Sopitas calientes
Qué alegría señor obispo, qué alegría me ha dado con su carta. No podía, ni en mis sueños más estrambóticos, imaginar que un prelado, un príncipe de la iglesia, formaría parte de mis lectores y sobre todo que, en estos momentos de excepción, acudiese a mí, a un pecador, para solicitar mi asesoramiento cocineril. José Manuel Vilabella
Su carta, mi querido don Anselmo, me llenó de estupor y también de orgullo. Comprendo su desamparo y me pongo en su lugar. Está solo en su palacio episcopal sin un fámulo que le limpie, un chef que le cocine y una barragana que le quiera. Qué tremenda soledad. Y además, oh, dios mío, es usted un gourmet y no tiene ni idea de cómo hacer una simple ensalada de tomate y cebolla. No sabe aliñarla, se hace un lío. Lo intenta porque, heroicamente, desea hacer de la necesidad virtud pero, ay, le sale vinagrosa. Vaya, hombre, vaya. Tiene una reserva importante de latas de conserva. Le sobra el paté, el caviar y los caprichitos de rigor que eran adecuados para un tentempié, pero no para todos los días; las langostas y los lubrigantes nadan alegremente en su vivero y en su bodega se almacenan cientos de botellas de champagne y vinos excelentes de importantes marcas y añadas. Me dice textualmente: “No soy nada sin mi vinito de Burdeos; aunque Dom Pérignon es para mí como el agua de mi pueblo; aquella que tomaba en botijo cuando era monaguillo”, puntualiza con una pizca de tristeza. Le entiendo Ilustrísima, me pongo en su lugar. Me asegura, al borde del llanto, que mal que bien ha empezado a cocinar de forma desmañada y que a la hora del desayuno se arremanga las ropas talares, se quita el anillo, deja a un lado el solideo y el báculo y se fríe tres huevos con unas lonchas de jamón ibérico. Excelente principio. Un opíparo desayuno puede ser el prólogo de un almuerzo espectacular. Como asesor gastronómico tengo que decir que “¡bravo!”, “¡muy bien!”, ya verá cómo rápidamente le coge el tranquillo y se convierte en un pispás en un excelente menestral. Continúa su misiva preñada de pésimas noticias. En el almuerzo se ve obligado a echar mano del salmón ahumado, el monótono beluga, el inevitable cangrejo ruso y los langostinos congelados. Le entiendo; a mí, como a todos los exquisitos, me ocurre lo mismo y es que donde esté lo genuino, lo natural, lo que fluye, lo que está en sazón, que se quite la latería y el congelado. Se acuerda con nostalgia de las truchas que le traían como presente los sacerdotes de su diócesis; esos que le hacían antaño una finísima pelotilla y colmaban de presentes en especies su bien nutrida despensa y también dice recordar, con íntimo regocijo y honesta satisfacción, a las monjitas, con sus toquitas blancas y sus risitas inocentes, que aportaban las dulzainas conventuales a su despensa. Afortunadamente de postre y exquisiteces artesanas está bien surtido y cuenta con reservas para varios meses de aislamiento. Su barragana, la exuberante Mariflor, fue la primera que le abandonó. Puso la disculpa de que su madre estaba indispuesta y le dejó plantado. Qué ingrata. La echa de menos; entre otras cosas por las entretenidas conversaciones nocturnas. Era muy amena. Poco a poco el personal fue desapareciendo, fámulos, secretarios, sacristanes, monaguillos. Todos se fueron horrorizados por el coronavirus ese y nadie se acuerda de un anciano solitario que deambula de noche como alma en pena por los salones vacíos y grita como un demente que necesita con urgencias las sopitas que le preparaba su chef, aquellos maravillosos sopicaldos que le sentaban el estómago y le permitían conciliar el sueño. En su despensa solo hay sopas de sobre, comistrajo que no está dispuesto a llevarse a la boca. No en vano es un príncipe, un príncipe de la iglesia. El último párrafo de su escrito, mi admirado don Anselmo, es realmente patético y me pone los pelos de punta. Me ruega que interceda con su chef para que regrese con un buen perol de sopitas de ajo deconstruidas. Me dice, y cito textualmente: “Dígale a su amigo Ferrán Adrià que regrese, que vuelva, que lo necesito, que no me abandone, que le quiero”.
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