Wine + Food bien hecho

El cachopo es la contundencia empanada más tradicional

Lunes, 18 de Noviembre de 2019

Un servidor lo vio nacer, languidecer y resucitar entre las recetas olvidadas. Hablamos del cachopo, convertido en el plato más solicitado por los viajeros que llegan al Principado para ver de cerca el paraíso y comer a buen precio.
José Manuel Vilabella. Imágenes: archivo

Los conspicuos analistas canónicos protestan porque el contundente par de filetes con viandas dentro, primo del San Jacobo, pariente del cordon bleu y nieto del suizo schweizerschnitzel, ha tapado a la enseña regional por antonomasia, la fabada, y superado al centenario pote. El crítico José Carlos Capel lo mencionó en uno de sus artículos, el divino Ferran dijo que sólo era una croqueta enorme y un rey destronado (que ha terminado en la cárcel como presunto asesino) lo encumbró a la fama nacional.

 

Mi amigo David Fernández, director de Gustatio, que domina el tema, me invita a comer en La Mar y Morena, restaurante ovetense galardonado en tres ocasiones en el universo cachopil por su buen hacer. Probamos, paladeamos y gozamos de la suculencia de las tres versiones y le hablo a mi amigo de cuando lo probé por primera vez en el bar Pelayo, donde nació el invento, allá por los años 50 del pasado siglo. Era un plato enorme, apto para glotones y tragaldabas. Era una fórmula que venía a remediar el hambre de la postguerra, la gazuza de los malos tiempos. Setenta años después el cachopo ha vuelto. No pasan los años por él.

 


 

Florentino, el inventor

 

Don Florentino Sánchez, jefe de cocina del bar Pelayo, en Oviedo, fue el que se sacó del magín la receta del cachopo, pero quien divulgó el plato y acaparó honores fue doña Enedina Rodríguez, la propietaria del restaurante que hoy se llama La Corte de Pelayo. Don Florentino, lo sé de buena tinta, soñaba con jubilarse y mandar los pucheros a hacer gárgaras. Y se jubiló, sí, pero al mes justo se murió. Descanse en paz.

 

 

Hasta en la recena

 

El viajero que visite Asturias encontrará el cachopo con facilidad. Ahora está de moda. Pero no lo busque entre las estrellas Michelin ni pregunte en el clásico gijonés El Zascandil, donde el señor Camacho prepara el flamenquil. Isaac Loya, del Balneario de Salinas, que goza de un merecido prestigio, no lo tiene en la carta, aunque, eso sí, aparece en su catering en las bodas de larga duración, en lo que él llama “la recena”.

 

 

 

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