El vino que viene
Balance del vino en 2018: tendencias y hábitos de consumo

El consumo se estabiliza, aunque tanto el consumidor como el mercado cambian a pasos agigantados, creando nuevos desafíos para los elaboradores. Analizamos las previsiones y las expectativas: en 2018, renovarse o morir. Mara Sánchez. Imágenes: Archivo.
Consumo y ventas de vino han seguido creciendo en este último año, como apuntan los estudios y números publicados, aunque el análisis pormenorizado proyecte luces y sombras. Las exportaciones continúan en ascenso, siguiendo la tendencia del pasado ejercicio, si bien lo que parece costar más es aumentar el precio medio al que se vende fuera –aunque la cifra también haya repuntado–, al igual que ese vino que exportamos sea más etiquetado y menos a granel. Éste es uno de nuestros deberes, al igual que lograr que continúe en aumento el consumo interno, una cifra que a día de hoy está en torno a los 21 litros per cápita (a partir de un total de 1.000 millones de litros consumidos al año, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente). Estabilizada la cifra desde hace cuatro años, permite al Observatorio Español del Mercado del Vino (OeMv) “ser optimista”, afirma Rafael del Rey, director general de la entidad.
Hay que recordar que aunque el mercado foráneo siga siendo uno de nuestros fuertes (somos el mayor exportador europeo), es verdad que la cantidad se ha visto reducida en pro de la calidad, esto es, exportamos menos pero mejor. El objetivo, o “la clave fundamental”, en palabras de Del Rey, “es tener producciones equilibradas con nuestras posibilidades de venta”.
La conquista más complicada
Conocidos los datos, lo interesante es averiguar qué forma tiene ese consumo que moderadamente se mantiene. E incluso crece. El triunfo de las erres (Rioja, Ribera del Duero, Rueda y Rías Baixas) continúa siendo incuestionable, pero las nuevas generaciones exigen algo más, entre otras razones, porque están vírgenes de referencias y sin fidelidad por zona alguna, aún sin favoritas. Viene apareciendo un perfil de vinos que resulta más atractivo a ese ansiado público, porque todo el sector lo anhela conquistar. No es la única razón, pero la creciente participación de este segmento en lo que al vino se refiere ha favorecido el nacimiento y penetración de productos distintos de lo que, hasta hace no muchos años, se hacían y vendían porque el cliente objetivo era otro.
Se trata de un público menos conocedor, pero sin complejos ni necesidad de saber para beber; al tiempo curioso, mucho más abierto y receptivo a probar, dejarse llevar y conocer cosas novedosas por distintas. Eso sí, un consumidor-comprador que rastrea vía on line información y opinión relativas a las etiquetas que prueba o compra, y para el que el continente es tan importante como el contenido, ayudándole a cribar entre la oferta existente mediante las sensaciones que les puede transmitir una botella, una etiqueta o un diseño.
Esta realidad quizá no justifique que el consumo se mantenga estable, no obstante sirve para explicar cómo, poco a poco, se está modificando el comportamiento de elaboradores y bodegas. Se percibe en el cambio de algunos mensajes con un lenguaje más directo, más cercano, menos técnico y complicado, al alcance de cualquiera. Una de las barreras fundamentales que eliminar por el sector para llegar a ese deseado consumidor.
Después, lo ecológico resulta interesante para una parte de los consumidores concienciados, aunque es verdad que por ahora representa un nicho muy limitado dado el rango de precio que caracteriza los productos de este tipo. En cualquier caso, los vinos con este perfil van haciéndose un hueco en el mercado nacional, si bien no con la fuerza que tienen fuera de nuestras fronteras en países con una asentada mentalidad bio. Éste es otro de los elementos que suman a nuestro éxito exportador: gran parte de los ecológicos y naturales que se están elaborando en España se beben en Europa. Esa buena acogida fuera anima a las bodegas a buscarla dentro, encontrando un público pero que todavía no representan de forma significativa en el cómputo global.
A grandes rasgos, sí podemos hablar de un nuevo tiempo en el que despuntan los vinos más ligeros, fluidos y amables, los que son fáciles de beber, con menor concentración y alcohol. Un estilo que se entiende mejor con este perfil de cliente (también por su precio más asequible) y que, en general, se puede interpretar como un nuevo rumbo para el sector.
El valor de la tierra
La defensa a ultranza de los productos kilómetro cero, convertida en tendencia gastronómica, puede equipararse en el vino a la importancia que en los últimos tiempos ha adquirido la tierra (el suelo) por encima del resto de circunstancias que influyen en el resultado final, proceso de elaboración incluido. A esto responde el protagonismo que están adquiriendo los vinos de terruño por el valor diferenciador que les aporta el lugar del que proceden. Es así como se han colocado en el mapa denominaciones en principio nada populares como eran Montsant, Priorat, Ribeira Sacra, Bierzo, Calatayud, Sierra de Salamanca… y tantas otras que sirviéndose de unas particulares condiciones geológicas y climáticas, en otros casos, han encontrado su hueco en el mercado entre ese cliente que busca cosas diferentes, vinos que reflejen la zona de origen en vez de rendirse a los brazos del perfil que funciona. El pueblo, la finca o la parcela son conceptos de enorme actualidad y muy valorados.
Vinos de moda
Los rosados y los vinos de Jerez también están de moda, aunque cosa bien distinta sea lo que representan en el cómputo general de ventas. Apreciación necesaria: sí es cierto que se están vendiendo más en los últimos tiempos teniendo en cuenta de donde veníamos. En cualquier caso, unos y otros han ganado presencia y visibilidad, aunque de distinta manera. Los rosados mantienen un consumo estacional, aunque no dejen de aparecer marcas con el común denominador del perfil provenzal (rosa pálido), en su mayoría con un grado más contenido, frutales, frescos, y acompañados de importantes inversiones en imagen. Ingredientes todos que han favorecido la aparición de un número de adeptos nada despreciables. Da buena fe el hecho de que sigan saliendo nuevas referencias a pesar de que su temporada fuerte se limite al periodo estival. Sin olvidar que son vinos que también están sirviendo como vía de entrada del cliente hacia otro tipo de elaboraciones.
Respecto a los vinos de Jerez, llevan un tiempo haciendo mucho ruido, llegándose a hablar de la sherry revolution, pero su consumo continúa resintiéndose, con un movimiento paulatino. Eso sí, se ha despertado el interés (ayudado por la pedagogía de buenos sumilleres, sus grandes embajadores) y se empiezan a despachar en barras por copas; por supuesto, finos y manzanillas, porque el resto son palabras mayores y mucho más complicadas de entender, el más importante hándicap que acompaña a estas joyas del Marco.
Calidad sobre cantidad
Está claro que las próximas generaciones no consumiremos el vino que en otra época tomaban nuestros mayores; el objetivo es lograr que lo que bebamos sea de calidad. Esta es la clave en el consumo interno y en lo que a exportaciones se refiere. Rafael del Rey, director general del OeMv, así lo apunta: “No es tanto vender mucho más sino vender mejor, generar más valor, y eso se logra por dos vías: mejorando más el envasado, e incluso en los graneles más caros, y cambiando los clientes. No es lo mismo vender a Francia –mercado de graneles baratos– que aumentar el comercio con Reino Unido, Rusia, China o Estados Unidos. Y esto es lo que viene aconteciendo en los dos últimos años”. En todo caso, según los últimos datos publicados, el pasado mes de julio el precio medio anual del vino envasado estaba en 2,18 € /litro, mientras que el del granel se situaba en 0,43 €/litro. Entre ambos, ha subido la media global 1,22 €/litro.