Para todos los gustos
Un paseo por Bristol, ciudad del movimiento gastro orgánico
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La capital del South West británico abandera el movimiento orgánico de las Islas, un destino calmado que ofrece una marmita de lo más sincrética: del street food emigrante hasta la excelencia de estrellas Michelin. Javier Vicente Caballero. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
Festivamente callejera y apacible como una buena lectura, oxigenada y ajardinada, veterano foco de Erasmus y nuevo imán para emigración española, Bristol reluce como una de las cities más atractivas de Reino Unido. Con un aire entre portuario, neogótico y victoriano, en esta metrópoli que roza el medio millón de habitantes conviven muros para los graffitis del misterioso Banksy, fachadas de campus surgidos como del birrete de Harry Potter, hoteles acristalados, puestos humeantes de mil orígenes y barcos donde recorrer canales que huelen a copita de sherry desde por la mañana, que por algo la capital del South West está hermanada con Jerez de la Frontera. La gastronomía se cuida y cotiza al alza como atractivo, superando los históricos tópicos que minan el débil prestigio culinario de la Islas. Tan verde es su corazón (Castle Park, Queen Square, Brandon Hill y la hermosa zona de Clifton) y tan brevemente azul su cielo sobre el que se recorta el Suspension Bridge que la ciudad aún saca pecho por su galardón como European Green Capital en 2015 y por ser de las primeritas en apostar de lleno por lo veggie. Y lo celebra con festivales como el VegFest (no es raro ver a multitud de jóvenes por la ciudad con camisetas donde se leen lemas como “la carne no es comida”), al que pone contrapunto el GrillStock –que se consagra a la más sabrosa y greasy barbacoa el primer fin de semana de julio– o el más intelectual Food Connections este mismo mes de junio, donde se entrelazan rutas y showcooking, chefs y agentes culinarios que debaten e imparten clases magistrales. En otoño hay semanas para el cóctel y la cerveza respectivamente, y también destacan las jornadas enológicas que organiza Averys, familia pionera en Reino Unido (desde 1793) en esto de comerciar con vino. El río Avon y sus sinuosos canales abrillantan aún más la contemplación y la calma, que contrasta con el bullicioso street food que viene de Jamaica, Marruecos, India, Italia o Paquistán en Saint Nicholas Market: pan de pita, dahl, cous cous, pollo con jerk y reggae, tartas locales y tés lejanos, flores, colorido y baratijas.
Bristol está mimando una oferta ecléctica no exenta de identidad: es posible empezar el día con porridge y granola en una piscina con spa, continuar con un brunch en lo que fuera un señorial sucursal bancaria, tomar gambas al ajillo genuinamente españolas, almorzar en un estrella Michelin que pareciera radicar en Copenhague, y disfrazarse de dandi en un garito clandestino llenito de mixología y personajes a deshoras. Intercaladas, no faltan las brewerys donde dar cuenta de pintas sin fin. En Whapping Warf, en el renovado muelle, cervecerías artesanales, containers reconvertidos en restaurantes y tiendas delicatessen ofrecen desde un estimable fish & chips de bacalao a queso Stilton de calidad o carne dry aged.
Mientras, en los ventrículos de la urbe, puestos callejeros y bancadas al aire libre, barcazas con aperitivo, cafés arábica como el purismo de esta bebida manda, el té de las cinco of course, a lo que sumar un estilo de vida muy slow, siempre pedaleando con cadencia poco revolucionada. Toda la oferta gastro (a la que añadir museos como el marítimo Being Brunel, el Bristol Museum and Art Gallery o el modernísimo Arnolfini), radica a no más de 20 minutos de paseo. Y en cuanto se pasan las costuras de la ciudad, ya plena campiña, se halla la respuesta al espíritu orgánico que alienta la ciudad: los proveedores locales tienen hincado el tenedor de una innegociable trazabilidad: from farm to fork.
Agenda
Dónde comer
The General Lower Guinea Street
Ecos de la más delicada y pura cocina nórdica (aquélla del Noma y sus secuaces) se filtran por la cocina abierta de Casamia. También un toque de vanguardia española, que por algo su chef Peter Sánchez-Iglesias lleva en el ADN hélices andaluzas por parte de padre. Un alumbramiento, un descubrimiento magnífico este soberbio estrella Michelin con platos sutiles, etéreos como el pez San Pedro o un pato memorable, perfectamente armonizados con vinos de Sudáfrica, Nueva Zelanda o Borgoña. El menú de nueve pases, 120 euros.
Whapping Warf Cargo 1
Toda una experiencia minimal cenar o almorzar en este container de mesas exiguas. La falta de espacio, todo un atractivo, se agranda con una cocina seria, de producto orgánico, en un local que autoproclama “moderna y estacional cocina británica”. La carta de vinos, igual de breve pero acertada. Opción de "mesa del chef" para comer en la barra y así detallar el trabajo de Elliot Lidstone. P.M. 70 euros.
Caledonia Place 42-44
Un lugar imponente que fue vieja sucursal bancaria, hoy atestado de arte moderno y art decò en sus muros y hasta en su branding, con una antesala donde tomar el té de las cinco y una preciosa barra vintage donde dar cuenta de espumosos o cocktails. Un espacio de amplios volúmenes que antecede a una brasserie luminosa e íntima donde ordenar carnes, salmónidos o risottos. P.M. 60 euros.
Dónde dormir
5-7 Welsh Back
Cómodo, cercano y funcional, con habitaciones amplias y sin tacha, este establecimiento junto al canal de Redcliff Bank Prince St. es perfecta sede para trazar rutas que lleguen cada rincón de la ciudad. Su desayuno se prolonga hasta más allá de las 10, en un salón a media luz, con decoración de lo más british; del punk a paisajismo. La barra, un punto de encuentro para afterwork. Desde 70 euros.
College Green
Con estatua de Su Graciosa Majestad Victoria justo enfrente de su fachada, disfruta de una estupenda ubicación junto a la catedral de Bristol. Desde 90 euros.
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