La buena racha bordelesa
Burdeos 2010
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En torno a los ríos Dordoña y Garona se sitúa la región de Burdeos, donde el sutil equilibrio varietal y las condiciones climáticas propicias, han originado una excelente cosecha. La calificación es fruto de un delicado sistema. Antonio Casado
La cata en primeur (en primicia) de la añada 2010, celebrada en abril de 2011, se saldó con la calificación de excepcional para la misma. Un año después llega por fin al mercado y es sin duda el mejor tiempo para una más sosegada y certera evaluación.
Sin embargo no hubo sorpresas. Si hubiera que resaltar un rasgo de la 2010 ya embotellada y lista para el mercado este sería el de la identidad. Al menos en esta primera década del siglo no se recuerdan vinos que respondan tan exactamente a los variados perfiles territoriales: Margaux era más que nunca Margaux (que alcanza en Rauzan-Ségla y en nuestra opinión su más elegante exponente), al igual que Pauillac con Lynch-Moussas, o su vecino meridional de Saint-Julien con los châteaux Branaire-Ducru o Beychevelle. Burdeos vuelve por sus fueros y encadena dos añadas excepcionales consecutivas, para regocijo de –-sobre todo-– sus afanados brokers, que suman y siguen con una precisa y preciosa delectación.
Vino y negocio
Son varias las trabas que se dan a la hora de un correcto entendimiento de la región de Burdeos. La primera de ellas es sin duda la naturaleza de su mercado, que parece suceder más en el parqué de lo bursátil que en la suma cualitativa de viñedo y bodega. Los châteaux o propiedades de la región no pueden vender sus vinos directamente, sino a través de los négociants legalmente establecidos que toman la función de intermediarios.
El precio del vino lo fija cada château en razón a la calidad de la añada, que se decide tras una cata oficial de los vinos en barrica por parte de un restringido grupo de expertos. Para esquivar la polémica (o tal vez para encenderla), uno de los más notables négociants bordeleses, Millésima inventó una fórmula que viene repitiendo desde 1990 (con la añada 1988), y es la reevaluación un año después de la cata en primicia de los vinos ya embotellados y listos para salir al mercado. De este modo, tal vez ciertos críticos puedan hacer examen de conciencia, aunque de poco sirva dado que el precio fue fijado un año atrás en una fácil ecuación que suma a la ya mencionada calificación de añada (por ejemplo, 18 sobre 20) una antañona jerarquía de los châteaux que data de 1855 y que en demasiadas ocasiones no es reflejo cualitativo fiable del devenir contemporáneo de las propiedades. El sistema parece funcionar y los vinos de Burdeos se venden a precios significativamente altos año tras año (en algunos casos hasta un 20% de incremento en 2010 sobre los ya elevados de la 2009), con lo cual la lógica dicta que “mejor no tocarlo”.
En clave geográfica
La coincidencia de dos de los más notables críticos, la inglesa Jancis Robinson y el estadounidense Robert Parker, representantes respectivos del gusto europeo y del americano y personajes por lo general muy inclinados a diferir, parecía saldar toda polémica en torno a la verdadera calidad de la añada 2010. Aun así, resulta difícil explicar solo en clave de calificaciones un territorio relativamente pequeño con tan extraordinario número de denominaciones (llamadas appellations) singulares. La región de Burdeos es una horquilla de dos ríos, el más septentrional Dordoña y el Garona, en cuyas márgenes derecha e izquierda–respectivamente– se sitúan las denominaciones más cualitativas.
A este territorio hay que añadir la margen izquierda del estuario conocido como La Gironda, que surge de la confluencia de ambos ríos unos kilómetros al norte de la ciudad de Burdeos e incluye las denominaciones históricas del Médoc, las cuales, junto a las de Graves (margen izquierda del Garona, y al sur de la ciudad) constituían el grueso de propiedades presentes en la clasificación de 1855.
Tal vez la clave más efectiva para la evaluación de añada es la varietal, que nos presenta la implantación mayoritaria de la cabernet sauvignon en la margen izquierda y la merlot en la derecha. Hay un rasgo inusual en torno a 2010: la merlot fue la última variedad en vendimiarse tanto en la margen derecha, su feudo tradicional, como en la izquierda, donde está bien representada. Posiblemente este hecho sea el que explique el más parco comportamiento en cata de aquellos vinos de la margen izquierda en cuyo coupage encontramos altos porcentajes de merlot además de cabernet franc, sin duda la peor parada de la tríada varietal más común en la región y que sin duda requiere para su mejor maduración un patrón climático más fresco que el que se dio el verano de 2010.
La virtud del equilibrio
De lo dicho en el párrafo anterior se desprende que uno de los factores claves en la comprensión cualitativa de Burdeos es el equilibrio varietal. Por ejemplo, la extraordinaria calidad en Graves y Pessac-Léognan (una media de 93 puntos para la docena de vinos catados) en este 2010 puede deberse no solo a los altos porcentajes de cabernet sauvignon que tienen propiedades como Carbonnieux, Chevalier, Fieuzal, Latour-Martillac o Smith Haut Lafitte, sino igualmente al mimo con el que tratan a una merlot que además encuentra perfecto acomodo en los suelos guijosos y más frescos de esa denominación. Asimismo, cuando Robert Parker señala la grandeza de la 2010 y su enorme potencial de envejecimiento en atención a los buenos niveles alcohólicos y ácidos junto a una notable y suculenta tanicidad, sin duda está aludiendo a la mejor expresión de la cabernet sauvignon y al fenomenal equilibrio que esta alcanza con una merlot que en los últimos años ha sido clave no solo del auge de las denominaciones en cuyo viñedo es mayoritaria (Pomerol y Saint-Émilion). También ha sido bisagra esencial en el resto del territorio bordelés, posiblemente por el mejor modo en que su carácter se acomoda a la filosofía contemporánea de Burdeos, que no busca la extracción y la longevidad sino una mayor inmediatez en la expectativa de consumo, la cual rara vez supera ahora los 15 años.
La verdad del vino
Un par de reglas no escritas pero curiosa y relativamente precisas parecían señalar a la 2010 como excepcional desde el punto de vista de la calidad incluso antes de ser recogida. La primera dicta que desde el 1985 hasta la fecha las añadas excepcionales han sucedido exactamente cada lustro. En caso de duda sobre la ocurrencia de esta regla, acude al rescate una segunda que pinta parejas de añadas abrazadas en el más alto segmento cualitativo ya desde las del 1928/29 hasta las más recientes de 1985/86, 1989/90 y 2004/05. Con ello, la añada 2010 estaba condenada al éxito, aun más cuando ha sucedido en pleno auge del efecto asiático: son numerosos los críticos que han señalado que nunca antes habían sido testigos de tan descomunal despliegue de compradores asiáticos en torno a los en primeur como en los de hace un año, asunto que seguramente ha facilitado el singular signo cualitativo de la añada. Al fin y al cabo, en esta pequeña esquina del continente europeo las cosas siguen atentas a los mismos, antiguos y sólidamente contrastados patrones tanto de elaboración como de evaluación, con lo que solo queda por ver cómo afecta a estos la en principio muy bienvenida injerencia asiática.
Esperemos que al menos solo una cosa cambie en la invariable esfera bordelesa, y es la necesaria revisión de las categorías, que inclina a una moderada desatención a todos aquellas propiedades que no fueron incluidas en el listado del 1855, la de algún modo dictadura invisible de los cru bourgeois, cuya bondad moderna solo puede juzgarse en forma de equivalencias, como es el caso del excepcional Sociando-Mallet de Haut-Médoc, al que se equipara a un troisième cru (de un total de cinco categorías) de 1855: no solo se muestra descomunal en equilibrio y expresión en 2010, sino que además su propietario, Jean Gautreau, ha promovido una rebaja de su precio superior al 15% respecto al 2009. Toda una declaración de (buenas) intenciones.