Viaje Grand Cru
Una escapada a Burdeos, la ciudad más atractiva del año

Regada por el río Garona y jalonada por viñedos grand cru classé que producen grandes vinos, la remozada capital de la Nueva Aquitania seduce al visitante con su teatralidad, su sosiego y con una oferta culinaria de lo más integral. Javier Vicente Caballero. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
¿Qué ver en Burdeos?
Históricamente, el peregrino jacobeo recalaba en ella debido a la excelencia de sus vinos y a la calidad de sus pescados. Como desde hace siglos, aún es suculenta escala en el Camino hacia Compostela, si bien Burdeos ha actualizado encantos y reconocimientos. Ni pintado para el gourmand patrio le viene ese galardón de la guía Lonely Planet que la premia hoy como “ciudad más atractiva” para este 2017. Esto no es nuevo. El gran –y maldito– Stendhal ya se refirió a ella como “la más bella ciudad de Francia”. Y en 1830. La hermosura ha
vuelto. O se ha desembalado. Porque el destino, antaño plúmbeo y hermético y hoy alhaja de la Nueva Aquitania por mor de la nueva regionalización de Francia, resulta una delicatessen sorpresiva y sorprendente a dos pasos de nuestras lindes. Esta dama barroca y neoclásica, traviesa e ilustrada, ha acicalado sus monumentos de piedra caliza y ha perfumado con modernidad su viejo Garona, al tiempo que crepita en el plano culinario como pocas metrópolis, con una oferta ancha y en horizontal; desde tiendas de patés y caviares, canelés y chocolates (magnífica y centenaria casa Cadiot Badie), hasta ampulosos restaurantes con estrellas Michelin que conviven con económicos bistrots donde almorzar casi en la calle.
No solo de epicúreos asuntos vive el bordelés, porque no se cansan de enorgullecerse de sus tres afamadas “emes”: los pensadores y escritores Montaigne, Mauriac, y sobre todo, de Montesquieu, que además de dividir los poderes como la democracia manda fue un viticultor de aúpa: “El suelo, el clima la calidad de la planta y una vendimia oportuna”, dejó dicho el catalizador de El Espíritu de las Leyes, obra de 1748, y que desde entonces aconseja que el judicial y el legislativo vigilen los desmanes de los ejecutivos. Y viceversa.
Desde que en 1998 arribó la implosión colorista que conlleva celebrar un Campeonato del Mundo de fútbol, Burdeos dejó de lado viejos complejos, decadencias y mugres (y con una polémica alcaldía en manos absolutas de Jacques Chaban-Delmas desde 1947 hasta 1995), acometiendo una revolución total en sus fachadas y en su imponente monumentalismo. Desde que Alain Juppé llegó como nuevo regidor (y ahora que ya no tiene carrera hacia el Elíseo), este París a escala ha ganado espacios para el peatón, ha tendido una línea de 43 kilómetros de sostenible tranvía, ha dejado entrar de nuevo la luz en su glorioso y sensato urbanismo –obra de Tourny en el siglo XVIII– y se ha volcado definitivamente en disfrutar y revivir el río Garona, antes abandonado y encajonado entre almacenes, tinglados y feos muelles. Burdeos es calma, sosiego, armonía arquitectónica y slow food culinario. Y 29.000 hectáreas de espacios verdes. Burdeos invita al paseo y la contemplación de su teatralidad. Con su aire de gran decorado (son 347 los edificios clasificados como Monumentos Históricos y 1810 hectáreas clasificadas Patrimonio de la Humanidad desde 2007), la ciudad también ha tendido puentes con zonas de vanguardia como el Proyecto Darwin. Este laboratorio de networking y nuevas tecnologías está en boga, es lo más trendy, pero aún busca su acomodo. Cuenta con restaurante orgánico –Le Magazin General– y espera superar algunas trabas burocráticas que parecen lastrar su porvenir. La zona hipster se concentra en la plaza de Fernand Lagarde, lugar idóneo para un brunch o un café periódico en mano. Para el visitante religioso, aparte de las sendas jacobeas, las catedrales de Saint André y Saint Michel (y sus campanarios exentos) confieren el perfil espiritual a un lugar entregado a los placeres más mundanos.
Hoy tejados y cornisas de pizarra se alinean en paralelo a la corriente del que fue mejor puerto de Europa tras Londres, que comerció como nadie con el azúcar del Nuevo Mundo y que cinceló con su topónimo a sus vinos cercanos con una marca mundial sinónimo de calidad suprema. Al sur, como broche al río, el Puente de Piedra; unos cientos de metros más arriba, la Plaza de la Bolsa y su Espejo de Agua, con un efecto de nebulizado que desdobla la imagen del edificio y otorga bellas postales de atardecer. Rematando el meandro norte, como si fuera el Guggenheim aquitano, la sinuosa línea de la Cité du Vin se recorta sobre el Garona, edificio moderno que rinde culto al vino y que podría ser una copa de ambarino Sauternes oxigenándose en singular remolino. “Esto es un homenaje a la tierra de los vinos, no es un museo. El objetivo es transmitir la dimensión cultural del vino, que no es un alcohol, que tiene 7.000 años de historia y raíces en todos los lugares de la Tierra”, argumenta Phillipe Masol, su director. En un año llevan 320.000 visitas. Y subiendo. Junto a él, el novísimo puente Chaban-Delmas, con su tablero de 117 metros de largo y sus esbeltos cuatro pilares de 77.
Viñedo en Burdeos
El visitante de la vieja Burdigala suele sorprenderse hasta de los viñedos que jalonan la terminal de su aeropuerto de Mérignac. En estos pagos todo el mundo conoce a un sumiller, al dueño de un wine bar, a un panadero, a un pastelero que elabora canelés (ron, vainilla, azúcar de caña). La oferta gastronómica asalta en cada esquina. De hecho, hay un restaurante por cada 280 habitantes. Para abrir boca, nada mejor que pedir Lillet. Este aperitivo nació en Podensac, un pueblecito situado al sur de Burdeos, en 1872. Se trata de una sutil mezcla de 85% de vinos rigurosamente seleccionados y de 15% de licores naturales de frutas elaborados en esa localidad. Dicen que hasta el cóctel de James Bond lleva una dosis aquitana: tres partes son de ginebra, una de vodka y media de Lillet. Se agita con hielo y se sirve con una corteza de limón, y ya se tiene licencia para matar... en el cine.
Restaurantes Burdeos
A la hora del almuerzo o la cena, viejos bistrós y brasseries donde comer embutidos, quesos, ostras y lamprea a la bordelesa se dan la mano con propuestas de vanguardia con meses de lista de espera. Ya no está en los fogones de la Grand Maison el sublime Joël Robuchon, pero en plena plaza de la Comedia Gordon Ramsay (Le Pressoir d'Argent, en el Grand Hotel Intercontinental) rivaliza con Philippe Etchebest (Le Quatrième Mur, justo enfrente, en el seno del Grand Teatro) en cuanto a fama mediática, estrellas Michelin y preferencias de los autóctonos. Como testigo de este tour de force, la maravillosa escultura –una cabeza humanista– obra de Jaume Plensa (Barcelona, 1955) que se ha quedado a vivir junto a un recodo del tranvía y donde nace la kilométrica calle comercial de Sainte-Catherine.
Goya no eligió mal lugar para despedirse de este mundo y cincelar un legado revolucionario. El de Fuendetodos se exilió en Burdeos para largarse artísticamente, colocando la primera piedra (caliza) del impresionismo, como atestigua esa lechera que cuelga de los muros del Prado y que exhala el alma y la atmósfera de una ciudad iluminada por la razón.
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Agenda
Dónde comer
5 Place de la Comedie
En un decorado belle-époque, diseñado por el interiorista Jacque Garcia y con unas cristaleras al corazón de la ciudad, el celebérrimo Gordon Ramsay propone en el Hotel Intercontinental una cocina del sudoeste francés, típica brasserie pero con toques british. Hay fish & chips de alta gama, beef Wellington, pato, caracoles, pulpo y productos de temporada. Como colofón, tarta de limón con chocolate fundente (un must). Para los más sibaritas y para más refinamiento de vanguardia, el Pressoir d'Argent (una estrella Michelin, también de Ramsay) se acomoda escaleras arriba. P.M.: 70 euros.
50 rue du Hâ
Minimalismo, escandinavo y extremo, el que propone Grégoire Rousseau y su esposa en su escondida y diminuta sala. Pescados frescos, verduras estacionales y carnes francesas (pato, buey) se saborean con sutileza y con una ornamentación cabal y nada recargada. Propone un menú de mediodía con cuatro platos por 29 euros, y una cena con seis, por 52, maridaje aparte.
62 Rue Abbé de l'Épée
Uno de los lugares más en boga en Burdeos es la conjunción de este apabullante wine bar con restaurante de autor. Todo ello en un ambiente minimalista y delicado, solo para 20 cubiertos. "Quería una cocina simple, que el cliente la entienda, maridada con la selección de vinos más acertada", explica Tanguy Laviale, su chef. Menú degustación por 69 euros, o entrada, plato y postre, por 35 euros.
59 Rue Georges Bonnac
Genuinamente galo. Desde la espoleta del pan hasta los postres que abrochan la experiencia, pasando por la sabia combinación de verduras y carnes (garbanzos y tripas, magret, espárragos) que propone Daniel Gallacher en esta sala bautizada Raíces, como ese plato de ravioli de cangrejo con chorizo y remolacha, o el queso blanco y coral de erizo de limón confitado. P.M.: 55 euros.
Dónde dormir
3 Rue Lafaurie Monbadon
Esta imponente casa contemporánea ofrece habitaciones individuales cerca de todos los lugares de interés del centro. Abrió sus puertas en 1800 y hoy se ha actualizado con suites con jacuzzi, amenities de Hermès y mitomanía cinematográfica en sus paredes. Un gran placer. A partir de 300 euros la noche.
Una copa con misterio
1 Quai de Paludate
Homenajeando a la era del speakeasy y la prohibición nació esta coctelería "clandestina. A ella se accede casi por invitación, alojada en una vieja mansión a orillas del Garona y gobernada por un gran cuadro de Los Borrachos, de Velázquez. Su dueño, un inquieto coleccionista de botellas, ha querido desempolvar viejas mixologías en un lugar donde se concita los más granado de la sociedad bordelesa.
De frutas del mar
A La Boite à Huitres (38 Cours du Chapeau-Rouge) llegan a diario las mejores ostras de las costas de Bretaña, Normandía y Las Landas. A precios razonables y acompañadas de buenos vinos blancos o espirituosos de Reims, a este local acuden los lugareños, que no los turistas. Junto al Grand Teatro.
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