Los gustos y los caminos
Mal de amor

Cuando Josep Castell Castelo entró en el viejo casino de Massana aún llevaba en su retina la luz de las hogueras de San Juan y en la memoria el excitante olor a pólvora de los correfocs que incendiaban de fiesta la ciudad. César Serrano
Sonaba el piano del maestro Lleó arropando la voz cálida de la Feliu, que cuando interpreta boleros se vuelve sensual y desgarradora, “Quan em tornis a veure…”. Solicitó una mesa junto a la pista de baile y le pidió al barman, que lucía un esmoquin negro con todos los brillos del tiempo, una botella de cava rosé. Rosé como los labios de ella, como los labios de Anna, unos labios de los que nunca supo más allá de su proximidad mientras bailaban un encendido bolero al son de La Platería. Cuando se detuvo el son, una sonrisa y un adeusiao, al que no supo responder, sintiéndose en el más absoluto de los desamparos. La siguió con la mirada hasta que su figura se perdió entre la multitud danzante y ruidosa. Música, risas, cava, besos que hacen y deshacen el amor y el deseo como esas danzas que se diluyen en cada uno de los pasos que forman un juego insinuante. Y bailaba, bailaba con ella boleros apasionados e interminables y acudía a la ensoñación de los sutiles besos mientras pronunciaba su nombre, Anna, y construía paraísos sembrados de manzanos. Anna. Alguna vez la vio en las calles grises de la ciudad, entonces se detenía y miraba algún aburrido escaparate, mientras sentía acercarse sus pasos. Después, una furtiva mirada a un cuerpo que tanto adoraba, y ahí, en esa figura que siempre se aleja, que siempre se deshace, una enorme amargura que le arrolla todos los sentidos. Y vienen preguntas, siempre las mismas preguntas, por qué, por qué esa incapacidad para desbordar ese sueño de ella, ese deseo que tanto y durante tanto tiempo le achica el alma, un dolor que le hace sentir en la más absoluta de las locuras, cada vez que acude a su belleza, a su risa, a la ya antigua memoria. Toda esa memoria le estremece hasta la veneración de una belleza que nunca pudo poseer y que hoy, y mientras suenan las músicas, la sigue acariciando, queriendo alcanzar, venerando como se veneraba a Afrodita o a Venus. Alza su brazo reclamando la presencia del barman y le pide otra botella de cava y una porción de coca de piñones, mientras en el escenario del viejo casino la voz de la Feliu suena acariciadora y sugestiva. “¿Recordes quan ens van trobar? Va ser un bon temps aquell, no el puc oblidar”.
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Coca de vidre con piñones
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