Evolución sin perder de vista el origen

Gran Colegiata, emblema de Fariña, recupera su esencia

Martes, 30 de Junio de 2020

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El emblemático tinto de la Denominación de Origen Toro elimina de su etiqueta la categoría de Reserva y lo cambia por un reivindicativo “Original” que es, al tiempo, mirada al pasado y al futuro de la bodega. Raquel Pardo

La historia de Bodegas Fariña se puede considerar la columna vertebral del nuevo Toro vitivinícola, aquel que dejaba atrás en los ochenta un pasado ligado al granel, las altísimas graduaciones y un producto para exportar o fundirse con otros vinos de manera anónima. Fariña provocó un cambio de mirada sobre el viñedo toresano que logró atraer inversiones tan de prestigio como las de Eguren, primero, LVMH, después al comprar la bodega Numanthia en 2008, Vega Sicilia o Mauro, entre otros productores. Y ese cambio tiene un origen, precisamente, en el Gran Colegiata, el tinto creado por Manuel Fariña en la bodega fundada por su padre, Salvador, que marcó un antes y un después en la percepción de Toro como una zona con enorme potencial, pese a que esta visión se mantiene, quizás, por un tiempo demasiado largo, sin que esa potencialidad se haya transformado en una consolidación completa.

 

Pero pasos, lo que se dice pasos, se han ido dando y los Fariña han sido espectadores de primera fila y también primeros actores. Pero empecemos por el principio.

 

Corrían los años 40 cuando Salvador Fariña y Tomasa López emigraron desde su pueblo natal, Porto, en la comarca de Sanabria, hasta Casaseca de las Chanas en una primigenia marcha rural que hoy llevaría el nombre de España vaciada. Los Fariña buscaban un futuro y en Casaseca se compraron una casa y dos viñas con la intención de vivir de lo que producían, pues entonces el vino de esa región, con mucho grado, aguantaba muy bien los viajes y era atractivo para venderlo en zonas del norte del país. El hijo del matrimonio, Manuel, creció vinculado al negocio familiar, del que su padre estudiaba, como podía, sin parar. Y leyendo, en los 60, un ejemplar de la Semana Vitivinícola, medio decano para la viticultura nacional, Salvador supo que había una escuela de viticultura y enología en Requena, adonde mandó a Manuel a estudiar. Allí se formó este hombre que hoy pasa por ser uno de los pioneros del vino español y un visionario de la región de Toro, un hombre enamorado de su tierra y convencido absolutamente de la calidad del viñedo toresano, que para él, pasa a veces desapercibido teniendo un patrimonio del que pocas regiones excepto ella pueden presumir: viñas plantadas, de verdad, en pie franco que aún siguen en producción.

 

Manuel se apasionó por la profesión que ejercía con maestría, tanto que, cuenta su hijo Manu, hoy director técnico de la bodega, le concedieron una beca para ampliar su formación en Burdeos. Pero tuvo que rechazarla; el negocio familiar estaba en plena expansión y su padre no veía con buenos ojos que Manuel dejara una bodega en plenas obras de ampliación, un paso que, por otra parte, se había comenzado a instancias del enólogo.

 

Gran Colegiata, el cambio que Toro necesitaba

 

Relata Manu Fariña que “romper las inercias en Toro no fue tarea fácil” y en los 70 era justo lo que Manuel quiso hacer cuando elaboró los primeros Colegiata, un intento de cambio en el paradigma de los vinos toresanos: “Ya no tenía sentido hacer vinos alcohólicos y cálidos pensados para transportar” y Manuel se fijó en otras zonas y aprendió de ellas para reconducir el destino de Bodegas Fariña. Y con él, el devenir de todo lo que hoy es la Denominación de Origen Toro.

 

Casi una década después, el primer Colegiata cambió de botella borgoñona, entonces un símbolo de calidad (las épocas vuelven, se reinventan), a bordelesa y comenzó así una nueva etapa, marcada por la añada del 82. Y como ha ocurrido otras tantas veces, fue alguien de fuera quien primero vio con otros ojos lo que se cocía en la vitivinicultura de Toro.

 

Manuel recuerda que su importador en Suiza quiso celebrar una cata a ciegas con vinos de alta gama y los Fariña decidieron enviarles tres de sus vinos, entre ellos, claro, Gran Colegiata, que quedaron en los primeros puestos. La noticia trascendió y las miradas de la crítica nacional sobre la zona empezaron a cambiar. A los cinco años, Toro sería oficialmente una Denominación de Origen vitivinícola, un hecho que Manu Fariña lamenta, pues Toro fue una región importante comercialmente pero se tardó mucho en dar el paso.

 

Sin embargo, una vez traspasada esa etapa, la atención de los inversores no tardó mucho en llegar. Manuel, visionario y convencido del valor del viñedo, vio esas llegadas con muy buenos ojos: “Estamos muy orgullosos de que otras bodegas se fijaran en Toro gracias a la repercusión de esa cata, porque en parte, vinieron gracias a nosotros”. Sobre ese histórico vino Santiago Rivas, autoproclamada winestar y colaborador de Sobremesa y Sobremesa.es, comenta que "el 82 tiene aromas alejados de esos hierros y champiñones tan temidos al abrir vinos viejos, aunque sí he notado un punto de humedad" y continúa "con decantación y meneo aparecen notas de vainilla o tabaco, típicas de un vino antiguo con clase. Me llama la atención la limpieza y concentración en la boca y tiene uno de los taninos más elegantes que he probado nunca, que me hace confirmar que la expresión tanino sedoso es real", afirma, para concluir que tiene "acidez suficiente para sostenerlo y nota alcohólica esperable tanto por latitud como por envejecimiento, aunque en mi opinión le falta algo de complejidad", considera, aunque remata diciendo que "pero es que, de tenerla, sería un Château Margaux". 

 

Colegiata Original, la vuelta al pasado para enfrentarse al futuro

 

La familia de Colegiatas fue creciendo con varios vinos de distintas categorías, entre los que destaca Campus, el tinto de alta gama procedente de viñas en pie franco perfilado por el hijo mayor de Manuel, Bernardo, quien también pasó, como Manu, por la dirección técnica de la bodega (entre 2000 y 2012) antes de dedicarse a su propio proyecto vinícola y cervecero, Abadía de Aribayos. Pero más de cuarenta años después, Colegiata recupera su sitio como el vino emblemático de la bodega, un tinto asequible que abandera el valor del patrimonio vitícola de Toro. Colegiata Original (27 00 botellas en su añada 2014, 17, 30 euros pvp) prescinde ahora que ve la luz del sello de Reserva y recupera la botella borgoñona con la imagen de la Colegiata de Toro, que no ha abandonado en todos estos años.

 

En el interior de la botella, un vino que procede de varios viñedos viejos de viticultores que han vivido todo el transcurrir de Toro y que, para Manu, “son los que hicieron de Toro lo que es”. Dos de las viñas que proveen la uva para Colegiata son centenarias por su poda en “tresbolillo”, tradicional de la zona hace más de un siglo. A este propósito, Manuel apostilla que no hay un registro oficial del viñedo en pie franco de la DO Toro, y añade que su primer viñedo plantado en la bodega fue usando el pie original. Reconoce que, en un terreno donde no hay diversidad ni de suelos ni altitudes, este patrimonio de viñas en pie franco y majuelos de más de un siglo es el mayor valor de Toro.

 

El nuevo Colegiata, que será el único con ese nombre, adopta el adjetivo de Original en la etiqueta “porque fue el que originó todo”, comenta Manu, quien destaca que este cambio es la parte visible de un proceso de simplificación en Fariña en el que, confiesa, le obsesiona dar claridad a la marca y segmentar de forma tajante las claridades de los vinos.

 

De nuevo este tinto que hizo a Fariña sonar en el sector nacional e internacional vuelve a marcar un punto de inflexión y, una vez más, con la vista en el futuro: un vino bebible y tremendamente frutal con una frescura que resulta sorpendente en un vino de Toro, bebible y con una atractiva sencillez. En resumen, un vino que aglutina lo que Fariña lleva toda su trayectoria persiguiendo: vinos asequibles y fáciles de beber que, sin embargo, no renuncien a su esencia y su legado histórico. “Cuando llegamos a Toro teníamos claro que queríamos hacer volumen pero sin renunciar nunca a hacer buenos vinos, y siempre queriendo hacer partícipes a los viticultores”, comenta Fariña.

 

“Tenemos 300 hectáreas de viñedo muy tecnológico”, dice Manu Fariña, “y otras 150 de viticultores con los que trabajamos desde los años 80”, situadas en la zona norte de la denominación, donde se encuentran suelos con vetas de caliza, algo inusual en el resto de terrenos de la región. De ese viñedo tecnológico, como lo define Manu, criado entre viñedos aunque se incorporó a l. a bodega de forma oficial en 2011, salen los vinos de entrada de gama de Fariña, mientras que los viticultores y propietarios de esos viñedos más viejos nutren a los vinos más especiales, como Colegiata Original, aunque Manu asegura que incorporará también uvas de viñas jóvenes en añadas siguientes. Una muestra de que Fariña entiende el vino como un mundo permeable al cambio, pero teniendo claros los principios y el origen, base esencial para permitirse la evolución sin perder la esencia.

 

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