A fondo: La Rioja Alta S.A.
Guillermo de Aranzabal: “Lo tradicional ha evolucionado”
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El presidente de La Rioja Alta (siempre con el S.A. por detrás para distinguirla de la subzona de Rioja del mismo nombre), es un hombre cercano y sin artificios que hace gala de la misma moderación y equilibrio que sus vinos. Amaya Cervera. Imágenes: Arcadio Shelk
Gracias al renacimiento de los riojas clásicos, los Viña Alberdi, Viña Ardanza o los Grandes Reservas 890 y 904 se beben lo mismo en Bilbao, Londres y Nueva York que en el Tíbet, a 4.000 metros de altura, donde de Aranzabal ha dirigido recientemente dos de las catas más exóticas de su vida.
- Dicen las buenas lenguas que sin su talante no podríamos haber disfrutado de las dos magníficas ediciones de La Cata del Barrio de la Estación.
Hacía tiempo que no me echaban tantos piropos (risas). Hubo un proyecto anterior de desarrollo del barrio que no salió y hace tres años la idea volvió a surgir durante una comida con el periodista inglés Tim Atkin. Al día siguiente hablé con el resto de bodegas y sí que hizo falta un poco de talante diplomático, pero a todos les pareció una idea estupenda. Lo cierto es que cada una de las firmas del Barrio de La Estación tiene una identidad tremenda por separado, pero el barrio como destino turismo y enológico no lo tenía.
- ¿Por qué es tan difícil que los productores españoles vayan todos a una?
El mundo del vino es pequeño en todos los sentidos, no solo como sector económico, sino también por el tamaño de las empresas. Cada uno tiene su marca y el amor propio y orgullo de lo suyo, así que somos bastante independientes. Isacín Muga (de Bodegas Muga) me dijo hace muchos años que los problemas entre las bodegas siempre han venido por la compra de la uva y no tanto por la venta de vino, y tiene razón. En general, somos remisos a hacer actividades conjuntas, pero es cierto que deberíamos tener más consorcios o asociaciones, sobre todo para temas internacionales. Cuando salimos al extranjero, las bodegas individuales somos muy poca cosa. Pero, por ejemplo, una Cata del Barrio de la Estación en Nueva York o Londres sería mucho más atractiva que siete catas individuales.
- La última edición se ha planteado como una defensa de los vinos de ensamblaje. ¿Se sienten las bodegas clásicas amenazadas por el movimiento terruñista?
Los vinos de terruño han venido bien porque durante un tiempo las bodegas clásicas hemos estado adormecidas. Pasa como con la nueva cocina; ahora la gente quiere volver a lo tradicional, pero lo tradicional ya no es como era antes; ha evolucionado.
- ¿No cree que las bodegas clásicas que se han mantenido al pie del cañón han salido reforzadas?
Las bodegas clásicas somos fruto de la mayor crisis en la historia del vino que es la filoxera, así que, en cierto modo, ya veníamos preparadas. En los años 90 se produce un giro hacia vinos de mayor color, intensidad y fruta, pero esa moda no se da al mismo nivel entre la prensa y los consumidores, ni afecta a todos los países. Esto unido al hecho de que nuestros vinos también han cambiado ha motivado que el mercado responda muy bien a su estilo amable y agradable de beber. Son vinos que acompañan bien platos diferentes y que no esconden el sabor de la comida.
- Haga autocrítica: ¿qué cosas hubo que mejorar de la herencia industrial de los años 70?
Tengo un amigo que dice: “Te voy a hacer una autocrítica” (risas). En las bodegas clásicas ha cambiado prácticamente todo. Lo primero, el viñedo. Ahora tenemos 100% de producción propia, los rendimientos son mucho más bajos, la vendimia se hace en dos pasadas, utilizamos satélites y el control de enfermedades es menos agresivo. Los procesos de selección son muy eficientes: usamos camiones refrigerados y hemos incorporado una máquina de selección óptica. En lo que atañe a la crianza, hemos rejuvenecido enormemente el parque de barricas. Cuando llegué a la bodega en 1987, la media de edad era de 18 años y ahora está entre cuatro y cinco, lo que nos ha hecho reducir algo los tiempos de envejecimiento.
- ¿Compensa trabajar con viñedo propio?
Económicamente es más caro y a menudo no vemos obligados a vender partidas. No todos los años nuestras fincas son las mejores de Rioja. Pero si lo vemos dentro de un periodo de 10 años estamos convencidos de que la calidad de nuestra uva es mejor que lo que podemos comprar. Hacia febrero-marzo, decidimos el destino de los vinos y vendemos a granel todo lo que no nos encaja. Por otro lado, gracias a nuestros ocho años de existencias podemos equilibrar los años malos. Las cosechas malas son necesarias para que haya cosechas buenas.
- Ninguna de sus filiales se acerca aún al renombre de La Rioja Alta S.A.
Con las filiales hemos buscado productos complementarios para consumidores más jóvenes, internacionales y vanguardistas que buscan vinos actuales, más potentes y menos sofisticados. Además nos da ventajas en temas comerciales porque aportamos más negocio al distribuidor y nos permite pedir más cosas a cambio. Lagar de Cervera ha sido el proyecto más obvio y el resultado en imagen es evidente. En Áster estamos contentos porque fuera de España está funcionando muy bien. En Torre de Oña quizás hemos sido más pasivos desde el punto de vista enológico porque la bodega iba bien.
- ¿Cuesta mucho explicar qué es Rioja a un consumidor en el otro extremo del mundo?
Rioja es un nombre conocido internacionalmente, pero entrar en detalles de subzonas y terruños es casi imposible. En Estados Unidos tienes que dibujar en una servilleta dónde está Europa, luego señalas Burdeos, Madrid y entre medias sitúas Rioja.
- ¿Y explicar qué es La Rioja Alta S.A.?
Es más fácil explicar los vinos modernos porque los franceses ya lo han hecho: solo uso las uvas de alrededor de la bodega, tengo una marca y utilizo roble francés. Torre de Oña se explica con un mapa de la finca, pero en La Rioja Alta S.A. se mezcla uvas de diferentes sitios y son cinco vinos de estilos distintos aunque utilicen las mismas variedades. Cuesta mucho de explicar.
- Le oí decir que su mercado número uno es Nueva York. ¿No es eso lo más trendy del mundo?
Es realidad, nuestro primer mercado es Estados Unidos, pero sí es cierto que en Nueva York vendemos más vino que en Madrid o en Bilbao. En Estados Unidos la clientela de vino es muchísimo más joven que en España, mientras que aquí los consumidores son de 35 años para arriba. Hace poco estuve en La Viña del Ensanche en Bilbao y me encantó ver a unos chicos jóvenes bebiendo una botella de Viña Alberdi, pero luego resultó que eran franceses. En España pasa lo contrario que en el resto del mundo.
- ¿Cuál es el cliente más antiguo de La Rioja Alta?
Los dos grandes mercados originales de la bodega fueron Cuba y Venezuela, pero han desaparecido. Cuando el último gobernador de Cuba salió de la isla, traía consigo a España vino de La Rioja Alta S.A. A Venezuela exportábamos vinos con un certificado del obispado para oficiar misa con él. El lugar de estos mercados fue ocupado por los ingleses. Además de ser grandes conocedores, los ingleses son muy fieles a las marcas y aprecian mucho contar con una calidad homogénea a lo largo del tiempo. Ése es uno de los motivos por los que creo que estamos tan bien posicionados en Inglaterra. Los americanos son menos fieles.
- ¿Hacia dónde van los estilos en el mundo del vino?
Todo se está complicando de una manera tremenda. Los vinos clásicos han cambiado, pero los modernos también. Ahora, por ejemplo, ya nadie pone 15% de alcohol en la etiqueta. Yo creo que hay una cierta confluencia entre ambos estilos. Lo más difícil en mi trabajo es distinguir modas de tendencias. Nosotros no podemos plantar cabernet porque se ponga de moda, porque para cuando saquemos los vinos dentro de 15 años ya habrá pasado la moda. Nuestra tarea es captar las tendencias como ha ocurrido con los vinos de más cuerpo y color. No sé cuáles serán las que marcarán el futuro, pero espero que podamos seguir adaptándonos. Nuestros vinos quizás no impresionan tanto como otros, pero dan placer y permiten seguir bebiendo.
Cata de los vinos del Grupo La Rioja Alta S.A.