A golpe de buenas ideas
Bodegas frente a la crisis

Aunque no puede decirse que reine el optimismo, no todas las bodegas ven la botella medio vacía. Algunas pueden incluso estar orgullosas de haber tenido ideas que han contribuido a que los efectos de la crisis sean menos severos. Juan Manuel Ruiz Casado
Anticiparse a los problemas y proponer soluciones antes de que la situación sea irresoluble son magníficos medidores de la capacidad de reacción y de los recursos con que cuenta una firma bodeguera. Desde la apertura de nuevos mercados al desarrollo de una marca competitiva, pasando por un sensato ajuste de los precios, o tal vez por el mantenimiento de una estrategia en la que se ha confiado desde el principio y no hay por qué cambiarla, el grueso de las bodegas españolas ofrece interesantes ejemplos de comportamiento que están empujando la puerta de la ilusión. De estas y otras medidas, y de los frutos de las buenas ideas que se tengan a partir de ahora, dependerá la suerte de una industria obligada a exprimir sus recursos de la manera más inteligente posible. Es la hora del ingenio y de la audacia.
Enate, el fruto de la necesidad
A menudo no hay nada mejor que sufrir un problema para tener una buena idea. Cuando la competencia comenzó a endurecerse en el segmento de los vinos para tomar por copas, algunas bodegas vieron cómo sus productos perdían toda posibilidad de figurar en las ofertas diarias de los winebars. Fue el caso de bodegas Enate, expresión de un Somontano que parecía haber agotado las artes seductoras de hace una década. Los grandes vinos de la firma, de estilo ambicioso y precio medio o alto, difícilmente podían amoldarse a la vida azarosa que siguen los servidos por copas. Este papel lo acabaría desempeñando el tinto Tapas, fruto de una idea sostenida por un fundamento comercial impecable que ha rediseñado la base de la pirámide sobre la que se levantan los vinos de Enate. La bodega ha reducido su producción de crianza a medida que Tapas ha ido afianzándose como un tinto “joven, sencillo y democrático, pero sin renunciar a cierta solidez y corpulencia”, en palabras del enólogo Jesús Artajona.
Tal vez el mérito más destacado de este tinto sea precisamente el de haber logrado amplitud sin la colaboración de la madera. Las tres añadas que han salido al mercado hasta el momento (2009, 2010 y 2011) responden al perfil de un tinto de precio ajustado (por debajo de cinco euros) cuya elaboración no ha supuesto la menor relajación técnica. Más bien al contrario. La golosa amabilidad de 2009, menos perceptible en 2010, que resultó algo más seco, regresa en el último Tapas comercializado favoreciendo un trago fácil y sin pretensiones. La falta de prejuicios gobierna el proyecto con una etiqueta polémica que rompe con la seriedad y la altura artística que distingue la estética de la bodega. Quienes han venido abogando por la reducción del discurso vinícola a su expresión más elemental, siguiendo exitosos modelos del Nuevo Mundo, tienen en Tapas un primoroso ejemplo de efectividad y de adaptación al contexto. Imaginemos la pizarra de un bar de vinos y sobre ella las ofertas de la semana. En torno a 1,80 euros la copa, Tapas 2011, de Enate. Está claro, ¿no?
Compañía bodeguera de Valenciso. Sin novedades en el frente
En estos años en los que nada se ha estado quieto, admira el comportamiento de una bodega y de un vino, Valenciso, que han escapado milagrosamente a la producción de novedades dictadas más por el capricho de la moda que por un criterio de necesidad. La compañía de Carmen Enciso y Luis Valentín se sitúa en los antípodas de los catálogos de bodegas saturadas de referencias, donde unos vinos pisan a otros y cada nueva etiqueta brilla a fuerza de vampirizar a la anterior. Casi sin hacer ruido, las añadas de Valenciso han ido componiendo una especie de modelo de comportamiento basado en la gestión vitícola y comercial de un único vino (hacen también un blanco de producción testimonial) que no era barato cuando empezó pero que ha sabido mantenerse en su coste (hoy está en unos 20 euros) sin dejarse llevar por el vendaval de los precios desorbitados. Tampoco su estilo ha sufrido modificaciones significativas, más allá de las que las condiciones impuestas por cada cosecha.
La empresa ha pasado la decena de años sostenida por un tinto de rasgos muy particulares que no niegan la mejor versión de los clásicos riojanos (ligeros, delicados, con una acidez resistente al tiempo) ni puede decirse que se opongan a la corriente de los tintos corpulentos, hoy en retroceso. Tanto los mercados exteriores, donde Valenciso ha logrado llegar gracias a una labor ininterrumpida de expansión, como en el interior, los consumidores parecen dispuestos a premiar la fidelidad que la bodega ha mantenido con un estilo muy determinado, compendio de finura y solidez, bebible y firme, capaz de conquistar a un público que sepa apreciar un gran vino al margen de las limitaciones que imponen el debate del clasicismo y la modernidad. De las 100.000 botellas que producen, un 30 por ciento se vende en el extranjero, aunque no deja de ser revelador que, por primera vez, han vendido más fuera que dentro durante los pasados enero y febrero. La entrada en nuevos mercados, como Sudáfrica y China, refuerza el rumbo de esta dirección.
Barón de Ley. El mundo está ahí mismo
Los nuevos vinos de Barón de Ley no se presentarán por ahora en el mercado español. Reivindicadores de una mayor riqueza varietal en el marco de una Rioja limitada por el discurso único de la tempranillo, los tintos de maturana, de garnacha o de graciano recibirán su bautismo comercial en Inglaterra. La apuesta inglesa se integra en una ambiciosa estrategia comercial que, tras veinte años de insistencia, ha convertido a la bodega riojana en la rara avis del panorama vinícola español. De los tres millones y medio de botellas anuales que produce Barón de Ley, alrededor de un 75 por ciento se dedican a la exportación. Alemania, Inglaterra, los países escandinavos y Suiza son los principales destinos de tintos que sin complejos han jugado la carta de las crianzas largas (reservas, grandes reservas) como una rentable forma de identidad. Los excelentes resultados económicos han sido refrendados por la obtención de premios en concursos y competiciones internacionales, como los recibidos por el Gran Reserva Barón de Ley 2004.
Las dificultades que muchas bodegas españolas encuentran hoy para abrirse paso en el extranjero han sido superadas por Barón de Ley gracias a una inteligente lectura del mercado global. La bodega riojana comprendió hace años que esperar con los brazos cruzados a que creciera el número de clientes era un suicidio a medio plazo. Tampoco parece demasiado inteligente abonar la misma tierra conquistada por muy fértil que esta sea. Ahora el nuevo objetivo se llama Asia, que es algo así como la incógnita decisiva que no acaba de despejarse. Muchos consideran que la suerte del sector vinícola depende de cómo se comporten las exportaciones en los países asiáticos durante los próximos años. Todos entienden que hay que favorecerlas con campañas de imagen, degustaciones para sumilleres, participación en ferias y otras estrategias diseñadas ad hoc. Las bodegas que, espoleadas por la terrible disyuntiva de movimiento o cierre, por fin se han decidido a probar suerte en China ya saben que los de Barón de Ley llegaron antes y no parece que tengan ganas de irse.
Bodegas Bilbaínas. La nueva marcha de Viña Zaco
El fino tacón de un zapato negro de mujer aplastando a una pobre uva, que pasaba por allí y ahora se ofrece desangrándose sobre la superficie. A la derecha de la imagen, abajo, como si fuera lo que menos importara, se ve una botella de vino vestida con una etiqueta de llamativa tipografía (letras rojas y blancas sobre fondo negro): Viña Zaco. A más de un consumidor de este histórico de los vinos españoles (ya vivía en la década de los veinte del siglo pasado) es posible que les diera un soponcio al encontrarse con la rompedora imagen que Bodegas Bilbaínas diseñó para uno de sus tintos con más solera.
La nueva imagen de Viña Zaco, que ha dejado boquiabierta a la parroquia de aficionados al vino y a la estética, suponía la transformación radical de una de esas marcas que hasta el momento había exhibido con extremo celo la vitola de intocable. Los cambios estéticos se correspondían con importantes y meritorios ajustes en el estilo del propio vino, emprendidos por el joven enólogo Diego Pinilla, que se decantaba por una mayor presencia de la fruta acorde con un corte de tinto más internacional y apto para todos los públicos. El reto consistía en atreverse a cambiar el rumbo de una marca santificada por la historia, y a Bodegas Bilbaínas (propiedad del grupo Codorníu) no le tembló el pulso. Contra su propia trayectoria, el vino expresaba la necesidad de acometer cambios y emprender nuevas vías de desarrollo comercial para encontrar nuevos consumidores, más jóvenes, más urbanitas, menos adeptos del cohíba interminable y por supuesto muy receptivos (y, sobre todo, receptivas) al mensaje que transmite la muerte de una uva por un afilado tacón. Toda una declaración de principios basada en la pérdida de vigencia de las “viejas reglas” como paso indispensable para el nacimiento de una “nueva generación de Rioja”. El nuevo Viña Zaco llegaba pisando fuerte, adelantándose a una corriente de modificaciones que otras bodegas históricas riojanas no dudarían en seguir. Una severa operación de cirugía lo había dotado de una insolente y poderosa juventud, gracias a la cual ha logrado importantes cuotas de mercado en Estados Unidos y Bélgica. Hoy es la bandera de la bodega riojana en el extranjero.
Billo, Humilitat, Serras del Priorat. El arte de la modestia
La ecuación que identificaba a los tintos del Priorato como necesariamente caros ha pasado a la historia. Una nueva hornada de elaboradores, algunos de ellos con experiencia en las bodegas consagradas de la región, ha demostrado que se pueden hacer prioratos competentes en la franja de los diez euros la botella. Los tintos Billo y Humilitat, de los todavía poco conocidos Blai Ferre y Massard/Brunet, son valiosas muestras de una veta comercial casi inexplorada hasta hace pocos días, y en la que figuran importantes enólogos como el mismísimo Álvaro Palacios, con su Camins del Priorat (alrededor de trece euros) o Christopher Cannan, de Clos Figueres, con un tinto de factura impecable, Serras del Priorat (frutal, goloso, fresco, con un final de boca sorprendentemente amplio), que puede obtenerse por el módico precio de once o doce euros.
Estos nuevos prioratos son, además de una buena noticia para muchos consumidores que por fin podrán acercase a los vinos de la comarca catalana, un ejemplo del dinamismo al que están obligando las circunstancias del mercado. La puesta en funcionamiento de medidas eficientes y flexibles, capaces de encontrar recursos que parecían imposibles o inapropiados, está rediseñando la identidad de muchas regiones españolas. La rapidez de movimientos juega en este proceso un papel crucial. Montsant, como brillante ejemplo. Las bodegas de la D.O. vecina del Priorato vienen trabajando desde hace años en la producción de tintos de precio asequible que buscan llamar la atención del mercado internacional. El desafío consiste ahora en integrar ese carácter internacional con rasgos de terruño que remitan de manera inequívoca a las tierras escarpadas del monasterio de Scala Dei. O lo que es lo mismo, en poner las viejas viñas de cariñena y garnacha al servicio de vinos tal vez menos esplendorosos, enrevesados y complejos, de acuerdo con un precio algo más democrático. Comprender que la modestia también puede ser una impagable fuente de sutilezas.