Hasta la cocina
Liturgias que van y vienen

Las liturgias gastronómicas son, como no podía ser menos, semejantes a las que se producen en el mundo cristiano… José Manuel Vilabella
… Hay muchos paralelismos entre ambos universos que se han influido mutuamente porque el comer en el restaurante tiene algo de misa laica con sus significados y sus significantes, con sus ritos diversos, sus modificaciones temporales. El hecho de comer y de creer no cambian, pero sí la manera de hacerlo.
–Y usted, señor Vilabella, ¿cómo come cuando visita la cocina pública? ¿Qué rito sigue? –me pregunta el lector.
–Pues cuál va a ser, hombre de dios. Un servidor, aunque es republicano y descreído, ante las viandas se convierte en fervoroso católico romano y en monárquico daliniano y estrambótico. Una cosa es la tesis y otra la praxis, y como decía mi amigo don Camilo José, con el que me escribí durante más de 20 años, no confundamos si es posible el culo con las cuatro témporas.
Toda la misa es un banquete en el que se come y se bebe y cada personaje tiene su puesto en la iglesia, como tiene su mesa en el restaurante. El sacerdote es el cocinero, el monaguillo el jefe de sala, los feligreses la comensalía y los que pasan el cepillo portátil están representados por la fina señorita que con toda discreción nos pone sobre la mesa la cuenta en una bandejita de plata. En la misa, como en el restaurante, hay personas que pasan de contribuir, no aportan el óbolo, son gorrones que no se meten nunca la mano en el bolsillo. El gran ausente, o sea Dios, es el rey, el rey de España, antes don Juan Carlos I y ahora don Felipe VI. Se come como se cree o como cree la mayoría. Los musulmanes tienen su estilo y sus viandas, sus prohibiciones y sus liturgias, y nosotros tenemos las nuestras; en nuestro cielo se toca la lira y se contempla al Altísimo y en el musulmán danzan durante toda la eternidad bellas huríes y los ríos, en lugar de estar contaminados, son de leche y miel. Algo parecido se puede decir de los budistas, los judíos, los chinos. La Biblia, el Corán y el Talmud son, además de libros sagrados, antiguos recetarios de cocina y también tratados de urbanidad e higiene. No obstante en la actualidad los pueblos y las creencias se barajan, se mezclan, la gente viaja, el personal emigra. En España conviven pacíficamente cristianos, musulmanes, judíos y budistas y todos se dan los buenos días y comparten la tortilla de patata, nuestra enseña culinaria nacional. La tortilla española, manjar que pueden degustar los creyentes de las religiones citadas, les acoge y hermana, les permite sentarse a la mesa y conversar, reír y cantar, charlar de las muchas cosas que les unen. En Estados Unidos la hamburguesa, la Coca-Cola y las patatas fritas engordan y unifican a todos los residentes, la obesidad les da la carta de ciudadanía, el michelín les socializa pero, sobre todo, lo que los convierte en yanquis a todos los que allí viven es la comida del Día de Acción de Gracias. El comer juntos reúne familias dispersas y sirve para que todas las religiones degusten, recuerden y recen, cada una en su casa, pero Dios y el pavo asado en la de todos.
Hay que comer siempre con fervor y rezar con apetito y buenas maneras. Hay que besar el pan si se cae de la mesa y mirar al cielo para que nos mande el maná del trabajo, la alegría del banquete, el vino de la fe, las viandas del amor, el postre del abrazo y los petit-fours de las miradas furtivas de la rubia de enfrente, esperanza de la última aventura.
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