Cuarta edición
Masterchef, 24 horas tras las bambalinas del concurso

Nos infiltramos en el talent show de cocina más exitoso de la televisión. Entre bambalinas, a los concursantes se les aísla por completo para que no intuyan qué va a suceder ni por qué trances culinarios han de pasar. Javier Caballero. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
No tuvimos que firmar cláusula de confidencialidad, pero empeñamos nuestra palabra de que no desvelaríamos algunos de los entresijos (vistos, oídos y degustados) del concurso de cocina más exitoso de España. Misterio, tiempos muertos e incógnitas forman parte de la mecánica del programa, para que, tanto primero el concursante como luego el espectador, paladeen el sabor de la competición y su incertidumbre. MasterChef camina ya por su cuarta temporada, consolidado el formato, adorados sus presentadores y garantizado su seguimiento (share de 26,8%). Se ha mudado de los estudios Buñuel a Fuente el Saz, donde corre una gélida corriente con Guadarrama como nevado telón de fondo. Al ladito, Álex de la Iglesia y su troupe ruedan El Bar, lo que no deja de ser un curioso retruécano culinario. A las 9 de la mañana se pone en danza la mecánica del concurso. Los dos equipos (al alimón la productora Shine Iberia y el contingente aportado por TVE, un total de 200 personas) ya están listos tras dar cuenta de cafés y cruasanes de batalla. Eva González recibe un reparador masaje de piernas y tobillos para lo que aguarda “subida a estos taconazos”, espeta con suspiro final; Jordi Cruz pelea contra un resfriado, ensimismado y algo ausente por culpa del virus, al tiempo que Pepe Rodríguez despacha sonrisas y buen rollo con todo el staff, algunos de ellos grabando recursos de supermercado y utillería. Durante los parones, fotos con el móvil que alimentará las cuentas oficiales de las redes sociales. Los 15 concursantes, cribados de 20.000 que se apuntaron al casting, no saben nada de lo que sucederá, ni de las pruebas a las que se tendrán que enfrentar. “¿Nerviosos?”, –pregunta Samantha Vallejo-Nágera vestida con un vistoso traje fucsia– “pues os queda lo peor, chicos”, añade con deliciosa malicia tras la tímida respuesta en voz baja de los novatos en su primera semana. Ahí están unas mellizas sevillanas, pizpiretas y tan inquietas que no saben dónde han puesto algunos cacharros; o Pablo, el químico del grupo, siempre cartesiano; la veterana Emilia departe sobre recetas de abuela cuando Pepe Rodríguez le pregunta de dónde procede su metodología... Tras comprobar las bondades del nuevo comedor, pleno de luz y tonos amables (obra de la escenógrafa Ulia Loureiro), los concursantes han de adivinar los ingredientes de un plato secreto elaborado por el ganador de la tercera edición, Carlos Maldonado. “A todos les diría que disfrutaran, que se tomen esto como un premio y que no se presionen con el futuro”, explica el chef talaverano entre bambalinas mientras sus colegas bisoños tratan de dar con la receta de su plato y sin saber siquiera que procede de sus manos. Una perdiz escabechada se convierte en un arcano para la altísima Reichel, para el perspicaz José Luis, para Salva y Ángel que no paran de cuchichear, o para el sureño Dani que se mesa su barba pelirroja.
Todos recrean el plato de Maldonado dentro de los 70 minutos escrupulosos que marca el reloj que preside la gran sala. Un equipo de asesores gastronómicos anda alerta para solventar algún contratiempo: ese botón rebelde que no activa el horno, esa búsqueda desesperada de un menaje que se tiene delante de las narices... Pepe, Samantha y Jordi recorren las islas en “snake” en la jerga de los técnicos, como si culebrearan husmeando qué tal les va a los aprendices. Bromas. Juegos de palabras. No hay edición ni trampa. Una hora y 10 minutos. Y ni uno más. Manos arriba. Llega la cata, todo se tensa. Para el ganador de este año, 100.000 euros, la edición de su libro y el ingreso directo en Basque Culinary Center de San Sebastián. “Es una experiencia maravillosa estudiar allí, un premio increíble”, secunda Maldonado. Pepe sigue serio y afable: “Ya somos casi familia después de algunas temporadas. Sí, es un trabajo, a veces pesado por las horas de rodaje, pero a mí me divierte mucho. Y de verdad que si lo saben aprovechar, MasterChef cambiará la vida a algunos de los concursantes”.
Visita la galería de imágenes de Sobremesa y descubre los secretos de Masterchef