Esas historias

La inédita cara B de los viajes de prensa en grupo

Jueves, 02 de Abril de 2020

Para los periodistas de viajes y gastronomía recorrer destinos en grupo es un vivero de chascarrillos, sonrojos y anecdotario que no se cuenta en la edición final. He aquí la intrahistoria desconocida de una profesión entre idílica y caprichosa. Javier Caballero

Bien podíamos haber titulado este reportaje "los caras B de los viajes de prensa en grupo", aludiendo a la legión de caraduras y malcriados que pululan y con los que te topas en viajes entre lo gastronómico y lo recreativo por esos destinos del Señor. Son experiencias incontables (por su nutrido número) e incontables experiencias (porque algunas no se deben contar). Ahora que nuestro perímetro nómada se limita a la fugaz visita al súper o la farmacia –no sea que al bajar la basura la del quinto sea un francotirador tras los visillos– y que solo podemos reseñar lo que atisbamos desde el balcón o el móvil, parece momento idóneo para recordar algunas cosillas que suceden en las entretelas de esos viajes de prensa entre lo culinario y lo explorador. Breves "gran hermano" en los que trabajadores de oficinas de turismo, plumillas, blogueros e influencers de todo pelaje se entremezclan y conviven unos días de asueto y bloc de notas. Una joven de Marie Claire, un freelance multiorquesta para las revistas de SpainMedia, el autor de una bitácora de autor, una enamoradísima pareja de guapos con cientos de miles de followers, un habitual trotamundos de El Mundo, el director de una revista al que le tienes que preguntar (o responder) cinco veces durante el viaje, ¿cómo me has dicho que se llama tu medio?... Maravilloso.

 

De antemano: un viaje de prensa a cualesquiera destino es una gominola del tamaño de un balón de baloncesto. No cubres guerras, crónica judicial o perogrulladas políticas, sino hedonismo mayúsculo. Y ese caramelo engorda tus ilusiones en función de lo exótico, lo lejano o de la batería de experiencias con las que te quieran agasajar. No es lo mismo cuatro días en un pueblo del cercano Portugal que diez días en Hawaii-Bombay. Todo tiene su encanto, claro, pero las ensoñaciones que provoca en el subconsciente pasear entre moais en Isla de Pascua o que te tomes un brebaje multicolor en Tasmania ganan de lejos, nunca mejor dicho. Y siempre está el factor "una vez en la vida" o "cuándo iba a ir yo por mi cuenta a Madagascar, con lo caro que debe de estar el avión". Aviso a navegantes con ideas preconcebidas: suele suceder que disfrutes muchísimo más en una visita a un viñedo de Méntrida que viendo obligado un remedo del Circo del Sol en Dubai, ya te lo cuento yo. 

 

En Las Vegas con Paris Hilton

 

[Img #17772]Un poco de honestidad y verismo. Sí, se escribe atropelladamente en el AVE o a deshoras en un hotel de Philadelphia, pero el periodista de viajes es un privilegiado. Entre las amistades y/o conocidos a veces calla destinos y algunos lujos no vaya a ser que alguien se moleste en plan: "Ya está éste otra vez contando lo de toparse con Paris Hilton en Las Vegas, y yo en mi curro minimizando la ventana de Facebook cuando pasa el jefe". De acuerdo, se trata de una vida que no te puedes permitir. Pero que nadie se engañe. Somos cenicientas. Cuando vuelves a la T4 se rompe el encantamiento y los corceles y carrozas del baile se convierten en esos taxis con dados colgando del retrovisor. Llegas de comer riquísimo, de beber cosechas en vertical, de alojarte gratis total, muchas veces en hoteles de ensueño o en una cabaña, lodge, cottage o cualesquiera anglicismo de nuevo cuño que alude a pernoctación formidable. Y vuelves a la sucia M-30 y a Jiménez Losantos en radiotaxi cuando hacía un rato te estaban preguntando si un daikiri te animaría la espera de la anidación de flamencos rosas sobre Atacama. Al granítico regreso, la realidad rutinaria para algunos resulta desoladora, patética. Muchos, demasiados periodistas de viajes empalman viajes y viajes, de evento en evento, saltando de almuerzos a cenas pantagruélicas –cual tiburones que si dejan de nadar perecen– porque no guardan casi nada en la nevera. La prensa y sus miserias, un viejo relato...

 

Aparte de la retribución económica (ya seas libre o por cuenta ajena), luego saldrá publicada tu visión del asunto, lo que redobla la satisfacción. Buenas fotos, generosas en maquetación o galería digital, titulares a cuerpo 70, tu firma bien visible... ¿La misión crucial del plumilla en esta vida impostada, de la carta de almohadas al spa pasando por un estrella Michelin y un vuelo en globo? Simplemente contar con honestidad lo que ves. Lo que vives. Remirar en las costuras de lo que te enseñan con amabilidad y detenimiento. Tratar de desmenuzar lo que los mismos que tú no perciben, aunque en el fondo seas un listillo con muchas dosis de paleto. Como el género de viajes obliga y ha habido grandes observadores que te han antecedido (debes un respeto a Manu Leguineche y a Luis Pancorbo), has de modular tu sensibilidad para componer un artículo decente e interesante, con cierta emoción, sin ñoñería. Pinturero. Cabal. Plagado de datos e información útil. Simplemente, que haga atractivo el destino para los que no lo conocen, o que perfume con algo desconocido al viajero releído y al que ya anduvo tus propios pasos. Puedes arrancar por un retazo de historia antigua. O por la reciente visita de una celebridad que atracó su yate en un acantilado de Capri. O por el diálogo con un pastelero local que te abre los ojos a la idiosincrasia del lugar.

 

Conozco a recua de reporteros que se limitan a replicar/versionar cual vagos papagayos los voluminosos dossieres de prensa que te endilgan las oficinas de turismo el primer día en tu habitación del hotel (y que luego no hay dios que las encaje en la maleta). Esos mismos periodistas que luego se quejan airadamente al anfitrión o anfitriona de lo apretado de la agenda, que viajan permanentemente enfurruñados porque se tarda mucho en atravesar el desierto del Namib, lamentan la humedad en Riviera Maya y el biruji en los fiordos noruegos. ¿Peticiones del oyente? Las hay, claro. Y en plan Homer Simpson. Como un niño en un parque de atracciones he visto pedir cosas que no creeriais más alla de Orion, o sea, ¡¡marchando una de donuts con ketchup para los del jacuzzi en la cubierta de un crucero mediterráneo!! Te suelen hacer más caso si eres influencer con más de 100 000 seguidores. Y eso que solo tienes que tener talento para subir una foto de cuerpo serrano y tu abdomen tomando ron junto a un volcán y ser capaz de escribir un texto anexo en Instagram que diga: "Hola gente!! Aquí sufriendo, ¿no? ¿Os imagináis que entra en erupción? Bueno, yo le voy a dar otro tragito rápido más a mi ron por si acaso". Verídico. Mejor no hablar del caché de los susodichos. Igual de indecoroso que sus textos. 

 

Montando el pollo

 

[Img #17773]Desgraciadamente, aparte de Instagramers con magnetismo, también hay tiranos viajeros, por no llamarlos impresentables o infames. Fotógrafos malcriados que montan pollos espectaculares a la organización porque aún no tienen las fotos de destino que ellos proyectaron en su mente al salir de España... cuando tienen días y agenda liberada y un coche a su disposición para ir a retratar lo que les dé la gana. En un viaje a Almería cuyo objetivo era patrocinar su capitalidad gastronómica 2019, una de las participantes se echó al monte. Se pasaba por la entrepierna (casi literalmente) agenda y horarios. Todo le daba un “enorme perezón”. Camino de una de las excursiones se bajó del mini bus para tomar sol y cañas. La tuvimos que recoger de vuelta cual servicio de línea cuando su moreno y su nivel cervecero antes de comer fueron suficientes. No catalogaría de desfachatez su conducta. Allá cada cual con el morro que gasta. Si se pliegan a sus desbarres de Calígula... Me recuerda otro caso habitual: los que no soportan ir en clase turista y en el momento de montar en el avión están poniendo un e-mail "a un alto directivo de Air Europa que me sigue en el Insta, se lo digo a la azafata y verás como nos hacen un upgrade".

 

Aunque suene malcriado o caprichoso, un viaje de prensa grupal no es perfecto a efectos de resultados periodísticos u objetivos que cumplir. Cada uno viaja con las propias necesidades que le impone su cabecera en origen. Ora una perspectiva de la vida cultural de Rotterdam; ora una antología de las mejores calas de Mallorca. Por acullá, cómo late la vida gastronómica de Malta. Contentar a pasaje tan especialito es cuadrar el círculo. Hay que amarrar lo más posible desde redacción para que luego no haya malos entendidos y/o carencias periodísticas. Es una obviedad pero uno se debe a los lectores, no a organismos oficiales con dinero público.

 

[Img #17774]A veces y por cuestiones perentorias, las oficinas de turismo meten en el mismo saco a un potpurrí de escribidores –no tienen presupuesto para varios viajes de prensa diferentes– y olvidan que cuantos más enfoques más abren el apetito a futuros viajeros y lectores, que son los que se dejarán la pasta y engrosarán las estadísticas de estados, regiones, provincias o consejerías de turismo. Descorazona de veras leer prácticamente el mismo viaje calcado en diferentes medios. Se trata de un error tan común como comprensible: aprovechar un viaje para el que escribe de cicloturismo, de gastronomía y de nuevos senderos a lomos de animales. Eso sucede. Sea como fuere, cuando el viaje llega a su final, la ternura y el buen rollo se imponen. Los mismos invitados que han puesto a caer de un burro (podría ser el turístico de Mijas) a la organización que la mayoría de las veces se desvive y es intachable, se lían a besos y abrazos como si no hubiera coronavirus. Síndrome de Estocolmo. Y de Maldívas. Y de Ribeira Sacra... En la despedida pelotean hasta la saciedad repitiendo la letanía, "ha sido un viaje maravilloso, de los mejores que hecho nunca, tengo que regresar con mi pareja". De vuelta en el avión te dan la chapa sin tregua. "La visita a aquellas ruinas precolombinas se la podían haber ahorrado. Y luego fue innecesaria la cata de café en plena selva. Menudo calor. Y de la caminata, ¿¿¿qué me dices???". Asientes con la cabeza mientras rebuscas Ronda Iberia para leerte ese reportaje de Kyoto del que no tuviste tiempo (o ganas) de leer a la ida. Tiene que molar Kyoto...

 

 

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