Los gustos y los caminos
De satén

Cuando Nicanor Gutiérrez Alonso bajó la trapa de la tienda de ropa interior femenina que inaugurara su abuelo, le estaba echando el cierre a toda una vida. César Serrano
Al día siguiente sería noticia en la prensa local: “Corsetería Nicanor cierra sus puertas tras 95 años en la calle Almendral”. Llovía, una lluvia tranquila, una lluvia que hacía fluir con fuerza el olor a azahar de los naranjos de la plaza del Conde. El rostro de Nicanor Gutiérrez era un retrato de la amargura.
Fue su abuelo Nicanor Gutiérrez Ponzano quien le enseñó los secretos del delicado oficio. “La mirada –le dijo el primer día que acudiera como meritorio a la corsetería– siempre ha de ser discreta, pero atinada en el tallaje, que habrás de guardar en tu memoria, y nunca, nunca rozar siquiera los senos de ninguna clienta”. Nicanor Gutiérrez Alonso siempre fue un hombre solitario, un poco taciturno y parco en palabras salvo con aquellas que le eran propias del léxico de la lencería: crepé, balconette, cambray, salto de cama, culottes, media copa, push, encajes... Había construido todo un mundo particular de fantasías alrededor de las señoritas y señoras que llegaban a la Nicanor. En él a menudo se veía alejado de las enseñanzas del abuelo y acariciaba sus senos redondos; los miraba en su tentadora perfección y les ponía nombre, mirada, boca, voz, sonrisa…
Los largos años en la corsetería habían hecho de Nicanor Gutiérrez Alonso un hombre discreto en la mirada y todo un especialista en la talla de cada una de las clientas de la tienda que fuera de su abuelo, que fuera de su padre, y que él, sin descendencia, puso fin, no solo al negocio familiar sino también al apellido.
Cuando llegó a casa, tras su definitivo adiós a la Nicanor, dio un beso a la madre anciana y con ella en silencio compartió una reconstituyente sopa de ajos. Terminada ésta, llevó a su madre a la alcoba que un día compartiera con el padre muerto, la acostó y comenzó a leerle una de las historias de “Cinco Historias del Mar”, de Josep Pla. A la madre, que nunca había visto el mar, le gustaba acudir al sueño sintiendo el mar desde la mirada ampurdanesa de Josep Pla. Tras la lectura, Nicanor Gutiérrez encaminaba sus pasos a la segunda planta de la casa y allí, en un gran salón habitado por maniquíes forrados de satén del color de los melocotones madurados al sol, encendía un viejo giradiscos, ponía música francesa y bailaba con el maniquí que sabía de Carmen Dicenta, y que lucía un sutil modelo de Ferrero París. Mirando al maniquí inmóvil se preguntaba qué habría sido de Carmencita Dicenta a la que no había vuelto a ver desde su boda con un diplomático abisinio.
Sopa de ajos
Ingredientes
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