En México

Holbox, la isla de los piratas, el descanso y las langostas

Viernes, 31 de Marzo de 2017 Actualizada Martes, 30 de Agosto de 2022 a las 19:21:40 horas

En Holbox, en el Caribe, al norte de Quintana Roo, oasis de casas bajas y calles de arena, todo va y viene. Menos los pescados, los camarones y el marisco, que siempre figuran en los menús de sus restaurantes. David López

“Se va la paloma para no retornar…”. Francisco canta en un susurro tras sus gafas de sol y su camisa de cuadros desabotonada, sentado en la sala de espera de la estación de ferrys de Holbox. Se gana la vida, de pesito en pesito, como pide con la gorra en la mano, cantando a los viajeros dentro de los barcos, amenizando el trayecto de media hora que separa esta isla del golfo de México, bañada aún por el mar Caribe, de tierra firme. El espacio que aleja el continente de este pueblo de casas bajas, de calles de arena, de cochecitos de golf convertidos en taxis, de huellas de chancleta. Él llegó aquí, cuenta, por azar, hace tres años, desde la ciudad de Mérida en el vecino estado de Yucatán. Vino para dos semanas, para hacer una sustitución en un barco, para probar cómo era eso de cantar a los pasajeros, y se quedó. Holbox, a pocas millas náuticas de la Riviera Maya (de hecho, para llegar a la isla debe volarse a Cancún), resiste indemne al acoso del turismo de masas, de los hoteles de todo incluido y de las pulseras y cócteles de colores. En Holbox las construcciones no tienen más de dos plantas, los alojamientos son pequeños hoteles boutique o rústicos, sin vallas, a pie de playa; se pueden hacer rutas en barcos pesqueros a la vecinas isla de los Pájaros o de la Pasión, para avistar aves o, simplemente, para disfrutar la travesía y contar los azules del mar. En este paraje no caben las hordas de grupos de turistas con guía bajo cuyas sandalias no vuelve a crecer la hierba.

 

Pescado fresquísimo

 

Por eso esta isla de pescadores, que ahora vive sobre todo del turismo, explota tan bien uno de sus mayores atractivos: el de la gastronomía. Porque en realidad no se diferencia tanto la cocina de aquí a la del resto del estado. Ni siquiera a la del estado vecino de Yucatán. Como cuentan los cocineros en Holbox, son los mismos productos y la misma preparación. Lo que caracteriza toda la isla es, como lo define Edgar, del restaurante Viva Zapata, “que conserva su frescura”. Y eso en la comida significa, añade, “que aquí se ha pescado todo el mismo día, el marisco llega en barco y no empaquetado como a otros lugares”.

 

“Aquí viene la gente a relajarse y a meditar”, dice. “A buscar la paz”, añade. Y después continúa canturreando su canción mientras ve pasar a los turistas que se marchan ya, apresurados, empujando sus maletas y perdiendo con cada paso el ritmo isleño, la cadencia de sueño atrasado con la que se vive en la isla.

 

Todo en Holbox va y viene. Los viajeros lo hacen, en esos ferrys que durante todo el día unen la costa con este pequeño archipiélago al norte del estado de Quintana Roo. También los tiburones ballena, la gran atracción, con los que se puede nadar entre junio y septiembre. Y las tortugas marinas, en peligro de extinción, que orillan Holbox para desovar en abril y mayo. Y los flamencos, skyline rosa de los bancales de arena, que habitan la isla de abril a octubre. Hasta el wifi, animal casi mitológico por cómo lo invocan los viajeros, codiciado unicornio 2.0, va y viene. Pero, afortunados los amantes de la cocina, hay especies que no dejan la isla. La langosta, que sirven los restaurantes en todo tipo de formas, con estruendosas salsas picantes, en medallones desnudos, convertidas en risotto o sobre una base de pizza, siempre está disponible. También los camarones, gambas enroscadas con tamaño de langostino. Y los pescados que completan el menú más apetecible de este destino, las corvinas y los marlines que se comen en tacos, en burrito, o el mero con el que se prepara el tradicional tikin-xic, con pasta de achiote, salsa de chile y cocinado envuelto en hoja de plátano.

 

Holbox es, como lo llamaban los mayas, como significa su nombre, un “hoyo negro”. Así la bautizaron por el ojo de agua que hay al sur de la isla. Pero acertaron. Con el paso de los siglos Holbox se convirtió en un agujero negro, en territorio comanche refugio de corsarios. 

 

Con esa premisa básica de partida el único estrés posible será decidir dónde comer. Si optar por la propuesta más moderna y elegante del hotel Las Nubes, con raviolis de cochinita en salsa de chaya o pescado al achiote, por la más playera de Huacalito, el restaurante del pequeño hotel Casa Iguana, con menú de ceviches, tacos de pescado y burritos de camarones, o por alguno de los locales del centro del pueblo, incluidos, claro, que esto aunque sea una isla es México, los puestos de tacos de la plaza principal. A pocos metros de ella se encuentra una de las propuestas más llamativas: Miriam, un pequeño restaurante con una decoración exuberante de loros, vírgenes y velas que parece sacada de un delirio caribeño de Pedro Almodóvar. Apenas cuatro mesas en su interior y dos fuera y un menú donde, como cuentan Miriam y Ricardo, sus responsables, no se puede dejar de probar la salsa pasión, de maracuyá, y la salsa de café, ambas creaciones de la casa, que sirven con hermosos camarones a la plancha o en tacos de pescado.

 

Restaurantes de arena

 

Lo mejor de Holbox es que todo sucede en la calle. Que sus restaurantes son pura arena, como dicen los lugareños. Palapas en la playa u hoteles que se arriman a las orillas. Bares por la noche con barras abiertas a las calles donde las aceras se convierten en taburetes, como el Hot Corner, uno de los más populares, donde se mezclan mexicanos y extranjeros y se beben cervezas y margaritas. En Holbox no hay nada que hacer. No hay ruinas mayas, como en la costa vecina. Ni piscinas multitudinarias con barras de bar acuáticas y animadores con megáfono. Holbox es, como contaba Francisco, ese lugar donde buscar la paz. Donde olvidarse del wifi, donde caminar o montar en bicicleta buscando los manglares de los extremos de la isla o donde quedarse tumbado en la playa a esperar el atardecer rojo mientras se observa pescar a los cormoranes en bandadas que caen en picado con formación de escuadrón de la RAF. Una isla básicamente en la que tumbarse a aguardar a que el apetito, como todo, vaya y vuelva. Y vuelta a empezar. Como las tortugas y los flamencos. Como la paloma de la canción de Francisco.

 


 

Come, ama, contempla

 

Mezcal con zumo de frutas o con batido de cacahuete. Dice Sergio que esto es lo que tomaba Juan Rulfo para inspirarse. Que de este brebaje y de las confidencias, roto el secreto de confesión, de un tío sacerdote sacó todo lo que necesitaba para escribir Pedro Páramo, su mejor obra, probablemente la novela más importante de la literatura mexicana. Sergio, como Pedro Páramo, es de Comala, en el estado de Colima. Y bebidas como ésta se pueden probar en Holbox en el festival gastronómico Come, Ama, Contempla, que celebró en noviembre su quinta edición. Música en directo y una treintena de stands de diferentes restaurantes y hoteles de Quintana Roo, sobre todo, pero también de otras zonas del país, para degustar platos mexicanos con el toque particular de sus chefs. Como los Raviolis de camarón y cuitlacoche en salsa de chile del restaurante Du Mexique, de Cancún. “La complicidad”, como lo llama Sonya, la chef, “entre la cocina mexicana y la francesa”.

 


 

Dónde dormir en Holbox

 

Hotel Casa Iguana Un pequeño hotel con habitaciones que dan a la piscina interior o al mar, a 30 metros de la orilla.

 

Hotel Las Nubes Casi sobre el mar y con una de las mejores cocinas de la isla.

 

Dónde comer en Holbox

 

Restaurante Miriam

 

Plaza de Holbox. Mariscos, cremas y las dos salsas marcas de la casa: de café y de maracuyá.

 

Restaurante Viva Zapata

 

Avenida Damero. Platos tradicionales y una larga barra para tomar cervezas y cócteles

 


 

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