Con todo el sentido
Bok Istria, descubriendo el colorido corazón de Croacia

Se la conoce como corazón por su forma y sus gentes. Aquí comparten protagonismo el verde interior de encinas, robles, olivos y perros truferos, el mar azul de buenos pescados y pueblos pequeños y únicos. Un triunvirato de lujo. Teresa Álvarez. Imágenes: Aurora Blanco
"Mi abuelo nació en Austria, mi padre en Italia, yo nací en Yugoslavia y mi hijo en Croacia”. Todos ellos son oriundos del mismo lugar. Esta curiosa frase se repite en las diferentes conversaciones con los paisanos, que gesticulan al expresarse como un veneciano fino, pero sienten Croacia en el corazón.
Si buscamos un concepto único –étnico o nacional– en la población istriana, nos equivocamos. La bellísima península del norte de Croacia es una de las zonas más desconocidas para el público español, tan aficionado a viajar por los Balcanes. Eso no quiere decir que se libre del turismo: su bonanza climática y su pertenencia al Imperio Austrohúngaro propició que sus costas y playas acogieran ese turismo saludable y aristocrático del siglo XIX en busca del mejor aire del mundo, según afirmaban, capaz de curar diferentes males pulmonares. La excelencia, la Niza de Croacia es Opatija, en plena bahía de Kvarner. Con su paseo marítimo de 12 kilómetros entre mar y monte se convirtió en la favorita de la nobleza y propició la construcción de grandes villas y enormes salones Belle Époque. “Nosotros somos la señora elegante, la vieja aristócrata”, confiesa con orgullo Livio, nuestro guía. El pequeño puerto de pescadores ya ha quedado escondido entre la riqueza y la alta sociedad que presiden sus calles. Elegante y señorial, Opatija, llamada “la bella del Adriático”, es la opción glamorosa del noreste de Istria.
La Toscana croata
Colinas y viñedos se extienden en el interior de la península de Istria. Un paisaje que te lleva de inmediato a la Toscana, con sus leves oscilaciones, sus olivos, sus horizontes interminables… En cada colina, un pequeño pueblo, casi todos bellísimos y únicos. Motovun es uno de los imprescindibles. Con un parking fuera de la ciudad, ascendemos en autobús hasta su entrada en lo alto del cerro. Peatonal, escarpado, fortificado, con una arquitectura colonial veneciana espléndida y magníficamente preservado, este pequeño pueblo trufero es tan encantador como especial. Su segundo producto estrella es el aceite; el tercero, el vino. Los tres son de una calidad increíble. “A pesar de tener trufa blanca maravillosa, la fama se la lleva Alba. Tenemos aceites premiadísimos, pero todos conocen los españoles y no éstos. Nuestros vinos son maravillosos, pero no podemos competir con Francia. En este país somos especialistas en ser los segundos, como con los fiordos, que nos ganan los Noruegos”, nos cuenta con cierta decepción un viticultor de la zona. Lo cierto es que sus trufas, sus aceites y sus vinos son una sorpresa maravillosa: la calidad es absolutamente excepcional. Nos lo demuestra la pequeña almazara y bodega de Ipsa, ya bajando la colina. Allí probamos sus aceites de leccino, frantoio e istraska bjelica, una peculiar aceituna blanca de la zona. También nos enamoran sus vinos de Malvazja. A poco más de media hora se encuentra la llamada “villa de los artistas”. Nada más llegar se sabe el origen de esa denominación. Groznjan es otro pueblo pintoresco e intacto del medioevo. Recorrerlo es una delicia, parando en cada atelier para descubrir el arte en cada rincón.
Azul y verde
En pocos rincones del planeta la vegetación frondosa se precipita hacia el mar como lo hace en Istria. Su recortada costa es tan verde como azul intenso su mar. No hay largas playas de arena (ni falta que hace). El recorrido nos lleva a Novigrad, villa marinera con importantes vestigios romanos. Recorrer mientras anochece sus pequeñas callejuelas adoquinadas y adornadas con paraguas de colores o contemplar sus acantilados es parte esencial del viaje. Muy cerca, a menos de 20 kilómetros se encuentra Porec, el corazón del turismo de la península. Allí recalaron romanos, bizantinos, lombardos, francos, venecianos y austriacos. Hoy lo hacen visitantes de todo el orbe para contemplar la Basílica de Santa Eufrasia (siglo VI, Patrimonio de la Humanidad), uno de los monumentos de arte bizantino más hermosos del mundo.
Puesta de sol
Antes de las ocho de la tarde hay que llegar al inolvidable y coqueto pueblo de Rovinj. Si todavía no te has rendido a los encantos de esta región, lo harás irremediablemente. Rovinj es precioso. Una población (antes era una isla y se unió al continente) rodeada de bosques, buenos hoteles, una costa compleja de islas e islotes y, por supuesto, el encanto propio de sus callejuelas empedradas, íntimas, coloridas, coquetas y llenas de rincones secretos, como los que ofrecen sus cafés y restaurantes en balconadas para contemplar una de las más bellas puestas de sol de Europa.
Dejando la costa, una visita a la pequeña localidad de Bale, a escasos kilómetros. Allí visitamos la almazara Grubic, con sus antiguos olivos y sus variedades autóctonas. Conocemos la ciudad y volvemos hacia la costa por su “bulevar de los genios”, con esculturas de grandes hombres como Einstein, Mandela, Aristóteles o Darwin. La penúltima parada, de nuevo en la costa, es Pula para admirar su bien conservado anfiteatro romano y pasear por sus callejones y tomar algo en el café Bua o en la Enoteca Istriana. Y como guinda final la ciudad medieval de Pazin y el entorno natural donde se enclava, con la cueva kárstica como principal atractivo. En sus alrededores, la bodega Viña Andelini, donde fabrican la famosa miel de acacia y sus vinos, del que nos quedamos con el tinto Domenico 2015. Una buena copa para despedir uno de los rincones mágicos del planeta.
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