César Serrano

Los gustos y los caminos

El eterno viaje de Catalina

Sábado, 07 de Abril de 2018

La primera palada de tierra sobre el ataúd de Catalina Sánchez Muñoz sonó como un grito que, surgiendo de la tierra, le decía, ahora que ella está muerta es la hora del regreso. César Serrano

Del viaje a aquella ciudad gris del norte, que ahora acogía en sus entrañas el cuerpo de su madre, Juan Sánchez Muñoz no tenía memoria. Su memoria de aquel largo viaje a la niebla, al frío, era una memoria prestada a través de las palabras de ella, de las lágrimas de ella. El largo viaje había durado 65 años, 7 meses y 11 días. Hubo llanto en la marcha, y siempre la mirada escondida, sin atreverse a la palabra, solo lloraba mientras el tío Juan Sánchez Gómez miraba a las vías por donde debía llegar el convoy. A su llegada, el tío Juan alzó la voz por encima del gran bullicio y mirándola le dijo: “Recuerda, lo primero es ir al convento de la prima Dorotea, ella ya sabrá qué hacer con tanta vergüenza como llevas contigo”.

 

Subió al tren sin mirar hacia atrás. De vez en cuando detenía la mirada, las manos en su vientre y entonces, de nuevo, el llanto, las voces del padre, de la madre, del tío Juan y el miedo, el miedo a salir a la calle y sentir todas las miradas de Picote sobre su cuerpo ya grávido. Al final del viaje, esperándola en el andén, la prima Dorotea, con esa palidez en el rostro que solo tienen los muertos. Llovía como lo hace en el norte. El agua helada como la de los pozos al estío y la mirada de la prima fría como la del verdugo frente al reo. “No, Dorotea, lo que venga será siempre mío, se lo dices a mi padre, a mi madre, a tu padre, se lo dices a Picote entero”. Después, la Casa de la Madre, el alumbramiento, los días de interna en la casa de la familia Girauta, donde regresarían algunas risas, la universidad, su boda con Edurne, los hijos...

 

Cada vez le resultan más pesadas, más dolorosas las paladas de tierra. Solo le animaba el viaje y mirar los paisajes que se le negaron a la madre, también a él, y respirar, respirar el aire de la memoria que aparece perfumado por las jaras. La llegada a Picote fue cuando las sombras de la tarde cubrían Peña Negra y los cipreses ya habían desdibujado sus estiradas sombras. Al fondo del camposanto, el panteón de los Guzmán de Andrade, custodiado por dos ángeles inmaculados y coronado por una cruz.

 

De la mochila Juan Sánchez Muñoz sacó un spray con el que apuntó a los mármoles blancos que recubrían el panteón de los Guzmán de Andrade y con letra firme escribió: “Aquí yace un preñador sin entrañas”. Entró en el bar La Carrera sintiendo las miradas curiosas, pidió una cerveza y un revuelto de trigueros, ojeó el diario regional, pidió la cuenta y, sin mirar atrás, emprendió la vuelta a casa.

 


 

 

 

Revuelto de trigueros

 

 

Ingredientes

 

Seis huevos, un manojo de espárragos trigueros, aceite y sal.

 

 

Elaboración

 

En una cazuela ponemos agua y blanqueamos los espárragos trigueros (solamente las partes más tiernas). En una sartén vertemos un chorro de aceite y los salteamos para de inmediato verter los huevos enteros que iremos revolviendo con una lengua de gato a la vez que vamos retirando y acercando la sartén al fuego para, de ese modo, alcanzar el punto de untuosidad y melosidad deseado.

 

 

 

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