Irreversible
“Un vino francés”
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El pasado 13 de octubre, una botella de pinot noir de Domaine de la Romanée Conti de 1945 alcanzó la cifra de 558.000 dólares en una subasta en la galería Sotheby´s Nueva York. Y ni siquiera era una magnum. Santiago Rivas
“Un vino francés”. Así empezaban los tuits de la mayoría de cuentas de medios de comunicación generalistas, con los que anunciaban un hecho enohistórico: la pulverización del récord del vino más caro de la historia por este tinto que se elaboró en la primera cosecha tras la II Guerra Mundial en el domaine más mítico del planeta.
Y esta es la frase con la que dichos medios, ya en sus propios espacios, han titulado la noticia: “Un vino francés de 1945 es subastado por 482.490 euros en una subasta récord.”
“Un vino francés”, dicen. Una vez más, vemos cómo desde los medios “civiles” se ataca al vino de una manera sutil pero despiadada. Ellos ni se dan cuenta, porque, de verdad, creo que no es mala intención consciente, y tampoco creo que sea desgana. No lo son. Es desprecio, más o menos soterrado, pero desprecio claramente perceptible.
Si haces el ejercicio de leer el tratamiento de esta noticia en medios internacionales, te das cuenta de dónde estamos.
Por ejemplo, en Bloomberg.com se molestan en explicarnos por qué esta botella está en la cima de la exclusividad por su rareza y lo tildan de “unicornio”. Leyendo este artículo, a diferencia de los españoles, descubrimos que la de 1945 fue la última añada de esa década, ya que justo después se hizo una replantación de la viña. De hecho, la siguiente cosecha fue la de 1952. La botella de 1945 tiene, además, una trazabilidad contrastada, que constata su autenticidad.
“Un vino francés”. A nadie en su sano juicio se le ocurriría titular una subasta similar en un Ferrari de época como “un coche italiano”, a un Mark Rothko como “un cuadro de un pintor de origen letón”, o a “La Estrella Rosa”, el diamante más caro del mundo (71,2 millones de dólares) como “un mineral elemento”.
Pero así es como se percibe el mundo del vino en España, y así es como los medios lo siguen divulgando: como una ridícula y decadente afición de una elite, un conjunto de gente aburrida de la vida, tipos excéntricos que no saben ya en qué gastarse el dinero. “Un vino francés”, escriben, como si esto pudiera pasar con cualquier vino francés de cualquier año. Como si estuvieran hablando de lotería, vamos.
Muy divertido también es meterse en la noticia, la de los medios de España, y poder leer los comentarios. Ahí ya asoma el cuñadismo más recalcitrante: uno dice que el que se beba ese vino no lo diferenciaría del de su pueblo; otro, que estará picado; otro, que qué vinagre más caro. Ah, qué gente! No se os olvide parar para comer solo en los bares de carretera en los que haya muchos camiones. So máquinas.
De todos modos, toda esta desolación la planteo (atención al giro de guion que voy a desarrollar) porque no deja de ser un síntoma de una enfermedad mas importante y perniciosa; y es que esto se conecta con los infames rankings de vinos de “menos de cinco euros”. Sí, sí, los rankings para tiesos; los rankings que plantean situaciones en los que un euro arriba o abajo modifica tu elección de compra.
Porque estas praxis provocan eso, que de forma soterrada se viene a confirmar a la gente que todo, realmente, es un cuento. Que todo esto del vino es un timo, que el precio de una botella es para sangraros mientras agricultores y bodegueros se fuman puros vestidos con fracs, y que todo lo que supere los 4,95 euros, o ya, en un derroche sin precedentes, los 9,95, es una estafa.
Nadie hace rankings de kilos de tomates de menos de medio euro, o de carnes a un euro. De hecho ahí se lleva, y nos alegramos, lo contrario.
Pero en el vino no. Escritores, winelovers, productores, distribuidores, tiendas, periodistas… Gente, en resumen, que intenta dar al vino su justo valor y transmitir que merece la pena gastarse algo más en una botella, o contar que no da igual un vino que otro, formamos parte de un contubernio internacional para engañaros, y llevamos así cientos de años.
Sí, claro. Y también fundamos la Sociedad Thule y la Hermandad Stonecutter. We did it.
Si hay una tendencia gastro a apostar cada vez más por productos de calidad y sostenibles, adquiridos en mercados o locales especializados, y pagar un lógico aumento en el precio (siempre, claro está, dentro de márgenes razonables) con la bendición de los medios, cuando se habla del vino ahí ya no. Ahí manda el ranking de los cinco euros y la compra en el súper.
Y ya, si hablamos de tiendas de vinos, es como si os animáramos a ir a Narnia.
Epílogo
Si la conservación es óptima, cuestión que también abordan en el texto mencionado de Bloomberg, un Romanée Conti de 1945 te arregla la tarde... ¡So cuñaos!
Dicho esto, dudamos mucho que esta botella de “un vino francés” vaya a ser abierta. El ser humano que la ha comprado, un coleccionista asiático, parece ser que no tiene ninguna intención de abrirla, y sí de tratarla como un producto de inversión, lo que tampoco es, seamos sinceros, especialmente divertido. Pero sí rentable, porque, amigos, el vino puede ser un producto en el que invertir. Ya lo sabéis.
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