Rabo de toro

Domingo, 17 de Noviembre de 2019

Soy, desde siempre, entusiasta del rabo de toro. Pero, eso sí, soy un comensal exigente y solo lo consumo elaborado a la cordobesa. Un servidor lo prepara a fuego lento con su cebollita, su puerro, su poquito de tomate, su zanahoria. José Manuel Vilabella

Ese día plato único y, como es natural, junto a la salsa se adormila una buena porción de patatas fritas. El rabo de toro y la llamada fiesta nacional están pasando por malos momentos; los toros son más grandes que nunca, parecen alimañas de 600 kilos; los toreros, los pobres, van de capa caída y las mujeres enfervorecidas no les lanzan las bragas desde el tendido como le ocurría antaño a Jesulín. Los diestros ya no presumen de oficio cuando quieren ligar con señoritas morenas y se hacen pasar, para comerse una rosca, por oscuros peritos mercantiles. Ya se sabe, las señoras han cambiado mucho y se han cansado de que las violen impunemente los desaprensivos y buena parte han mandado a la mierda tanto al toro como al torero, a la autoridad competente y también a esa sociedad cainita que las ningunea y se niega a romper los techos de cristal. A mí, como soy un antiguo, me gustan las mujeres maquilladas y la tauromaquia. Uno ha vivido mucho y comido como un príncipe y en su carnet de almuerzos inolvidables tiene anotados los rabos de los toros Fortunato, Vivalavirgen, Corredor, Pusilánime y Campanerito que lidiaron y mandaron al más allá los diestros Ordoñez, El Litri, El Cordobés, José Tomás y Roca Rey. Tiene la tauromaquia el encanto de lo decadente, de lo pasado de moda. Tiene ese no sé qué de la capa española y de los calzoncillos largos. ¿Le quedan pocos años al espectáculo? Creo sinceramente que allá por el 2040 España habrá dejado de ser taurina.

 

En esta España nuestra la tauromaquia fue signo de modernidad en torno a los años 60 y en cambio ahora la sensibilidad del personal ha cambiado y a muchos les escandaliza la sangre derramada del cornúpeta. A mí no. Fui a los toros desde niño y tengo callo en el alma porque uno, a su pesar, viaja con los pecados de su generación y los confiesa con la obscenidad del fumador de puros, de pecador recalcitrante. Mi gran amigo Lorenzo Goñi, uno de los mejores dibujantes que ha dado este país, ha hecho la mejor serie de grabados anti taurinos del arte español. Si Goya hizo cumbre en la cúspide de la tauromaquia, Goñi nos muestra el infierno del arte de Cúchares. El paseíllo de las corridas de toros es la mejor forma de viajar por el pasado y echarle una ojeada a la España cañí, la del ayer, la que tiene los años contados. Abren el desfile los alguacilillos, le siguen los matadores con sus cuadrillas de banderilleros, vienen después los orondos picadores cabalgando sus corceles blindados. Ellos son la gentecita bien. Y después desfilan los donnadies; hace acto de presencia la canalla, la plebe, los marginados, los pobres de pedir. Viene con su gorrilla y su blusón rojo el denostado monosabio, los areneros, las mulillas adornadas con cascabeles y los encargados de arrastrar al toro, viene el pueblo llano, la gente. El toreo, de cerca, es un espectáculo de oro y mierda. Mucha mierda. El diestro es un ser anacrónico que tiene algo de señora testiculada pero eso sí, con cojones cuadrados. El toro babea, se cisca por la pata abajo, micciona sin mayores miramientos. Algún día los taurinos nos convertiremos en fantasmas condenados a vagar por el campo; nadie querrá enterrarnos en sagrado, caminaremos errantes, como la santa compaña.

 

 

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