A fondo: Bodegas Avelino Vegas

Fernando Vegas, protagoniza el salto de Segovia al Duero

Lunes, 16 de Marzo de 2020

Es director general y propietario del grupo Avelino Vegas junto a sus hermanos Avelino y Maribel, mientras que su esposa, Ana Isabel Gómez, es la responsable de marketing y comunicación, así que todo queda en familia. Luis vida. Imágenes: Arcadio Shelk

 

La empresa nació en 1950 en Santiuste, Segovia, una pequeña villa en el entorno de Nieva, cada vez más reconocido por sus verdejos “diferentes” dentro de la Denominación Rueda. “Empezamos con una bodega de vinos como mi padre la entendía entonces, con sus garrafas y damajuanas. Luego, en los años 80 llegó la D.O. y después, casi por obligación, por demanda del mercado, tuvimos que dar el salto a los tintos; y lo lógico y natural en nuestra zona era mirar a la Ribera del Duero. Decidimos comprar una antigua cooperativa en vez de fundar bodega nueva para poder aprovisionarnos de viñedo viejo y poder hacer vinos de calidad desde el primer momento. Queríamos elaborar un tinto de alta gama y en 1993 nació Fuentespina. Luego, hemos ido ampliando a otras zonas”.

 

¿No pensaron, como otros, en hacer tintos en la zona de Rueda? En Castilla y León tenemos unas denominaciones fantásticas y muy bien definidas. En un sentido muy genérico, los blancos son de Rueda, los rosados de Cigales y los tintos de la Ribera del Duero, Toro y el Bierzo. Ahora hay un totum revolutum porque todo el mundo ha querido hacer de todo, pero la situación se está reequilibrando y cada uno vuelve a sus esencias. En Rueda no se ha conseguido una singularidad especial con el tempranillo, pero con los verdejos hemos tenido el boom de expansión más importante de este siglo en España y la tendencia que veo es que los blancos están creciendo mucho.

 

¿Santiuste, y la zona de Segovia en general, son tan diferentes de la de Rueda? Ahora que va a haber vinos de pueblo, tendríamos que sacar el de Santiuste. Nuestra comarca tiene unas características absolutamente singulares dentro de la D.O. Aquí las viñas están en suelos arenosos muy pobres a una altitud entre los 800 y los 900 metros; son casi como suelos de playa con cantos rodados y los clientes que vienen a vernos se asombran de que de entre estas piedras pueda salir algo. En verano te asas de calor a 35º, pero de noche te tienes que poner una chaqueta: a las doce o la una de la mañana ves como baja el termómetros y pasamos a 12º o incluso menos. En Rueda se vendimia normalmente en la primera semana de septiembre mientras que en Santiuste se hace en la última o incluso ya a primeros de octubre. ¡Casi un mes de diferencia! Históricamente hemos tenido el orgullo de que de la zona de Rueda venían a “quitarnos” las uvas.

 

En Segovia tenían gran experiencia con los verdejos, pero en la bodega de Fuentespina para tintos eran novatos… Cuando empezamos allí en 1993 –una de las peores cosechas de la historia de la D.O.– abrimos para la vendimia y nos extrañamos porque no venía nadie: hasta el fin de semana no se recogía la uva y luego, en el puente del Pilar, entraba toda de golpe. Y mezclada. Era una locura y aquellos tintos unos claretes venidos a más. La viticultura de alta calidad es muy reciente en la mayor parte de España, es de antes de ayer: para el común de los vinos y salvando excepciones, se hacía una vendimia a saco. Pero todo ha cambiado en los últimos 20 años y somos mucho más delicados a la hora de seleccionar y elaborar. Reformamos y modernizamos las instalaciones en cuanto a tecnología, pero hemos mantenido la estructura y aprovechado sus recursos arquitectónicos. Los antiguos cooperativistas siguen siendo prioritarios a la hora de abastecernos y, además, vienen con uva que procede en muchos casos de viñedos centenarios.

 

¿Es un hecho diferencial la edad del viñedo? Al adquirir Fuentespina éramos la bodega 35ª de la Ribera; hoy hay más de 300. Ahora queremos un salto cualitativo y hemos hecho en Peñafiel una pequeña bodega con alta tecnología para unas 80 000 botellas donde estamos elaborando toda la selección de viñas viejas en pequeños recipientes y de forma mucho más meticulosa. Es algo nuevo, mucho más pequeño, muy ilusionante y puedes mimarlo mucho más. Corren nuevos aires y buscamos preservar la fruta, que la madera la complemente, pero que la uva sea siempre la protagonista. El proyecto enlazó con el centenario, en 2017, del nacimiento de mi padre Avelino Vegas, y para la primavera de este año estará totalmente terminado y a punto de caramelo. Es un edificio espectacular que parece un barco y tiene unas vistas impresionantes al campo y al castillo de Peñafiel, que también tiene forma de barco, así que es un guiño que le hacemos a este símbolo de la comarca. Queríamos que la dirección enológica fuese distinta a la de Fuentespina y la gestiona nuestra hija Cristina, que lo lleva en la sangre porque ha estado haciendo elaboraciones desde los 13 años y hoy es biotecnóloga con Diploma Nacional de Enología por la Universidad de Burdeos y un gran bagaje tras haber trabajado en châteaux como Lafitte y Haut-Brion.

 

Tanto Avelino Vegas en Rueda, con tres millones de botellas, como Fuentespina en la Ribera con cinco millones, son bodegas de gran volumen. ¿Se puede enfocar con esta experiencia un proyecto de vinos de “boutique”? Queremos alcanzar la excelencia a partir de la calidad de nuestro viñedo. En 1995 hicimos un censo de las viñas viejas de nuestros viticultores y vimos cuales tenían más de 50 años, es decir, que eran de 1945 para atrás y remontándose hasta 1907. Estos viñedos se han ido preservando y hemos incorporado alguno más, como uno de 80 años en La Aguilera. La zona de Fuestespina, Fuentelcésped y Moradillo, que está al lado, es un terreno espectacular con mucho viñedo antiguo. En estos últimos 25 años hemos aprendido y necesitábamos dar un salto porque estas viñas no podíamos elaborarlas en las mismas instalaciones que usamos para el gran volumen, estamos vinificándolas por separado y por parcelas en depósitos de 10 000 litros. Antes ya habíamos seleccionado los viñedos viejos de nuestra zona en Segovia para 120 000 botellas de nuestra marca Circe, que elaboramos aparte a partir de una pequeña selección súper cuidada de micro-majuelos para los que nos esperamos hasta el final de la vendimia. Estamos acostumbrados a diferenciar y trabajar cada etiqueta para su mercado, su público y su precio.

 

¿También hay varias Riberas del Duero? Hay hasta tres y tendríamos que hablar de área, de suelo y de altitud. En estos años buscando las mejores viñas hemos visto que hay una zona vallisoletana y otra burgalesa, así como una zona muy baja y otra de altitud superior que tengo claro que es la que da más calidad. También hay viñedos viejos y jóvenes, aunque la cantidad de viñas de menos de 30 años es bastante importante. Todas son aptas para dar un buen vino y no denostamos el estilo “roble” que es fresco, afrutado, llega a todo el mundo y es un básico de todos los días para el consumo doméstico y la barra del bar, pero puedes tener también parcelas de viñedo de altísima gama con las que competir con los mejores vinos de cualquier parte del mundo.

 

¿Cómo recuerdas ahora los vinos de tu infancia? Mi padre elaboraba unos vinos básicos de alta graduación, hechos sin tecnología, cuando se denostaba a la verdejo porque se decía que tenía mucha acidez. Aún conservamos, detrás de donde vivimos, la primitiva bodega de tinajas de barro y la de cemento de los años 70, que hoy haría las delicias de muchos. Mi recuerdo de cuando era niño es una larga caravana de carros de mulas de la gente que venía de vendimiar y que iba descargando la uva. Mi padre les ponía unos porrones de vino, unas aceitunas, un poco de verdel… aquello era como una fiesta.

 

Al final, la vieja bodega de Santiuste es la del padre, la de Fuentespina la del hijo y la de Peñafiel la de la nieta. ¿Qué viene después? Pues hemos comprado otras 80 hectáreas de terreno calizo a una altitud de 900 metros en Castrillo de Duero y, como decía Mondavi, estamos plantando allí las viñas que serán de nuestros nietos.

 

 

 

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