Santiago Rivas

Irreversible

Canino

Miércoles, 27 de Marzo de 2019

Canino es una peli griega del ya famosísimo, y exitoso, Yorgos Lanthimos, (solo nos queda Apitchapong) en la que, vestida de extraña parábola hanekiana, nos habla, entre otras muchas cosas, de hasta dónde puede llegar ser la sobreprotección, a través del aislamiento, de unos padres para con sus hijos. De cómo se puede hacer una nanosociedad en tu propio hogar. Santiago Rivas

Es complejísima, pero la parte que aquí interesa es la del léxico, y es que, en este sugestivo largometraje, unos progenitores tienen tal control sobre sus hijos que hasta les han enseñado un vocabulario con la semántica cambiada.

 

Ahora mismo no recuerdo un ejemplo real de la película, pero es como si a una “mesa” la llamas “dignidad” y todo fluye con normalidad. “La dignidad me gusta cerca de la ventana” sería una línea de guion de Canino.

 

A mí me hace mucha gracia. Tanta, que he incitado a ver esta película a muchos amigos. Los que, inteligentemente, me han hecho caso, más allá de a los que les haya parecido rara, a esta parte del significado cambiado no le han visto mayor interés y lo consideran la enésima excentricidad de esta historia del director griego.

 

Por supuesto, esos amigos no son winelover.

 

Y es que dentro del vino hacemos mucho esto de cambiar significados; lo hacemos tanto, que el vocabulario se vuelve tan personal y subjetivo que se generan confusiones, errores de comunicación, invenciones e hilaridad sin fin.

 

Incluso hay rotación de términos que se ponen de moda. Ahora el personal está muy living con términos como “gastronómico que sirve para cualquier vino que tenga un poco de “materia” y más si es “mineral”.

 

Luego, “caldo” no se puede decir, aunque lo admita la RAE, so pena de ser expulsado de cualquier sociedad winelover.

 

A mí todo esto me encanta. Además, no queda otra. El vino, al ser una experiencia sensorial y, por definición, subjetiva (de ahí que los intentos de ponerle puntitos me parezcan tan indecentes) al describirla tienes que utilizar tus propias palabras, dentro de una convención léxica, para poderte entender con otro ser humano.

 

Ya sabéis que yo soy muy crítico, y atractivo, e indie, y también soy bastante majo y defensor del bebedor no iniciado, pero al ridiculizarnos por usar ciertas expresiones, se equivoca: cuñadea.

 

Pueden dar vergüenza ajena, o caer en el postureo, ciertos términos demasiado rebuscados o truculentos, de eso hay ejemplos a miles. Basta con darse una vuelta por algún foro vínico y encontraréis descriptores muy “Canino”, como “sangre de doncella”; o expresiones que recurren la metáfora de nivel muy básico y comparan vinos con coches (el “Porsche de los tintos”); también con motos, añadiendo, además, un matiz de sinestesia (“musculoso y ruidoso como una Harley”); o el ya más lírico y cursi, en plan “Ese aliento húmedo del océano en cada sorbo, con un punto salado”. Todo esto son comentarios reales que he encontrado por ahí.

 

Y son ejemplos muy lamentables, de acuerdo. Pero el no iniciado no puede perder de vista que, por no caer en lo que él supone que son esnobismos, o directamente invenciones sin sentido, acaba limitando la descripción de su wine experience a “Este vino está fuerte”, o “raspa”, o “es afrutadito, y similares y genéricos adjetivos que no ayudan a transmitir qué quiere decir exactamente.

 

Yo hago muchas catas con civiles y, por ejemplo, uno de los descriptivos más comunes que usan para describir los aromas de los generosos con mucha crianza, tipo VORS o similares, es que “huelen dulce”. Aún no he sabido empatizar y entender por qué dicen eso, porque, sinestesia aparte, no sé de dónde sacan este aroma. No veo que la combinación de alcohol, acideces, aromas terciarios (de la crianza) o lo que sea que haya ahí concuerden con lo que sería un olor dulce.

 

Pero el caso es que pasa, y mucho. Así es que, marcándome un “Canino” en estas situaciones, tengo que establecer la convención de que oler a dulce sintetiza para ellos el aroma de los jereces de larga crianza, o si no, la comunicación será imposible.

 

Por lo tanto, mi reflexión pagada de hoy es que, más allá de que la literalidad del significado de los términos utilizados, hagamos un esfuerzo por comprender a nuestro interlocutor.

 

Cuando alguien dice de algo que le resulta mineral sabemos perfectamente lo que quiere decir, por lo que, amiguitos, abracemos términos como “vulcanismo”, “socairismo” o “circunspecto” que tanto aportan a vuestras vidas de winelovers.

 

Inventen.

 

Y utilícenlos sin pudor. Eso sí, y creo que ya avisé en un artículo anterior: la única línea roja es humanizar el vino. Eso es de muy mal gusto. Que este vino es un bebé, o que es un abuelo, o que sufre de movilidad reducida, o frases como la que oímos en un salón hace poco, en el que se vino a decir: “este vino está joven, pero ya se ve que va a estar bueno, como una chavala que aún no está pero que ves ya que promete, que va a estar muy buena”.

 

Eso mal.

 

Muy mal.

 

 

 

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