A fondo: Bodegas Mendade

Menade y su misión verdeja de la mano de Richard Sanz

Lunes, 13 de Abril de 2020

Richard resulta imprescindible para entender los vinos de Rueda. Lleva la dirección de Bodedas Menade que formó hace 15 años con sus hermanos Marco, hoy a cargo de la viticultura, y Alejandra, que lleva comunicación y exportación. Luis Vida. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto

 

Antes había sido la mano derecha de su padre, Antonio Sanz, “una persona fundamental en el mundo del vino por lo innovadores que han sido él y su generación, a la que admiro; han sido los grandes, los que cambiaron el chip sin tanta cultura ni tanto poder como ahora”, argumenta. Richard se ha criado en bodega, “dando saltos entre las cubas, entre las soleras. Al poco tiempo, estaba dándolos entre depósitos de acero y poliéster y entre las máquinas y preguntándome qué era eso. Me acuerdo de estar de pequeñito con gentes del vino como Carlos Falcó, los hermanos Lurton… Un sinfín de nombres. Tengo 46 años y llevo treinta y cinco vendimias; unas con el control absoluto y otras en las que simplemente estaba allí. He trabajado en la bodega de mi abuelo y en los comienzos de la de mi padre. Las vacaciones no existieron nunca; siempre había algo que hacer en la viña o en la bodega. Estudié algo de enología en lo que había por entonces, que era la Escuela de la Vid y el Vino de Madrid. Posteriormente hice en Burdeos un par de cursos para formarme, hasta que me echaron de la Universidad por diferencias… He hecho vendimias en Francia, Italia y Sudamérica y he viajado para ver lo que hay que hacer y aprender lo que nunca haré. Y he tenido la suerte de vivir en primera persona la evolución de Rueda como zona vinícola”.

 

¿Qué camino va de Palacio de Bornos, la bodega de tu padre, hasta Menade? En esos años pasamos del “en vendimia vale todo” en la viña a “no, no todo vale. Separemos uvas”. Entonces apartamos terrenos y empezamos a fermentar con la finalidad de hacer blancos jóvenes y afrutados. Con la tecnología, cambió el chip de las bodegas y la calidad aumentó en todas las zonas, pero hay una parte mal interpretada que es la química que viene con la tecnología. Y que no es necesaria. Toda esa evolución me llevó a dejar Palacio de Bornos, donde trabajaba con mi padre en unos vinos técnicamente perfectos y con gran éxito de ventas, porque sentí la necesidad de hacer otras cosas, había que retomar la esencia: vinos con carácter propio que no se parezcan a nada ni a nadie. Menade significó un freno de mano, una parada y una vuelta al origen. Salir de la zona de confort. Que no me cuenten lo que se puede hacer en esta zona porque lo he hecho con mis abuelos.

 

¿Son los vinos de Rueda los que mejor definen la disparidad de criterios entre los “expertos” que los critican y el gran público que los adora? Este año celebraremos el 200 aniversario de nuestra bodega familiar y los 15 años de andadura de Menade. Mis hermanos y yo somos de Rueda, nuestros orígenes lo son, pero hemos sentido la necesidad de crear algo distinto. Las D.O., que en su origen tuvieron su aquél, nacieron para promocionar sus zonas y, en el caso de Rueda, el éxito ha sido fantástico, pero luego se ha desvirtuado y ha pesado más la parte industrial-económica, el volumen, que la personal y cualitativa. Presumen de ser grandes y yo les digo que son voluminosos; la grandeza es otra cosa. Ayer, un enólogo de la zona me mandó un whatsapp con fotos de una guía de vinos de los años 86-87 y vi que hoy vendemos prácticamente al mismo precio que hace 30 o 35 años. ¿A esto se le puede llamar evolución? ¿Es crear algo, aparte de unos millones de botellas? Y no tenemos nada en contra de la Denominación, todo lo contrario, les deseamos todo el éxito. Pero nuestro proyecto no se encontraba allí y por tanto nos pasamos a los Vinos de la Tierra de Castilla y León.

 

¿Qué reglas definen el proyecto Menade? Nos gusta difundir el mensaje. Punto uno: No queremos la excelencia. Si existiera, que la busque otro. Yo no soy excelente; si acaso, quiero ser notable, que se me note. Punto dos: odiamos la perfección, que no existe o es nada; lo bonito es ser como eres tú, como persona y como vino. Punto tres: no somos los mejores. ¿Qué es lo mejor? Es un momento conceptual: lo que te apetezca y cuando te apetezca. El equipo de gente importa mucho: la fijación local, la riqueza, que se gane, que la gente se quede. Hacemos muchas cosas a mano y eso genera trabajo. Después de 15 años la vida nos ha ido relativamente bien y está llegando el éxito. Somos casi 30 personas en puestos de trabajo fijos y tenemos unas 200 hectáreas de cultivo propio lo más respetuoso posible. Queremos volver a la esencia de Rueda –innovando a nuestra manera – que no era una tierra de blancos jóvenes sino de vinos de guarda, encajados con los medios que tenían en unas bodegas subterráneas de cemento que ya eran la leche. Si queremos que Rueda sea grande, ser respetados donde vayamos, necesitamos generar esta grandeza y, para ello, hacer vinos naturales con potencial de guarda.

 

En vuestra página web afirmáis querer “devolver a la naturaleza lo que el hombre le ha robado” ¿Cuánto pesa la “naturalidad” en vuestra visión, en vuestra metodología? El tema medioambiental nos preocupa mucho. Aún recuerdo ir de niño por un campo multicolor, lleno de hierbas y flores, entre saltamontes, pero la concentración parcelaria es la filoxera del siglo XXI y ahora somos monocromáticos. Podemos hacer cosas, así que usamos unas técnicas lo menos agresivas y más naturales posibles para que todo fluya. Tenemos un suelo maravilloso, sin embargo, la mitad está estéril, anulado; el sistema radicular de la planta vive de lo que le están dando, no de lo que ella busca. Y empezamos a liberar suelos, a dejarlos que se expresen y a trabajar la agricultura arando en vez de con herbicidas, que son unos productos que acaban con la biodiversidad, cuando tenemos la suerte de tener una zona en la que prácticamente no tenemos plagas. Pero lo natural no tiene porque ser pequeño. Tenemos la viña en diferentes parajes y fincas en un entorno de unos 15 o 20 kilómetros de Rueda y hacemos entre 1 200 000 y un 1 500 000 botellas trabajando una viticultura de precisión, diferenciando viñedos y suelos. Marco, mi hermano, siempre se ha preocupado de volver al purismo y durante años hemos seleccionado cepas prefiloxéricas y reinjertado todos los viñedos con nuestro clon de verdeja, no verdejo, porque es como le hemos llamado de siempre en nuestra casa. Se trata del clon más puro y auténtico que hemos encontrado. Sin duda, una planta más dura a la hora de luchar contra los elementos y las enfermedades, que se caracteriza también por su gran carácter, muy versátil, para una gran diversidad de vinificaciones y estilos. La verdeja es nuestra misión.

 

¿Se trata, entonces, de afrontar el futuro volviendo al pasado? ¿A aquellos blancos añejados en soleras o bajo velo de flor? ¿A las barricas y tinajas? No soy futurólogo, pero los tipos de vino que me dices son los clásicos que ahora están de moda y, posiblemente, nunca dejarán de estarlo. Revivir el pasado es la única solución que hay: venimos de una zona histórica y no nos podemos olvidar de nuestros orígenes. Pero odio los sabores ajenos al vino. Contamos con un parque de barricas neutras y usadas, que lo complementan un poco pero no lo tapan, y la tinaja es maravillosa, pero estamos en una zona de blancos, que pueden no ser tan consistentes como los tintos de cara a una evolución que puede ser relativamente rápida. Para nosotros, ser natural no significa que todo vale: un vino tiene que tener calidad y personalidad. Con el conocimiento que tenemos en la actualidad, tiene que dar la cara en tu casa o al otro lado del mundo y, si hay tecnología para que esté limpio… Estudiaremos si hace falta filtrarlo o no, lo decidiremos, pero no lo dejaremos al azar. Lo lógico es que, si no se hace nada, el vino presentará defectos o incluso tenderá a avinagrarse: es lo natural. Y mi naturaleza será intentar evitarlo para que su calidad y estilo permanezcan, pase lo que pase. Un vino hippy sí, pero que vaya duchado.

 

 

 

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