Encuentro bodeguero en Labastida
Preservar el paisaje vitícola español, tarea esencial

Productores de toda España se reunieron en Labastida para poner en común ideas y reflexionar juntos sobre la importancia de preservar la viticultura y los grandes viñedos como única forma de elaborar con ellos vinos singulares. Raquel Pardo. Imágenes: Archivo
Se habla en todos los foros vinícolas del enorme potencial que tiene España como productor de vinos de prestigio. Potencial. Un término que incluye entre sus significados la condición, el hecho de que para que suceda algo, en contraposición a lo que está establecido, se tiene que dar algún acontecimiento. Potencialidad, no realidad. Condiciones. España no es aún esa realidad con grandes vinos (salvo excepciones: Vega Sicilia, Pingus, L’Ermita) equiparable a regiones como Borgoña, Barolo, Burdeos. Se tienen que dar pasos, hacer que algo cambie. Y esa intención es la que se reflejó el pasado mes de mayo durante el Primer Encuentro de Viticulturas, celebrado en Remelluri (Labastida, Álava), un foro que reunió, con bastantes dosis de armonía entre ellos, a cientos de viticultores y profesionales del vino para poner en común ideas destinadas a recuperar (si no cultivar desde cero) el prestigio del viñedo español y dar valor a una viticultura por la que, últimamente, se estaba mostrando poco o ningún respeto.
El descontento con el sistema regulador del vino en España es patente en muchas regiones, que han visto cómo elaboradores levantaban sus voces contra leyes demasiado restrictivas, favorables a los grandes, irracionales, anquilosadas y no adaptadas a una realidad vitivinícola contundente: lo que importa es el viñedo, el valor del territorio; sin él, el vino español no tiene posibilidad alguna de conseguir el nivel de prestigio que sí disfrutan nuestros vecinos y que contagia a vinos menores, consiguiendo una imagen global que permite a los productores llevar la cabeza alta cuando presentan sus botellas en el mundo.
Sobre la mesa, la dicotomía vinos industriales/ vinos artesanos y un sistema de Denominaciones de Origen donde eso, el origen, no tiene suficiente importancia, donde en las etiquetas se alude a los tiempos de crianza o el tipo de recipiente, pero no se permite indicar si el vino es de un pueblo, de una finca o de varias. Y un conjunto de personas involucradas en cambiar este sistema, procedentes no solo de la viticultura, sino del paisajismo, de la distribución, la sumillería o el periodismo.
Comienza el espectáculo
Como indicaba en su intervención el propietario de la mallorquina 4Kilos, Francesc Grimalt, el vino vive un momento espectacular, un “circo” donde conviven vinos que cuestionan lo que está bien y mal en la elaboración, pero donde el punto común es la mirada al viñedo y la curiosidad por rescatar variedades que obligan a trabajar distinto, a plantearse labores de campo que se miran con desconfianza o escepticismo, y que, sin embargo, están dando lugar a vinos singulares que no hacen sino despertar el interés y la pasión por un sector a veces demasiado homogéneo; una impresión que comparte Jonatan García, de la tinerfeña Suertes del Marqués, que destaca el trabajo con viñas centenarias plantadas en cordón trenzado, un sistema de conducción llamado a la extinción y que la bodega ha sabido poner en valor, no sin dificultad y escepticismo por parte de los viticultores.
Agricultores como Roberto Oliván y Arturo de Miguel (Tentenublo y Artuke, ambos de Rioja) comentan cómo en los pueblos donde trabajan la gente abandona los viñedos, los pueblos se pierden o ya no hay colaboración entre los agricultores. Oliván alude a proteger las viñas viejas sin perder de vista el futuro, plantar viñas nuevas para dejar a sus hijos un patrimonio, como hicieron con él, y no dejar perder oficios, como el de injertador. Ester Nin recuerda cómo en el Penedès su hermano necesita controlar 30 hectáreas de viñedo para poder vivir con su familia, una razón que la llevó a ella y a Carles Ortiz, su socio y pareja, al Priorat, donde viven con 12 hectáreas y donde han querido implicar a más gente en su proyecto, Familia Nin Ortiz, obteniendo mano de obra que pagan a precios altos porque, recuerda Ortiz, recuperar es caro.
“El de agricultor es el oficio más digno que existe”, afirmaba José Luis Mateo, con uno de los proyectos más apasionantes de Monterrei, Quinta Da Muradella, quien aspira a dignificar la agricultura consiguiendo que su hija pequeña tome el testigo que él cogió tras haber vuelto al pueblo para dedicarse al campo. Ese orgullo mostraba también Fernando González, de Algueira, en Ribeira Sacra, al tiempo que comentaba que el olvido tradicional que ha sufrido la viticultura gallega “es ahora parte de la magia que nos acompaña” y que su satisfacción es la de “haber aportado algo al mundo del vino” haciendo que uno de sus hijos se incorpore a la bodega.
El encuentro permitió observar cómo hay una generación de viticultores que se plantea elaborar su propio vino porque ve que no se valora adecuadamente el trabajo en el campo, ajustando precios y provocando que los agricultores busquen rentabilidad con cantidad y no calidad. José María Vicente, propietario de Casa Castillo, en Jumilla, anotó los 18 céntimos por kilo a los que se ha pagado en campañas recientes la uva de viñedos centenarios, mientras reclamaba “hacer piña” entre los viticultores para crear un movimiento de gente que consiga cambiar las normas. Eduardo Ojeda destacó que alguien de Jerez estuviera en el encuentro, teniendo en cuenta cómo la región apostó en los 70 por un modelo industrial donde la enología servía para crear un producto lo más barato posible, mientras que él, en su “reducto” de Valdespino, que comparó con la aldea gala de Ásterix, seguía elaborando vinos como antes, con la vista puesta en el viñedo: “Jerez cometió el error de dar importancia al envejecimiento y olvidar la materia prima”, recuerda, y reclama “volver a hablar de pagos, de vinos de lugares y no vino de bodegas”.
El paisaje
Hubo espacio para contemplar el viñedo desde otros puntos de vista, como la visión antropológica e histórica de Luis Vicente Elías, o la del abogado experto en paisaje Antonio Lucio, quien recordó la intensa conexión con el vino, y la del arquitecto Albert Cuchí, quien alertó sobre el modo de vida adecuado al progreso, donde los residuos que genera la sociedad industrial no generan nuevos recursos, sino que contaminan, y añadió que “el progreso no tiene futuro” salvo si se van construyendo pequeños oasis, como los que tiene capacidad para erigir la viticultura: “ustedes, los viticultores, tienen la responsabilidad de construir paisajes”, interpeló a la audiencia.
Desde fuera
Una de las intervenciones más reveladoras fue la del Master of Wine inglés Tim Atkin, quien aludió al miedo al cambio del vino español, donde el flujo de calidad en España va de abajo (vinos básicos de grandes producciones y precio bajo) a arriba (vinos de prestigio) mientras que en regiones de Francia e Italia es justo al contrario; reivindicó un mapa de suelos como el que él mismo ha elaborado para Rioja, además de un cambio que obligue al “sistema” a tener en cuenta el territorio en lugar del tamaño del recipiente o los años de crianza. Cambiar la ley requiere convencer a los actores y a la gente, admitir que las cosechas son variables y afrontar la complejidad. Terminó con una frase contundente: “Recordad que las administraciones raramente hacen grades vinos, son los productores quienes los hacen”.
Entre los ponentes acudieron también productores extranjeros que hablaron de sus casos particulares, como Eloi Dürbach, de Domaine de Trevallon (Provenza) y Antoine Graillot, de Alain Graillot en el Ródano, además de los responsables alemanes de la asociación privada VDP, que se dedica a certificar vinos de calidad alemanes y es un sello creado para resaltar la calidad, con vocación de lobby defensor frente a la regulación germana, estructurada en torno a la adición de azúcar.
El encuentro puso sobre la mesa multitud de cuestiones que hacen del momento vinícola actual un verdadero caldo de cultivo para el cambio, como: ¿está España preparada para cambiar leyes que funcionan bien para los grandes operadores a costa de provocar precios medios bajísimos? ¿Es posible abrir la puerta a estos defensores del viñedo para que se prestigie de verdad la viticultura y con ella al resto del vino español, o permanecerá el establishment que legitima las quejas porque no se vende o se vende mal?
Atkin, experto y amante del vino español, considera a España un “león dormido” y cree que es momento de despertar. Pongamos, pues, el despertador en marcha.
El ejemplo de Granja Cando
No acudió al encuentro de viticulturas a pesar de estar involucrado en la elaboración de uno de los mejores vinos españoles, el berciano La Faraona, pero el viticultor (y granjero) Ricardo Pérez Palacios mantiene desde hace un lustro su propia batalla para evitar que se pierdan las tareas del mundo rural. Desde su Granja Escuela Cando, Pérez ofrece cursos para elaborar vino, excursiones a lugares para observar fauna, charlas sobre biodinámica para viticultores y mantiene viva la pasión por la agricultura, un sector que, mirado con sus ojos, los de un excelente hacedor de vinos y buscador de terrenos para elaborar vinos con alma, puede resultar contagioso.
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