Desde 1998
Vinoble mira al suelo y al patrimonio de albariza de Jerez
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La última jornada de Vinoble contó con una de las catas más conmovedoras (y reveladoras) de su trayectoria reciente, la que Ramiro Ibáñez y Willy Pérez dedicaron con una nueva mirada al suelo del Marco de Jerez. Raquel Pardo
Vinoble 2018, celebrado del 3 al 5 de junio en el Alcázar de Jerez, acabó en alto. Una feria que ha saboreado en sus nueve ediciones desde 1998 las mieles del éxito y sufrido el tener que abortar una entrega (la de 2012, por falta de presupuesto del Ayuntamiento y la renuncia de su comisario ese año, Jesús Barquín, miembro de Equipo Navazos) concluyó el pasado martes con lo que parece ser una puerta abierta al futuro, pese a las dificultades que conlleva organizar una feria de este calibre (vinos especiales, generosos, rancios y dulces de todo el mundo) sin amplitud de presupuesto y valiéndose, principalmente, del trabajo, el esfuerzo y la entrega de los participantes que se involucran en la preparación de estas tres jornadas de catas, maridajes y exposición de vinos.
Y la puerta la abrieron precisamente algunos de los representantes más jóvenes de la elaboración de vinos en el Marco, que en la feria se organizaron en un único stand bajo el nombre de “Territorio Albariza”. Allí, en las mesas que atendían en los Jardines de San Fernando Primitivo Collantes (Bodegas Primitivo Collantes, Chiclana), Armando Guerra (Barbadillo, Sanlúcar de Barrameda, también responsable de uno de los templos de vino del sur, Taberna der Guerrita), los hermanos Blanco (Callejuela vinos, Sanlúcar de Barrameda), Willy Pérez (Bodegas Luis Pérez, Jerez de la Frontera), Alejandro Narváez y Rocío Áspera (Forlong, El Puerto de Santa María) y Ramiro Ibáñez (Cota 45 y asesor de varias bodegas del Marco) se vivió un constante bullicio de asistentes ansiosos de conocer lo nuevo que se está moviendo en Jerez (entiéndase, en todo el Marco vitivinícola).
La vista al suelo
Porque este año, tal como afirma el miembro del comité asesor de Vinoble en esta edición, Juancho Asenjo, se quería acercar la feria a la realidad, alejarse de los míticos vinos de soleras viejísimas o sacristías (por otra parte, joyas siempre admiradas y respetadas por cualquiera que se acerque intentar entender la complejidad vinícola jerezana) y ver qué es lo que se está moviendo, precisamente, en el suelo.
Porque estos siete productores tienen su mirada puesta en la viña, en el territorio de albariza que puebla la región, aunque la alcen también para rociar vinos por la criadera. El suelo, ese ente que parecía diluido en el silencio del albero y los techos altos de las catedrales del vino jerezano, volvió a reivindicar su lugar en esta feria, y la acogida fue mayoritaria: el stand de Territorio Albariza fue un ir y venir constante de gente para conocer a qué sabe una palomino de Macharnudo sin crianza bajo velo, o conocer las diferencias de textura que proporciona Carrascal respecto a Añina; desmenuzar el jerez para aprender, de nuevo, a apreciarlo en su excepcionalidad.
Junto a ellos, las bodegas clásicas expusieron también sus joyas, magníficos finos, amontillados, palos cortados, vinos de almacenistas o soleras viejas, vinos con añadas y moscateles, estos últimos los más desconocidos del Marco.
También hubo espacio y protagonismo para los vinos clásicos elaborados mediante el sistema de criaderas y soleras, generosos andaluces de Jerez y Montilla, Huelva, Málaga, y vinos especiales valencianos, portugueses, canarios, franceses o húngaros que esperaban la visita de los profesionales entre las distintas estancias del Palacio del Alcázar en tres jornadas repletas de asistentes hasta el punto de tener que restringir las acreditaciones debido a la demanda, que superaba el aforo fijado por la organización.
Las catas, motivo para el optimismo
Uno de los mayores atractivos de esta edición de Vinoble han sido las catas, tanto las destinadas a los profesionales como las tres que se celebraron para el público general en la plaza del Arenal, en medio de los preparativos para el Corpus Christi que tuvo lugar ese domingo y a cargo del colectivo Sherry Women, el profesor Paco del Castillo y la jefa de promoción del Consejo Regulador de Jerez, Carmen Aumesquet .
Con una apertura que quiso rendir homenaje a esa visión internacional con la que se fundó la feria en 1998 por Carlos Delgado, su creador, los Grands Crus de Sauternes fueron los protagonistas de la cata inaugural, impartida por François Passaga.
En total, más de 20 sesiones de cata perfectamente organizadas a las que los asistentes acudieron previo pago y rigurosamente controlados a la entrada, asegurando así el servicio correcto y el cumplimiento del horario.
Más allá de organizaciones, de nuevo las estrellas volvieron a ser dos de los miembros de Territorio Albariza y su magnífica y emocionante cata, “Un paseo por las albarizas y los viñedos del Marco de Jerez”, que Willy Pérez y Ramiro Ibáñez prepararon exhaustivamente durante varios días, recogiendo nueve muestras de suelos distintos de albariza del marco y metiéndolos en cajitas con las que obsequiaron a cada uno de los asistentes. Este detalle no fue sino una muestra de todo el entusiasmo que volcaron estos dos estudiosos y apasionados del territorio en el Marco, mostrando la diversidad de suelos y la diferencia que puede marcar, en cada uno de los pagos tradicionales jerezanos, la cercanía o lejanía respecto al mar, que se suma a la altitud y, claro está, a la elaboración por parte de la mano del hombre. Una selección de nueve vinos se encargó de ilustrar esa división del territorio por pagos, una de las más antiguas que existen en España, y que parecía olvidada, ensombrecida por el protagonismo de las bodegas. Pero se ha vuelto a descubrir ese suelo en vinos como el UBE de Carrascal, Miraflores Alta, Amontillado El Armijo, Manzanilla La Charanga, de Maína, Dos Palmas de Forlong, de Balbaína Baja, Amontillado Las 40, de Añina, Vino Blanco La Riva, de Macharnudo Alto, Oloroso Barajuela de Carrascal, y el impresionante colofón de la cata, Carta Blanca 1940, de Macharnudo Alto, un amontillado que salió de la colección particular de Pérez e Ibáñez y que Willy definió con una sencilla frase: “Es uno de los grandes blancos no de Jerez, de España”, “trabajado excepcionalmente en la viña”, apostilló. Y añadió, para rematar una cata de ritmo casi frenético (por la falta de tiempo) que “Jerez tiene una calidad media muy alta, pero aún lo podemos hacer mejor”. Esa exigencia, esa creencia en que buscando de nuevo el suelo se puede mejorar el vino del Marco, terminó de despertar la emoción en la audiencia y, en la mayor parte de los casos, hacerles saltar las lágrimas en un episodio inédito (al menos para quien firma esta crónica) en el mundo del vino. Asistentes como la Master of Wine Sarah Jane Evans, sumilleres, distribuidores, periodistas o bodegueros salían por la puerta de la Mezquita, apremiados por la organización, con los ojos humedecidos y la sensación de que se estaba marcando un nuevo punto de inflexión en la trayectoria de nuestros vinos más especiales.
Por supuesto, hubo más catas, como la que impartieron Bernardo Lucena y Juan Márquez titulada “Historia de una Solera”, centrada en los vinos de Montilla- Moriles o, destaca Asenjo, el recorrido desde Miraflores Baja a Macharnudo Alto que contaron el enólogo Eduardo Ojeda y el profesor de Universidad Jesús Barquín, ambos miembros de Equipo Navazos y también conocedores del entorno bodeguero jerezano.
Tuvieron su hueco otros vinos españoles, como los espumosos que se cataron durante la exposición “Bendita oxidación”, por Toni Pérez (Gramona), donde se intercalaron, buscando similitudes por la acción de la autolisis y la oxidación, cavas y champagnes con finos y amontillados de Tradición y Barbadillo, incluyendo un exclusivísimo Reliquia. O los fondillones que presentó el Master of Wine Pedro Ballesteros y las Armonías Líquidas del “outsider” alicantino Felipe Gutiérrez de la Vega, fuera de la DO Alicante desde hace unos años, que presentó sus vinos con algunas de las piezas musicales que le dan nombre.
Además, vinos portugueses, italianos o franceses desfilaron por las distintas estancias del Alcázar en catas que registraron, en su mayoría, un lleno total que no se vio afectado por el cobro de la entrada, una medida que evitó la incómoda espera para reservar plaza que se vivió en la edición anterior.
La considerada en ocasiones como mejor feria de vinos del mundo (por el entorno, por los asistentes y por el nivel de los expositores) volvió con ímpetu renovado y la ilusión, por parte de productores y público profesional, de que Vinoble, que cumplió en esta edición dos décadas de existencia, no va a desaparecer.
González Byass inaugura su botellero histórico
En el entorno de Vinoble Jerez es un continuo movimiento de actividades paralelas que congregan la atención además de la propia feria, como la fiesta que organiza Bodegas Tradición en sus extraordinarias instalaciones, la que prepara Sánchez Romate en un local de la ciudad o, este año, la salida a la calle del Vinoble para el público con las catas en la plaza.
También ha sido el año en el que González Byass, una de las bodegas más potentes y uno de los mayores productores del marco, ha inaugurado su botellero histórico, alimentado con una colección de vinos viejos que inició el fundador de la bodega, Manuel María González Gordon, que ya guardaba alrededor del 1% de las existencias para guardar en el “aljibe”, lugar donde solo podían acceder algunas personas de la bodega. En los 90 González Byass comenzó a subastar algunos de esos vinos y se han ido sacando de forma limitada del aljibe para venderlos, pero ahora el botellero pone “orden” en esa colección y alberga más de 5.000 botellas de añadas viejas, vinificaciones especiales o rarezas como su Trafalgar: “Mi padre me dio las llaves del botellero y me estaba dando las llaves del tiempo”, comentó el enólogo de González Byass, Antonio Flores, durante la presentación de este singular (y bonito) botellero del que saldrán ejemplares exclusivos para venderse a particulares y que se nutrirá de vinos que ahora permanecen en botas, pero que se irán embotellando, comenta Flores, porque tenerlos inmovilizados es un riesgo.
Durante la presentación, que corrió a cargo del presidente de González Byass, Mauricio González- Gordon, junto al propio Antonio Flores y los Master of Wine Pedro Ballesteros y Sarah Jane Evans, se ofrecieron cuatro ejemplos de los vinos que alberga el botellero: un vino de añada de 1963; una añada de viña Amorosa de 1911, un oloroso ligeramente dulce procedente de la del mismo nombre en el Pago de Carrascal; un Matusalem de los años 30 y el moscatel prefiloxérico Pío X, un vino que procede de la variedad moscatel menudo blanco, plantado antes de la filoxera y que tras el paso de la plaga se sustituyó por moscatel de Alejandría. Este vino, con una excelente acidez en la boca y en perfecto estado, fue seleccionado por la bodega para regalar al papa Pío X por su coronación.