Lo que se cuece
Nantes, una ciudad donde vivir fábulas al aire libre
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La ciudad bretona es un pausado crisol donde confluyen el estuario del Loira, la fantasía del gran Julio Verne y una revolución urbana que toma la calle. Todo ello aderezado con una gastronomía delicada y precisa. Javier Vicente Caballero. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
Erigida en el ilustre paseo Cours Cambronne, una estatua condensa perfectamente los aires de vanguardia sincrética y respetuosa que soplan hoy en Nantes. En Elogio de la Transgresión, el artista Phillipe Ramatte plasma el escorzo de una niña que trata de apearse del pedestal donde el artista la ha colocado como si quisiera escapar para jugar, guiada su curiosidad infantil, por una ciudad fabulosa, tan moderna como señorial, llena de calmas y de prodigios. Pareciera que esa cría rehusara a la posteridad en bronce para navegar por el poético Loira y sumirse de lleno en el espíritu de Julio Verne, gloria tan local como universal que vertebra gran parte del discurso urbano de la capital de Bretaña. Nantes es ciertamente poliédrica. Emulsiona su pasado industrial y sus actuales 1000 hectáreas de zonas verdes, sus ingenios decimonónicos y sus cafés, sus encorbatados ejecutivos chic y su desenfado hipster en patinete, urbe que supo engarzar el diálogo entre el neoclásico imperial, la nouvelle vague, el surrealismo y lo millenial. Sus quartiers son un hervidero tranquilo donde se entremezclan varias nacionalidades, sensibilidades y corrientes. Desde la bohemia en el medieval barrio de Bouffay –indispensable recalar en el Castillo de los duques de Bretaña, la Catedral de San Pedro y San Pablo, y sobre todo, en el Memorial de la Abolición de la Esclavitud habilitado en el mismo muelle desde donde zarparon cientos de barcos negreros– hasta el postureo de terrazas y trajes caros del barrio de Graslin, con el acristalado pasaje Pommeraye como reclamo histórico y comercial.
El nantés –nantais en francés– desayuna cruasanes modernistas en La Cigale frente a la Ópera, almuerza pescados recogidos en La Turballe y Le Croisic y se toma un punzante vino de Muscadet o una cerveza bretona en el top roof bar de Le Nid, en la Torre Bretaña. Si el vernáculo ha hecho la compra en el mercado de Talensac no le faltarán en el sac quesos de la familia Beillevaire –ojo al queso curé nantais o el brun de noix con nueces– sabrosas fresas de Plougastel, patés de oca, conservas millésimé de sardinas, lechugas hoja de espada, mantequilla salada (desde luego)... Y galletas, pasteles kouignettes, caramelos rigolettes y berlingots, y hasta creaciones de obrador que evocan el sabor de las galletitas de la cercana fábrica Lu, hoy sala de ensayos, biblioteca y restaurante. Asimismo, algunos restaurantes están tratando de poner en valor la actitud cárnica de la vaca nantesa. En el mes de septiembre, tienen una ocasión estupenda para mostrar su buen hacer puesto que tiene lugar Les Tables de Nantes, un evento internacional sobre alimentación, proveedores, kilómetros cero y honestidad. En el plano postinero, dos únicas estrellas Michelin brillan en la guías culinarias de la ciudad; Lulu Rouget, en el Barrio de la Creación, y L'Atlantide, que se ahueca junto al Museo Jules Verne y a un belvedere obra del japonés Tadashi Kawamata.
Con un tranvía que viaja en paralelo al Loira y un transporte urbano sostenible, el paisaje, el sabor y el ritmo de Nantes se ha ido modelando en estos últimos 30 años. Hoy refracta bajo el prisma de una joven alcaldesa que agita y continúa la tendencia de una urbe espectáculo que vibra volcada al aire libre: La Folle Journée y sus conciertos de música clásica para todos, la compañía Royal de Luxe, con su espectáculos callejeros, y en especial Estuaire, una colección de 33 obras permanentes que nació de la mente de Jean Blaise a raíz de tres bienales de arte contemporáneo. Las obras jalonan 60 kilómetros del Loira preoceánico y han enriquecido su carga conceptual, como refrendan Les Anneux (con la firma de Buren y Bouchain), que son círculos de poesía luminosa que acompañan el curso del río en su margen sur frente al Quai de Antilles. En pleno corazón urbano, el flaneur o paseante también se topa con intervenciones de street art con concepto guasón y dosis de reflexión. Hay espacio para un hotel (Voltaire Opera) con contador de ovejitas en la fachada, callejeras mesas de ping pong imposibles, campos de fútbol en elipse y hasta bancos para liliputienses y gigantes en el maravilloso Jardin des Plants, con sus siete hectáreas y 10 000 especies.
Nantes está tremendamente viva. Muestra una faz enérgica y vigorosa, metamorfoseada en un colosal parque de juegos entregado a sus ciudadanos. El feísmo laboral ha dado paso a un animalario verniano (un elefante de 12 metros, un tiovivo de peces fantásticos, un taller de máquinas bestiales ) que se pasea por una isla que fue cetáceo moribundo tras el cierre industrial de los astilleros. En la Isla de Nantes, Las Machines de L'Ile cobran vida a diario y materializan aquel mundo científico, novelesco y utópico en el que Verne imaginaba el progreso como la argamasa igualitaria de la Humanidad. En 2022, culminará el proyecto del Árbol de las Garzas (32 metros de altura, 50 de diámetro), mayúsculo jardín colgante en la orilla opuesta a este carrusel. Esta Disneylandia con muchas leguas continúa su viaje submarino en los tinglados rehabilitados que hoy son restaurantes como La Cantine du Voyage, justo al lado del que fue Hangar de Bananas. En él se almacenaba y se dejaban madurar los plátanos importados de las Antillas y de Costa de Marfil hasta los años 70. En La Cantine, mientras los críos saltan como si estuvieran en un paisaje lunar y juguetean entre grúas que hoy son skyline, se puede almorzar –y tomar el sol– por entre 11 y 14 euros. Un lujo asequible.
Nueva arquitectura
Cuando el astro soberano se despide, el crepúsculo invita a visitar el barrio de La Création para pulsar su cadencia universitaria y detallar la nueva dermis de Jean Nouvel (Palacio de la Justicia) o las soluciones vitales del belga Marcel Smets entre otras estrellas de la arquitectura y el urbanismo. El atardecer pincela la estentórea plaza Royal, el imprescindible Memorial de los 50 de Nantes fusilados por los nazis (junto al río Erdre), o la nueva fachada del Musée de Arts que abrió en 2017 tras seis años de reformas y que consagra 17.000 metros cuadrados a 900 obras, desde la Antigüedad hasta hoy. Por contra, lo contemporáneo más tenso tiene cabida en la Hab Galerie cerca del viejo hangar. Paisaje, arte, río. Tres puntales en los que se asienta la sexta ciudad de Francia, en la que cada ciudadano disfruta de 37 metros cuadrados de zonas verdes, avenidas de historia e historiografía, artes y conceptos razonados a cada paso y un sinfín de callejeras y fabulosas realidades.
Agenda
Dónde comer
Trabaja como pocos el producto local y los vinos de la zona, y su cocina “está compuesta en un 70% de pescados”, reconoce el propio chef, Ludovic Pouzelgues que atesora una estrella Michelin y cuya trayectoria habla de hitos y responsabilidades con algunos de las nombres fuertes de Francia (Maison Troisgros, Florent Boivin). Se ha mudado al barrio de la Création tras su periplo por el barrio histórico. Sus menús, plenos de fineza: Open Eyes y Closed Eyes. Precio medio: 130 euros.
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