Reportaje en los Montes de Toledo

En los Montes de Toledo visitamos la otra Mancha vinícola

Miércoles, 16 de Octubre de 2019

En el entorno del Parque Natural de Cabañeros se localizan esos Montes de Toledo que conforman una comarca entre las provincias de Toledo y Ciudad Real. Un espacio vitícola con peculiar altitud y tipicidad.
Mara Sánchez. Fotos: archivo

Entre las cuencas del Tajo y el Guadiana, la cordillera que conforman los Montes de Toledo delimita una comarca vinícola en la que van surgiendo proyectos y vinos con una pretensión dignificante, esto es, marcando cierta distancia con lo más clásico, popular y conocido. Entiéndanme que no existe intención alguna de ofender a nadie, si bien es una realidad que las elaboraciones amparadas por las principales denominaciones manchegas cargan, desde hace bastantes décadas, con una imagen que continúa siendo difícil de borrar en el imaginario colectivo. Es ésta una de las razones por las que en esta región son significativas las bodegas que optan por instalarse en el territorio y elaborar al margen de denominación alguna. Lo políticamente correcto pasa por reconocer que la calidad no es cosa de denominaciones de origen o indicaciones geográficas, pero resulta innegable que durante décadas, en estas tierras, una y otros parecen dos extremos irreconciliables de una misma realidad, cómo se percibe el vino procedente de La Mancha.

 

De los proyectos que en este momento se localizan en los Montes de Toledo los cinco que visitamos tienen en común (cada cual con sus propias razones) que no forman parte de ninguna de las denominaciones clásicas manchegas. Los más potentes (también por el perfil de negocio) salen al mercado como vinos de pago, y dos de ellos ya han conseguido su propia D.O.; hablamos de Pago Dehesa del Carrizal y Pago de Vallegarcía. En cuanto a los otros, se trata de proyectos muy modestos, personales, montados con mucha ilusión y que se presentan en el mercado con vinos varietales, una categoría aprobada por el Gobierno regional en octubre de 2009, situada entre vino de mesa e Indicación Geográfica Protegida, que permite incluir añada y variedad de uva en la etiqueta, cosa prohibida en los que se despachan como vinos de mesa.

 

Separar las zonas

 

De vuelta a esa particular cordillera que las acoge, y en las que se distinguen varias áreas, los Montes de Toledo propiamente dichos los conforman diversas sierras de Toledo y Ciudad Real, ubicadas en la parte suroccidental de la primera, y en la noroccidental de la provincia ciudadrealeña. Entre los pueblos que reúne, aunque la relación difiere un poco en función de la fuente, podemos afirmar que están los toledanos Sonseca, Los Yébenes, Manzaneque, San Martín de Montalbán, Cuerva, Las Ventas con Peña Aguilera, Orgaz, Navahermosa, Hontanar, Casasbuenas o Polán, entre otros, junto a Retuerta de Bullaque, Malagón u Horcajo de los Montes, éstos de Ciudad Real y municipios de la conocida comarca de Montes que forma parte del sistema geológico de los Montes de Toledo. Estas precisiones son necesarias  para poder separar las bodegas, y ante todo viñedos (que tampoco abundan pues muchos fueron arrancados), que participan de la particularidad de esta comarca de las que no. Y es que hay algunas otras que se presentan como vecinas, pero cuya realidad geográfica las ubica fuera de su zona de influencia. Deducible resulta que la altitud se cuenta entre lo reseñable de los Montes de Toledo, y por ende de los viñedos que aquí se encuentran, con zonas que superan los 1000 metros, una circunstancia que imprime carácter a los vinos, en lo bueno y en lo malo, en añadas cálidas y en otras más frías, momento en que se puede complicar y convertir una altura en un factor negativo para el resultado final.

 

Con estas ventajas e inconvenientes las bodegas que se han ido instalando en la zona cuentan con nombres reconocidos y proyectos con poderío (económico), lo que ha contribuido, sin duda, a que se dé voz y oportunidad a este territorio manchego, lo cual no es poco. Además, de manera posterior ha llegado el reconocimiento de algunos de sus vinos, importante para las bodegas concretas, pero también para el conjunto de la región vinícola en general.

 

Estos vinos, que desde su nacimiento han salido al mercado como vinos de pago o bajo la I.G.P. Vino de la Tierra de Castilla, han considerado que acogerse a la mención V.T. aporta mejor imagen, sin obviar que obtienen mayor libertad que la rígida normativa de cualquier denominación.

 

Tierras de Orgaz

 

Tierras de Orgaz se encuentra en el pueblo de Manzaneque, una casa que en origen data de 1918 pero cuya más reciente etapa arranca en el siglo XXI, bajo una nueva propiedad, con modernas instalaciones, avanzadas tecnologías y el asesoramiento enológico del reconocido Ignacio de Miguel. Los viñedos se encuentran en una finca de Los Yébenes, a 25 kilómetros de la bodega, donde conviven con fauna salvaje, olivos y un criadero de caballos. La viña ocupa 36 hectáreas, parceladas, sobre suelos pedregosos, en una ladera de importante pendiente y altitud. Solo trabajan con uvas propias, principalmente francesas: blancas chardonnay y viognier, y entre las tintas, cabernet sauvignon, syrah, petit verdot y tempranillo (la única nacional). Tienen dos gamas de vinos, Mernat y Bucamel, ambas con contraetiqueta de V.T. de Castilla.

 

Pago de Vallegarcía

 

La bodega del empresario Alberto Cortina, Pago de Vallegarcía, se encuentra en Retuerta del Bullaque, provincia de Ciudad Real. En poco tiempo ha logrado buena fama, y un éxito destacado con algunos de sus vinos. Además, a mediados de este año la Unión Europea le concedía el reconocimiento como D.O., dos décadas después de que plantaran las primeras viñas en la finca Vallegarcía, con unas 700 hectáreas de agricultura y 2000 de caza. Aseguran encontrarse sobre uno de los suelos más antiguos de la península Ibérica, en un lugar donde no había tradición vinícola hasta que plantaron estos viñedos. A 850 metros de altura, ocupan 31 hectáreas en suelos ácidos, y trabajan solo con uvas francesas (Cortina es un apasionado de los vinos galos) y propias: merlot, cabernet franc, cabernet sauvignon, petit verdot, syrah, y la blanca viognier, con la que elaboran su más emblemático vino, Vallegarcía Viognier. Una etiqueta que este mes de septiembre cumple su mayoría de edad, pues con la añada 2018 alcanza su 18ª cosecha. Esta bodega se suma a los 15 pagos españoles con D.O.P. propia, muchos de ellos radicados en Castilla-La Mancha.

 

Dehesa del Carrizal

 

Muy similar es la trayetoria de Dehesa del Carrizal, vecino de la misma localidad que Vallegarcía y con denominación propia desde 2006. La historia de la finca que da nombre a la bodega comienza en 1987, cuando la adquiere el médico y empresario Marcial Gómez Sequeira (Sanitas) y se plantan las primeras viñas. De nuevo mandan las foráneas (merlot, syrah, cabernet sauvignon, petit verdot y chardonnay), pues el tempranillo solo se incluye en los coupage. En cuanto a las plantas se localizan sobre suelos áridos, en laderas y llanos al pie de las montañas, donde acumulan arcillas y cantos. Hoy el proyecto está en manos del francés Pierre-Yves Dessèvre.

 

En el extremo opuesto se sitúan Ziries y Cerro del Águila, dos proyectos pequeños, surgidos de la ilusión de dos grupos de amigos. Prestigian viñas de garnacha viejas localizadas en algunos municipios de los Montes de Toledo, a las que le han regalado una segunda vida, pues de otro modo habrían sido abandonadas o arrancadas. Por tanto, los dos tienen la garnacha como punto de partida, y en los ahorros personales que atesoran, la gasolina para seguir elaborando año tras año. Planteamientos de negocio bien distintos; y en este caso auténticos vinos de garaje, naves habilitadas y equipadas por ellos mismos.

 

Ziries

 

Ziries, con base en Cuerva (Toledo), nace en 2003 de la mano de cinco amigos, aunque en este momento solo permanecen dos de ellos, Javier Castro y Sonia López. En este tiempo han estado trabajando para lograr la certificación ecológica, lo que consiguieron hace siete años poniendo en valor la labor nada intervencionista que vienen practicando desde sus comienzos. A día de hoy, el proyecto sigue siendo “un saco sin fondo”, reconoce Castro, pero poco a poco van implementando las mejoras que pueden en pro de poder ir elaborando un poquito más. Hacen tres vinos, diferentes expresiones de la garnacha autóctona en vaso, en suelos franco arenosos y algunos graníticos. Producen unas 8000 botellas anuales, aunque hay añadas que se han quedado en 2000 menos.

 

Cerro del águila

 

Encontramos una trayectoria similar en Cerro del Águila. También una iniciativa de cinco amigos, puesta en marcha hace ocho años, y cuyo discurso vinícola también se centra en garnachas de viñas viejas de suelos graníticos. Con viñedos en los municipios toledanos de San Pablo de los Montes, Menasalbas, Cuerva y Ventas con Peña Aguilera, reúnen unas 5,5 hectáreas distribuidas en diez parcelas. A estas garnachas han sumado ahora un pequeño viñedo de cencibel y syrah, ambos de secano, que usan en algunas mezclas. Como en todos los casos que hemos visto, los suelos, en su mayoría arenosos, están formados por materiales ácidos fruto de la erosión de los Montes de Toledo, donde la altitud media supera los 850 metros. Algunas de sus vinificaciones, en función de la añada, llevan un 50% del raspón, y emplean las dosis mínimas de sulfuroso “gracias a la acidez natural de nuestras garnachas”, afirma Álvaro Parrilla, uno de los socios. Su objetivo, vinos finos y frescos, por lo que solo emplean roble francés usado. El siguiente paso, alcanzar también esa certificación ecológica.

 

 

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