LA PIZZA VIVE
Cuando se alcanza una cierta edad es inevitable repasar de memoria los nutrientes que nos han llevado hasta allí. Y ese repaso es más emocionante si eres un rescoldo de la segunda revolución industrial que vivió el tránsito de los metales al plástico, eso que hoy comemos sin darnos cuenta y que mata el planeta. Sir Cámara
Vienen a la memoria los tiempos en los que comíamos con fines exclusivamente nutricionales y los comienzos de un comportamiento interpretativo en el escenario social que, con el tiempo, nos llevó a hablar de todo, aunque no supiéramos de qué. Así, llegamos a la etapa en la que descubrimos los productos de los vecinos: la pizza y la hamburguesa.
Estos nuevos productos se integraron rápidamente entre nuestros hábitos, gracias a la gente joven. Pero al llegar a la década de los años ochenta, fueron considerados referentes de la llamada comida basura por la gente de más edad. Una sentencia que en ocasiones estaba muy próxima a la realidad. Al principio, la pizza era un pan sin miga al que le ponían cosas encima. Recuerdo en Villaviciosa, Asturias, que me sirvieron una hogaza de pan candeal de tres dedos de altura, cubierta con llana de albañil con queso de Cabrales. Igualmente ocurría con la pasta. Los espaguetis se troceaban para comerlos mejor y se sumergían en el contenido de un bote de tomate frito sin aportes ni aromáticos ni especiados.
En la familia, por la parte menos proletaria, había honrosas excepciones. Mi tía estuvo en Italia, se trajo referencias, tenía buena mano para la cocina y una tienda con productos inusuales de la que sólo salía para dormir. Creo que dejó encargado que esparcieran sus cenizas en el supermercado de El Corte Inglés.
Y así, aunque a gran velocidad y desde esa edad que comentaba al principio y que te sirve para la reflexión, llegas al presente y te preguntas cómo es posible, ¡cómo!, que ese prodigio de sencillez de 33 centímetros de diámetro, con tomate y mozzarella, haya podido llegar intacta a este turbulento presente, en el que se juega con las cosas de comer y con la gente que necesita comer y todavía tiene sensibilidades. Se lo explico y les pido que, por favor, no se guarden el secreto.
El otro día en la vía Foria 12, de Nápoles, vuelvo a caer en las redes del análisis y de la admiración -esto va a ser cosa de la edad-, pues eso, que me preguntaba yo cómo es posible que en la pizzería Lombardi, en la que atienden desde 1892 con una exquisitez tan sencilla como elegante, puedan cobrar 5 euros por una pizza Margarita riquísima. Pero sobre todo, desde mi punto de vista y del gusto, es una lección para esos soportes franquiciados que cobran cantidades desproporcionadas por una base con cosas… No sé, llaveros del Barcelona, con tomate, sí, mozzarela blanca para lograr los colores del Atlético de Madrid, una foto de su madre, la mamma, la madre siempre está presente cuando hay argumentos para que le piten los oídos a alguien por los efectos de la crítica. El instinto me sugiere cerrar este comentario diciendo que esa pizza también me trasladó a las proximidades de Donizetti cuando una furtiva lágrima se me escapó. A mis años.
Y todo esto que les relato en el centro histórico de Nápoles. A un paso del Duomo, lo que en Burgos llaman la catedral. A tres pasos del museo Madre de Arte Contemporáneo, y frente de la plaza Cavour.
De nada, les dejo el teléfono por si quieren reservar para esta noche: +39 081 45 62 20.
Pues eso
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