Grandes bodegas españolas
Torres
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Respetando la tradición de una saga que se remonta al s. XVII, Torres se ha consolidado como una de las empresas vitivinícolas más solventes del planeta. Su secreto es saber identificar las diferentes demandas del consumidor. Juan Manuel Ruiz Casado
A los expertos en vinos (todos presuntos), quienes desean saber si sus adquisiciones van por buen camino les preguntan por los blancos Viña Esmeralda o Viña Sol, por el rosado De Casta, marcas inasequibles al desaliento de los mercados, respaldadas por décadas de vida (Sangre de Toro se comercializa desde 1954) y por una red de distribución internacional, he aquí una de las claves de su éxito, cuyo esplendoroso despliegue tratan de imitar empresas de todos los sectores. No hay segmento de mercado en el que Torres no tenga una opción dispuesta a fajarse sobre la lona de la dura competencia; ni posibilidad de negocio, ni estrategia o tendencia, que no hayan sido ensayados por la maquinaria empresarial de la familia.
Cosas de familia
Como dice la Wikipedia, Miguel Agustín Torres Riera, nacido en 1941, es el actual Presidente y Consejero Delegado de Bodegas Torres. Tiene hermanos (dos: Juan María y Marimar), esposa (la pintora alemana Waltraud Maczassek), hijos (tres: Anna, Mireia y Miquel, los dos últimos dedicados al negocio vinícola familiar en puestos de responsabilidad, Mireia al frente de Jean Leon y de la bodega del Priorato; Miquel, dirigiendo la bodega de Chile), ha escrito libros y recibido reconocimientos, como empresario y vinicultor, que exceden las dimensiones de este reportaje.
El hijo del licenciado en Farmacia Miguel Torres Carbó heredó a la muerte de su padre, en 1991, la presidencia de un grupo bodeguero cuyos orígenes se remontan al siglo XVII, aunque de manera oficial se admite el de 1870 como año fundacional de la empresa. Caben en ella todos los avatares (todos los horrores, diría Benjamin) que el ángel de la historia ha ido dejando a su paso por el tiempo: la peripecia del indiano Jaime Torres, uno de los fundadores, que marchó a Cuba y volvió enriquecido; los desastres de la guerra: en enero de 1939, los bombardeos aéreos destruyeron la bodega familiar; los éxitos comerciales recién inaugurada la década de los cuarenta.
La historia la hacen las personas, y las que nos ocupan han puesto su granito de arena para hacer la montaña de referencias comercializadas con el apellido Torres y distribuidas por casi ciento cincuenta países. El matrimonio de Miguel Agustín Torres con Waltraud Maczassek, en la década de los sesenta, contribuyó a que el mercado germano se mostrara más receptivo con los vinos de la bodega catalana.
Alemania ocupa el puesto número 5 en la lista de las ventas del grupo durante 2011. Como el mismo Miguel Torres reconoce, lo que a menudo se vende como ejemplo de una estrategia comercial atrevida y visionaria (el marketing obliga), no es más que fruto de peripecias vitales que siempre tienen algo de azaroso. A Dios lo suyo, y a la vida lo que le corresponda. A partir de 1975, año en que Marimar Torres, hermana del patriarca, se decide a vivir en San Francisco, las exportaciones de los vinos de la familia en Estados Unidos tuvieron un crecimiento sobresaliente. En una década, pasaron de 15.000 cajas a 150.000, según datos facilitados por la propia firma, a lo que hay que sumar la construcción de una bodega nueva tiempo después, Marimar Estate, en el prestigiado Russian River de Sonoma.
Más controvertida resulta la implantación en Chile, donde Torres compró un centenar de hectáreas de viñedo a finales de la década de los setenta, cuando los vinos del país andino no podían soñar con el feliz desarrollo que tuvieron décadas más tarde, y la carmenère casi seguía confundiéndose con la merlot. Se ha especulado mucho sobre la base empresarial que sustentó este salto transoceánico, difícilmente justificable por dictados de la viticultura visionaria. ¿Entonces, por qué Chile? “Le diré una cosa”, se confiesa Miguel Torres. “Mi familia sufrió mucho durante la guerra civil. Lo perdió todo y tuvo que empezar de nuevo. No podíamos consentir que eso volviera a ocurrir, y esta fue la razón por la que invertimos en Chile. Si en España nos quedábamos otra vez sin nada, al menos allí tendríamos la oportunidad de seguir dedicándonos a hacer vinos. Es verdad que antes, cuando mi padre vivía, no lo contábamos así. Pero hace tiempo que mi padre falleció. Hoy estamos muy orgullosos de nuestra bodega chilena. Los tintos de la variedad carmenère resultan cada vez más delicados, se han desprendido de esa rusticidad que tenían hace años. ¿No lo cree usted así?”.
El valor de las fincas
A diferencia de esas bodegas de amplio catálogo en las que todo parece desordenado y confuso, y donde sin piedad unas marcas vampirizan a otras, admira la claridad con que se organiza la pirámide de los vinos de Torres. Cada elaboración ocupa el lugar que le corresponde en el escaparate, y este se ofrece como un conjunto dispuesto por una apreciable voluntad de orden.
Los vinos procuran vivir en su propio espacio sin comer el terreno de los otros y sin marear en exceso al consumidor. Desde el “desalcoholizado” Natureo hasta el Reserva Real, un tinto de compleja profundidad hecho a partir de 2 hectáreas en Santa Margarita d´Agulladolç, el rosario de marcas de la factoría Torres responde a una sensata combinación de criterios de precio y calidad, de estilos bien definidos ya sea por el carácter varietal de los vinos, el modo de elaboración, la procedencia, sus rasgos organolépticos y, lo más importante, dónde van a venderse y a quién se destinan.
La guinda de la tarta fue la inauguración en 2008 de la nueva bodega en Pacs, Waltraud, una modesta obra faraónica, por decirlo así, cuyas dimensiones permitían convertir las visitas de los turistas en un espectáculo moderno y atractivo a la vez que hacían posible reunir bajo un mismo techo los vinos importantes de la casa hechos en España, los llamados “de finca”. En una disposición muy teatral, el patio de la bodega, versión actualizada de los viejos claustros, recorre las posibilidades que hoy ofrece la punta del iceberg Torres, blancos y tintos sometidos a su particular proceso de elaboración en una misma y colosal nave de barricas a la que se accede por diferentes puertas.
A vueltas por el mundo
Cada paso que da Torres, tanto en el interior como en el extranjero, cada uno de sus pestañeos inversores, provoca un aluvión de comentarios y especulaciones en el sector. Convertida en talismán del éxito, la empresa familiar es observada con lupa por la competencia, sabedora de que, cuando Torres se asoma al río, es porque el río lleva peces.
El cambio del siglo no ha podido ser más fructífero en la conquista de territorios nuevos, que han llevado a esta firma a la Ribera del Duero (Celeste), a Jumilla (compra de viñedos en Tobarra), a Rueda, (Verdeo), a Toro (40 ha en el entorno de San Román), al Priorato (Salmos) o a la mismísima Rioja (Ibéricos). El patrón de estos vinos, aunque con diferencias que habría que matizar en cada caso, es fiel a un estilo al que los equipos técnicos de la firma tienen bien cogida la medida: tintos y blancos sin grandes pretensiones, de factura impecable, aptos para el entendido y para el que empieza a iniciarse, siempre dispuestos a dar la cara, y seguros de agradar al consumidor medio.
Al mismo tiempo, Torres no ha dejado de crecer allende nuestras fronteras, e incluso puede decirse que ha reforzado esa voluntad internacional que está en los orígenes de la compañía. En 1997, la empresa contaba con un trabajador en China, que imaginamos ahogado en un océano de dificultades. Hoy son casi trescientos los que forman su plantilla de “misioneros” en un país que hace unos meses batió su propio récord de usuarios de móvil (más de mil millones), y que continúa siendo la gran esperanza de salvación de todos los sectores de la industria mundial. Torres Wines of China es la tercera empresa de distribución del gigante asiático. El empeño chino nos revela una pulsión internacional que incluye participaciones en empresas de Noruega, Finlandia, Estados Unidos, México, Cuba o Reino Unido. Más del 70% de los vinos producidos por Torres se destinan a la exportación. En este ambicioso terreno de juego, India parece la nueva bomba comercial de la familia en el futuro. Como ya ocurriera en China, la estrategia pasa por cuantiosas inversiones (hasta el momento, alrededor de un millón de euros) sostenidas sobre una joint-venture que al menos asegure una buena posición en espera de que se ablanden las leyes proteccionistas del país. Arriesgar y aguardar. Que a nadie le quepa duda, cuando llegue el momento en India o en cualquier parte del mundo donde haya gente dispuesta a beber vino, Torres estará allí.