Comer, beber, amar
Summmmmer
Pereza bajo el ventilador, la habitación se inunda de una luz blanca que atraviesa sin compasión los visillos, no suena el despertador, no se escucha nada. Mayte Lapresta
Huele bien. A menta, a sosiego, a sal de mar, a pan recién horneado. El verano saluda con su sombrero de paja y sus vinos fríos, con su gazpacho y sus espetos. Llega la recompensa al duro invierno, los contrapuestos que nos permiten valorar en la comparativa. El mundo está más cerca, hay tiempo para volar, para descubrir una nueva cala, para sumergirte en un ritmo distinto, con lengua diferente, sabores y colores nuevos. Los viajantes nos convertimos en viajeros, abandonamos el portátil y el trolley de cabina para buscar una gran maleta que llenamos de prendas pequeñas. Iniciamos la ruta con nuestra guía bajo el brazo, nuestro mapa en la guantera o nuestro gps conectado, disfrutando del camino y de cada parada. Los sedentarios se hacen nómadas. Los populares, puede que ermitaños. Da igual la opción que se elija. Estamos de vacaciones.
Restablecemos nuestras prioridades, recuperamos a los amigos, nos reconciliamos con hijos y pareja o nos encontramos con nosotros mismos en la soledad del retiro. Abandonamos el teléfono en cualquier rincón, que suene o no suene, yo estoy en la piscina. Buscamos la risa de esa cena familiar bajo el emparrado, ese vino compartido, esas confidencias de las largas sobremesas. Jugamos al fútbol, leemos un gran libro y terminamos sin prisa frente al televisor esa serie interminable. Hacemos eso que se llama descansar, aunque quizás estemos más activos que nunca.
Una suave bachata llega desde el chiringuito de la playa. Son las diez. Creo que voy a levantarme a hacer unos huevos y unas tostadas y tomármelos en el jardín ojeando una buena revista de gastronomía como ésta. No hay prisa. Septiembre queda lejos.
Feliz summmmmer.
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