Renacimiento
Riviera Nayarit, el dulce despertar del oeste mejicano

Litoral de suaves playas y aguas cristalinas bajo el influjo de la Sierra Madre, islas escondidas, pueblos marineros y mineros anclados en el pasado... La Riviera Nayarit renace como una de las principales zonas turísticas de Méjico. Claudia Navarro. Imágenes: Aurora Blanco
Hay lugares que inundan el alma. Tierras y mares inolvidables por su belleza que se convierten en amigos para siempre cuando el carácter amable de sus gentes te arropa en tu visita. Riviera Nayarit es así. Su cocina es sabrosa, especiada, divertida, callejera o delicada, según el momento. Sus villas y playas te sumergen en un edén de color y de alegría. El clima siempre es bueno, cálido y acogedor. El verdor se empapa de azul llevando su salvaje foresta hasta el borde del Pacífico, en contraste con la Sierra Madre y el interior, donde el tiempo se ha detenido manteniendo intacto el encanto del pasado.
Un viaje por los 307 kilómetros de playas vírgenes permite descubrir un Méjico nuevo, que cedió prestigio durante años al Caribe y tiempo antes a las playas de Acapulco. Riviera Nayarit era la tierra de los huicholes (ellos prefieren el término wirrárika), hoy todavía presentes en comunidades pequeñas y aisladas. Sus campos recogen cultivos de aguacate, mango, plátano y piña (valoradísima piña miel, de gran dulzura). Sus mares, bravos y perfectos para el surf, nutren a su gastronomía de mariscos como los camarones y pescados como el guachinango, la lisa y el pargo, que se convierten en ahumados con madera de mangle, en aguachiles frescos y potentes o en pescados zarandeados en las brasas. Sus puestas de sol, con una Corona, Modelo o Pacífico (las tres cervezas más consumidas) en la mano, o sus noches de ritmo y música, de caballitos y margaritas, convierten este paraíso occidental en un lugar perfecto para una gastrovacaciones.
Una de las mejores iniciativas turísticas de Méjico ha sido la creación en 2001 de un reconocimiento especial a esas pequeñas localidades que por su historia, su legado y la preservación de su riqueza cultural merecen un lugar especialmente destacado bajo la denominación “Pueblo Mágico”. Dentro de esta clasificación tan peculiar se encuentran algunas localidades muy accesibles desde cualquier hotel costero de Nayarit, algunas a pie de playa, como la chic e intensa Sayulita, un pequeño pueblo de pescadores donde las penas desaparecen, la velocidad solo se asume sobre una tabla de surf y el ritmo pausado domina los días, a golpe de micheladas (bebida de cerveza, lima, salsa de almeja, chile y sal, principalmente) y “mal del cuerpo” (siesta), dando paso a noches llenas de vida. El ambiente retro setentero, las tiendas de artesanía local, enotecas como Sayulita Wine Shop (nos recomiendan probar los vinos Casa Madero, Monte Xanic o Ribero González), las puestas de sol en la playa, las tardes locas y divertidas… Sayulita es joven y ecléctica. Para comer, cualquier restaurante de la playa sirve magníficos pescados (por ejemplo, en Don Pedro's) pudiendo solicitar una tumbona gratis para descansar antes o después bajo una palapa. Y si se busca algo informal, los mejores tacos se sirven en Naty's a tan solo 15 pesos.
Muy diferente y en el interior, ya en tierras de Jalisco, las curvas no nos deben desanimar de conocer San Sebastián del Oeste, una antigua ciudad minera (oro y plata) hoy apacible y tranquila, de calles empedradas, casas blancas y marrones y buenos bares para tomar un caballito de raicilla, mezcal o tequila. Situada a más de 1.000 metros de altitud y rodeada de bosque de encina, roble y pino, mantiene toda la esencia de su origen con una imponente plaza central de casas datadas a principios del siglo XIX. Entre sus imprescindibles, el restaurante El Fortín con su galería de arte o las micheladas de camarón de La Barandilla, en plena plaza. En el camino, una parada en El Chacuaco, una panadería artesanal donde probar el choriqueso o la empanada de guayaba y piña; o una degustación de tequila o de raicilla en el restaurante destilería El Parral. El ritual siempre es el mismo. Se toma el vaso (caballito) tras una profunda inhalación y se exhala mientras se ingiere.
Parajes inolvidables
Buscando el lujo, la mejor marina de Riviera Nayarit quizás sea la de La Cruz de Huanacaxtle. Contrastando con la elegancia del embarcadero, una visita a su mercado del mar, de intensos olores y hecho para los locales, permite hacerse una idea de los pescados de bajura que recoge la bahía. Para degustarlos con todo su sabor, el restaurante La Peska. A pocos kilómetros nos espera Bucerías, en plena Bahía de Banderas, que debe su nombre a la práctica de recogida de ostras (ostiones) a pulmón. Junto a la playa, decenas de restaurantes y un bonito mercado de artesanía y ropa. Un buen lugar donde comprar alguna pieza de arte huichol, realizada con diminutas cuentas de colores, y uno de los lugares favoritos de los jóvenes por su intensa vida nocturna. Otra de las poblaciones de gran interés es el pequeño pueblo de San Francisco, con su luminosa playa cortada por fuertes olas perfectas para los surfistas, y su pasión por el arte que llena cada rincón de galerías, tiendas coquetas y centros culturales.
Saliendo al mar, a unos 100 kilómetros de la costa, se encuentra el Parque Nacional Islas Marietas, declarado Reserva de la Biosfera desde 2010. Sus caprichosas formaciones rocosas que se abren en grutas y playas insospechadas y sus transparentes aguas son un reclamo para el buceo y los deportes acuáticos. Allí se oculta uno de los paraísos naturales más imponentes del planeta, Playa Escondida, una pequeña media luna de arena accesible a nado, oculta de la visión y solo perceptible desde el aire. Un espectáculo inolvidable no siempre abierto al público.
Puerto Vallarta
Si las pequeñas poblaciones se muestran pintorescas, la ciudad tampoco pierde ese encanto colorista tan mejicano y especial, siendo considerada el segundo destino gastronómico del país tras la capital. Fundada en el siglo XIX y con origen minero, esta pequeña urbe costera de ambiente tolerante y gentes amigables ofrece multitud de bares, restaurantes y cafés al aire libre. El paseo por su malecón, con un vaso de agua de tuba (extracto de la palma con manzana y nuez), para desembocar en el barrio romántico y sus pequeños locales con carácter, es el plan perfecto para evadirse de los largos y cálidos días de playa.
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