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La elaboración de cigarros dominicanos, más que humo

Elaboración transmitida de padres a hijos y que, desde su cultivo a su ritual de degustación, supone uno de los mayores motores económicos de República Dominicana. Crear un cigarro puro es una liturgia compleja, artesanal y exótica. Claudia Navarro. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
“Un cigarro, antes de la fumada, pasa por más de 200 manos, desde el agricultor hasta la manufactura para su venta”, sentencia el maestro torcedor. Esta desmesurada afirmación se comprueba en un simple vistazo a cualquiera de las impresionantes empresas de fabricación artesanal de cigarros de Santiago de los Caballeros, al norte de República Dominicana. Allí se elevan las Casas de Tabaco, bellísimas construcciones tradicionales de hoja de palma o de madera, ubicadas de norte a sur para que el sol caliente los lados del edificio. Treinta pies de altura y aberturas estratégicas que provocan un efecto chimenea para refrescar el ambiente. Huele a amoniaco por el inicio de la curación. La luz se filtra entre el techo de palma creando un ambiente mágico en esa estancia sagrada de tabaco y vida. Las mujeres se encargan de “amarrar” las hojas. Revés y envés, de dos en dos, formando un collar interminable, la “sarta”, que será colgado para su buen secado al aire. El gran abanico va tornando de verde intenso a marrón, adquiriendo toda la gama de amarillos poco a poco. El momento de bajar y formar la “troja” se aproxima. Las hojas se amontonan sobre el suelo de arena para terminar su secado, controlando el calor que la fermentación natural provoca en el centro. “Si llueve, hay que cambiar el orden de las hojas”, nos asegura el cosechero. Tras cuarenta días de curación, se hace la pesada y se envía a la compañía. Cada paquete se marca con la zona, el nombre del cosechero y el tipo de tabaco.
Nos trasladamos a la fábrica para descubrir que el trabajo no hacía sino empezar. El proceso de elaboración de un cigarro es largo y tedioso y la mano de obra, infinita. Hileras de mujeres o de hombres (según el tipo de tarea) llenan naves inmensas. Concentración, mimo, maestría. El tabaco se recepciona y antes de su manipulado debe humedecerse. Tras acondicionarlo en el área de moja, continúa su fermentación en una tina adquiriendo la maduración deseada para ya realizar el despalillado, quitando el nervio central de la hoja y manipulando siempre el producto con la mayor delicadeza para no realizar pequeñas roturas. Para clasificar las hojas hay tres líneas, por su color o tono; por su calidad, con cinco grados de los cuales del 1 al 3 se consideran premium y se destinan a los mejores cigarros; y por su tamaño, que varía entre las 9 y las 21 pulgadas. El tabaco todavía tiene que fermentar más. Esta nueva maduración se realiza en gavillas de unas 40 hojas y en cajas de madera. El proceso se denomina muling, refrescando el tabaco, virando las hojas y controlando la temperatura. Terminado este proceso, el tabaco se empaca para añejarse durante 4 o 5 años.
Tras ese envejecimiento lento comienza la manufactura. Un verdadero espectáculo. Cientos de operarios muy cualificados, supervisados en su labor por los expertos tabaqueros. De nuevo se preacondicionan las hojas sea cual sea su destino: tripas, capa o capote, haciéndolas flexibles para mejorar el manipulado. Decidida la liga –por el tronchero– de cada cigarro final, los maestros seleccionan el producto antes de llevarlo a las mesas en cajas de preliga de donde saldrán unos 40 o 50 cigarros. Ya en su mesa de trabajo, los poncheros y roleros manejan como prestidigitadores las hojas, prensando, enrollando, alisando...
Podría parecer que aquí termina la larga historia de un cigarro, pero el proceso de control y embellecimiento sigue, desechando con una nueva selección los productos que no sean uniformes, eligiendo para cada caja de cedro los cigarros con la misma tonalidad, adornando con dibujos, hojas, serigrafías, bandas, estolas…
Las cajas son fabricadas con mimo, materiales nobles, diseños innovadores. El camino es largo para conseguir que el cigarro tenga el mejor sabor, el más noble aroma, la fuerza necesaria y la combustión perfecta. El proceso total puede durar más de siete años. Ahora la fumada comienza con un buen cortapuros y un gran cenicero. El lujo está servido.
En el campo
Calor y silencio
Las mujeres amarran las hojas de tabaco en los secaderos, de dos en dos, en un collar al que denominan “sarta”. Posteriormente se amontonará la “troja” en el suelo y fermentará tras 40 días de curación. Ya en la fábrica, cada día se pueden concentrar entre 500 roleros y 400 poncheros simultáneamente. No hablan entre ellos, cada uno sabe perfectamente qué tiene que hacer y no puede haber un fallo. Lo más difícil es la terminación de la cabeza, culminación del rolado. En nueve horas, un rolero puede hacer 250 puros perfectos.
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