Pequeños grandes vinos
Microbodegas en España, la grandeza de pequeños viñadores
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El nuestro es uno de los tres grandes países del mundo del vino por litros y hectáreas, pero nos separan de nuestros vecinos las 4 373 bodegas en activo (en 2018) frente a las 35 000 de Italia o las 31 000 de Francia. Luis Vida. Imágenes: Abel Valdenebro
Nuestras bodegas son menos y mayores; comparativamente son pocos los pequeños viñadores y empresas familiares. Los vinos “de vigneron” cuentan con un gran prestigio social en sus tierras. Aquí son aún minoría los viticultores que se atreven a comercializar y firmar sus propias cosechas, pero en los últimos tiempos hemos visto brotar las pequeñas bodegas que actúan en sus zonas como motor de innovación, fijan población rural y contribuyen a mantener las tradiciones agrícolas o a recuperar variedades de uva y estilos casi olvidados. A continuación, una pequeña selección personal de nombres que están llevando dinamismo a sus terruños.
El país de los microviñedos
Una combinación única de paisaje y tradición agrícola hace de Galicia la tierra de las bodegas y las viñas diminutas: aquí ser “micro” es lo normal. Liliana Fernández y Iago Garrido se conocieron estudiando Ingeniería Agrícola en la Universidad de Orense y hoy forman Augalevada, nombre de la finca de dos hectáreas y media en un pequeño valle fluvial cerca del Monasterio de San Clodio, en el corazón del Ribeiro. La pequeña bodega, rodeada de viñas cultivadas en biodinámica, es también hogar familiar y allí ensayan la crianza bajo velo de flor y en tinajas de barro –enterradas en el suelo de arena– de los vinos de treixadura, albariño, lado, godello, loureira y otras variedades de la parcela, que fermentan con sus levaduras naturales. La ligereza que marca el velo define etiquetas como Mercenario y OIlos de Roque, el blanco que lleva el nombre del hijo de una pareja que es buen ejemplo de riesgo e innovación en armonía con el medio natural.
El proyecto de Iria Otero busca más allá del Ribeiro, aunque la pequeña bodega A Seara de la villa de Leiro está en la comarca. Sus “vinos con memoria” fermentan en tinos de hormigón, maduran en fudres y botas de castaño y carballo gallego y miran con respeto a las tradiciones, pero con la visión actual de una enóloga que ha corrido mundo y trabajado en bastantes bodegas. Las producciones muy cortas, a veces solo una barrica, abarcan distintas zonas gallegas en las que colabora con amigos y cosecheros locales. Su debut fue el Sacabeira, un albariño muy personal que procede de tres parcelas diferentes en el Valle de Salnés en las Rías Baixas y no hace fermentación maloláctica para mantener su tensión ácida. Su pareja, Miguel, se ocupa de la viña y hoy han extendido su actividad a la Ribeira Sacra, donde elaboran con la etiqueta Cuatro Muras unos “vinos de vecinos y amigos”. La intervención en viña y bodega es mínima, porque se trata de elaborar con calma los vinos como se hacían antaño en cada zona. Su recompensa llega cuando los lugareños le dicen que sus vinos saben como los de su infancia.
Chicas que trabajan la viña y la bodega
La viñadora inglesa Charlotte Allen llegó en 2007 a Fermoselle, en el Parque Natural de los Arribes del Duero, animada por su amigo el bodeguero Didier Belondrade. Ya había corrido mucho mundo, trabajado en bodega en Italia o Sudáfrica y descubierto la biodinámica vendimiando en las riberas del Loira francés con Domaines Huët, pero laborar en solitario la viña y la bodega, sin productos sintéticos, y arar con mulas los suelos de granito, gneiss y pizarra de la sierra, le supuso unos comienzos difíciles en los que era la “francesa” rara para los lugareños. Hoy afirma sentirse “como en casa”, ve el vino como “su misión en la vida” y elabora unas 8 000 botellas de “Pirita” con las variedades de uva locales, como rufete, juan garcía, mencía y malvasía, además del que lleva su nombre y el muy especial Mateo, elaboración que dedica a su hijo.
También Esmeralda García trabaja en solitario su pequeña bodega y su viñedo, heredado de los abuelos. Las cepas de verdejo de pie franco –cultivadas en vaso a la manera tradicional en varias parcelas de suelos profundos y arenosos que se trabajan sin tratamientos químicos– fueron plantadas en el siglo XIX antes de la filoxera. Su salinidad casi marina se deja notar en los blancos “naturales” que elabora en su microbodega de Santiuste, la villa diminuta de 500 habitantes cerca de Nieva, al norte de Segovia y cerca de la Tierra de Pinares, que da nombre al “vino de pueblo” que combina viñas en su entorno y del que hace algo más de 2 000 botellas por cosecha. Además, elabora por separado una barrica de cada una de las mejores parcelas y en alguna –de origen jerezano– el vino se cría con velo de flor, como fue tradicional en la zona hasta que llegó la moda de los blancos afrutados.
Expresiones del terruño familiar
El respeto al medio natural es también el eje de proyectos familiares como Uva de Vida, la microbodega de Carmen López, Luis Ruiz y sus cuatro hijos en Torrijos, Toledo. Habían heredado una viña del abuelo de Carmen y, tras leer un libro de Carlos Falcó, decidieron plantar graciano. El tratamiento de quimioterapia que tuvo que seguir en 2006 les convenció de evitarles algo así a las viñas, así que optaron por estudiar y seguir la biodinámica. Hoy sus Biográfico y Latitud 40 son vinos sin ningún tipo de adición que fermentan con las levaduras salvajes y ostentan el sello Demeter, al igual que el delicioso mosto tinto que comercializan como zumo puro de uva. Ya les había avisado el gurú Nicolas Joly, presidente de la Asociación La Renaissance des Appellations, que “el futuro está en ser pequeños”.
Juan Piqueras había trabajado varios años en las Bodegas Manuel Manzaneque antes de iniciar con su mujer Susana López su propio proyecto familiar: Pigar. Tuvieron que sacar los coches del garaje para meter en él depósitos y barricas, pero hoy tienen la bodega más nueva y pequeña de Utiel-Requena con la que hacen tiradas mínimas de sus tres vinos de parcela –de syrah, bobal y chardonnay–, si bien la parte más brillante y arriesgada de su trabajo son el espumoso de método ancestral elaborado, en parte, con la rara variedad rosada Royal y un blanco “naranja” de uva tardana, con un toque de moscatel, que fermenta con sus pieles en tinaja de barro para capturar el sabor puro del terruño.
También con las variedades globales elabora la que podría ser la bodega “de garaje” más pequeña del mundo, Les Acàcies en Pla y Bagès, Cataluña. Su creador, Mario Monròs, la inventó a partir de una pequeña cuadra reformada en la villa de Avinyó y hoy firma las cortas tiradas de sus vinos de parcela –Avinius, en sus dos versiones con tempranillo y merlot-syrah más el Instant de Flor chardonnay– en los que busca expresar los radicales contrastes térmicos y los peculiares suelos arcillo-calizos de esta tierra.
Vinos entre amigos
Habría que hablar de tantos que el espacio se nos queda corto: los viñadores que forman el Territorio Albariza gaditano, como Ramiro Ibáñez (Cota 45), en equipo o no con Willy Pérez (Bodegas De La Riva) o el equipo de amigos que forma la Mayetería Sanluqueña y trabaja a partir de unas pocas hectáreas de viñas viejas. Todos ellos comparten un intenso trabajo de retrofuturismo enológico que bucea en las raíces del Jerez, como el dúo Forlong, artífices de excentricidades bajo velo de flor en el Puerto de Santa María como el afrancesado La Fleaur. O el trabajo en las Islas Baleares de personajes como Eloy Cedo (Château Paquita) y en las Canarias de Borja Pérez (Ignios, Artífice). O el de viñadores como Clara Verheij y André Both (Bodegas Bentomiz) que, como el equipo Viñedos Verticales, recuperan la grandeza de las sierras malagueñas con vinos de exploración del terruño y recuperación de estilos… Hoy no es exagerado decir que el guión futuro del vino español lo están escribiendo, en gran parte, las bodegas más pequeñas.