Los gustos y los caminos
Mayo

Hubo pocas palabras en el trayecto entre el Café Mabillon y el Pont Neuf, un recorrido que ya hicieron Antonio San Juan y Ermine Onetti. César Serrano
Sin decir palabra se acomodaron sobre el pretil del puente sintiendo bajo sus miradas el vértigo de un Sena que llegaba caudaloso y en el que parecían naufragar los pétalos y las hojas que el viento había desprendido de las florestas de la Île de Cité.
Y ahí acudieron a lo efímero de la existencia, también a la de los sueños, e iniciaron una larga discusión sobre si aquellos sueños del 68 habían sido náufragos de la impetuosa corriente del poder de los estados. “Sí, de aquellos días queda eso, el Estado; el Estado y nosotros”, se dijeron mientras hacían bromas respecto a las enormes camas italianas a las que acudieron aquel verano del 68, y de las que nacería después el primero de sus hijos, y donde él acabó siendo el spagnolo que no sabía comer espaguetis. “Nessuno, nessuno spagnolo sa mangiare gli spaghetti”.
Habían pasado 50 años desde que por primera vez se asomasen juntos a aquellas aguas que, entonces, les parecieron ajenas a la tremenda convulsión que vivía la ciudad, que vivía su universidad donde los dos estudiaban y que esos días ardía igual que ardían las calles y las plazas. Ardían a veces a través del fuego de la palabra, otras era el fuego del amor que todo lo podía, otras eran las barricadas frente a los bastardos del orden establecido. Siempre desde aquellos días, tras pasear París, acudían juntos al bello Pont Neuf a caminar como solo caminan los jóvenes amantes, deteniendo los pasos para besarse apasionadamente. Cruzaron de nuevo el Sena, esta vez por el puente de Saint-Michel, y a través del hermoso bulevar dejaron llevar sus pasos a su librería favorita, la Gilbert. Allí les gustaba acariciar los libros, olerlos… Sí, los libros guardan entre sus páginas unas veces el olor a tinta y otras, los de viejo, a menudo encierran algún misterioso perfume. Éste, el juego de los olores que llegan con los libros de viejo, siempre les apasionaba y les llevaba a construir historias que solo ellos conocían.
Cuando salieron de la Gilbert la luna asomaba sobre los tejados de la plaza de Saint-Michel, donde una voz rota por el tabaco y el pastís interpretaba a Georges Moustaki. Sería ya la media noche cuando sobre la fresca hierba de los jardines de Luxemburgo extendieron la bandera de la República y se amaron con la ternura que solo poseen los soñadores del amor. “Sí, este del amor –se dijeron– es sin duda y por encima de todo un acto revolucionario”.
Espaguetis al “Aglio e oleo”
Ingredientes
Elaboración
Hervir el agua. Poner el aceite de oliva y el ajo en una sartén grande a fuego medio. Agregar el perejil, la guindilla y un poco de sal. Remover bien y sacar del fuego. Cuando la pasta esté al dente volvemos a poner la sartén con la salsa a fuego lento. La colamos y la incorporamos a la sartén. Mezclamos hasta que la pasta esté impregnada de la salsa. Rectificamos de sal y servimos al instante.
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