ha sido siempre más “champanesa”, más de mezcla de uvas, municipios y terruños.
Yo lo que sé es la historia de Laguardia. Ya en 1862 aparece una asociación de productores y elaboradores que luego se llamó “el Médoc Alavés” y que traía el espíritu de producir vinos de calidad a partir de viñas de tempranillo y viura. El CRDO Rioja nace en 1926. En Rioja Alavesa hay desde antiguo un compromiso de las gentes que allí viven con la calidad de los vinos.
¿Hemos hecho vinos para Robert Parker y no tanto para el consumidor?
A principios de los años 90 Parker puntuaba alto un perfil de vinos muy potente y en Rioja eso llevó a la exageración. Se hacían tintos tan densos que era imposible que el consumidor normal pudiera entenderlos, iban dirigidos a los críticos y los españoles se contagiaron del líder mundial. Afortunadamente, estos vinos han pasado a la historia. Ahora se buscan vinos más finos, más dóciles. Nosotros no caímos en esa trampa ni forzamos la extracción; queríamos vinos con músculo pero bebibles.
100% Tempranillo. ¿Falta algo?
Tenemos algo de viñedo controlado de graciano y mazuelo, dos variedades minoritarias, pero muy típicas de la zona. Hay años en los que utilizamos pequeños porcentajes para dar un pequeño toque de distinción y diferenciación, otras veces no es necesario. En cualquier caso, mi apuesta va por la variedad tempranillo, que es la reina y está al nivel de cualquier otra gran uva internacional.
¿Va a ser 2015 el año de la década en la Rioja?
No. Estoy bastante satisfecho pero se está magnificando un poco porque venimos de dos añadas bastante complicaditas en las que tuvimos que sudar la camiseta.
¿Cuáles son, entonces, sus favoritas de entre las que podemos encontrar aún en el mercado?
2004 y 2005 dieron vinos tremendísimos. Hicimos una vertical con los Cosme Palacio y estaban deliciosos, eran un regalo. De cualquier forma, hay que decir que en Rioja, que tiene más de 100 kilómetros de norte a sur y una producción muy grande, el hecho de que una añada sea buena no significa que lo sean todos los vinos.
Una curiosidad: ¿qué relación hay entre Cosme Palacio y Vega Sicilia?
Es que tuvo un papel en el origen de las dos casas. En 1894 se instala en Rioja para fundar Bodegas Palacio pero en 1900 ataca la filoxera y termina con el negocio, así que se coge a su bodeguero Domingo Garramiola y se van a Valladolid donde alquilan una finca agropecuaria –ganadería, cereal, viñedo– que era propiedad de la familia Herrera y empiezan a hacer vino. Hacia 1910 la filoxera ha pasado en La Rioja y Cosme Palacio regresa a Laguardia, pero su bodeguero se queda aún con los Herrera e introduce las técnicas de origen bordelés de las que nacerán en 1915 los tintos Vega Sicilia.
¿Un maridaje que roce la perfección?
Propongo dos: un Cosme 1894 blanco de la añada 2009, un vino muy especial que demuestra que con la variedad viura se pueden hacer joyas –10 años después de su vendimia está espectacular– con un bacalao al pil-pil. Y el Cosme Palacio tinto reserva 2011 con una carne braseada nunca falla.
Dicen los estudios de mercado que se empieza a recuperar el consumo de vino en el mercado interno…
Bienvenido sea. Lo de este país da pena. Tenemos el vino como ADN con poderosísimas raíces culturales, y que un belga beba el doble que un español me produce sonrojo. Hay que beber vino porque es cultura y alegría.