LISTA GASTRO
10 productazos que probar en destino antes de más rebrotes

Por si acontece otro confinamiento, o nos tenemos que volver rapidito de las vacaciones, proponemos 10 lujazos españoles a paladear en destino y con paisaje: angulas, buey, atún de almadraba, arroz del Delta... Javier Caballero. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
La pandemia, el encierro, la crisis, sus consabidos estragos y toda la filosofía emanada (de andar por casa) nos ha grapado un mantra a la sesera entre la autoayuda y la gula más desenfrenada: hay que disfrutar a dos carrillos, que el contador de la vida uno nunca sabe uno cuando puede griparse. “Como si no hubiera mañana” se ha convertido en la frase más irritante y manida en esta España a la que gustosamente nos invitan a conocer a fondo, si bien el barato aforismo se carga de buenas razones en coyuntura tan volátil e incierta. De tal modo, que much@s van tachando en listas los asuntos pendientes que le quedan por hacer antes de sacar billete al más allá o hasta que un nuevo encierro chafe planes y asuetos.
Hay quien hace tiempo encontró filón editorial en esta agenda para completar una existencia plena y poder despedirse de este mundo con los deberes (culturales) hechos visionando las 1001 películas y leyendo los tropecientos inmortales de la literatura. Porque tras la luz blanca habrá que rendir cuentas a Dios, Buda, Alá, Kierkegaard, Stephen Hawking o el Monolito de 2001. Siguiendo esta tendencia –todos necesitamos un ranking tranquilizador de tareas jerarquizadas que acometer– proponemos unos asuntillos gastronómico-cañís para almas y estómagos con cuentas pendientes. Un decálogo de 10 placeres mayúsculos, lujazos experienciales y de paisaje más o menos caretes, que hay que meterse en el propio destino entre pecho y espalda en esta España nuestra y de Cecilia, antes de que los rebrotes –o alguna verbena multitudinaria y clandestina– entierren lo conseguido. ¿Cuántos epicúreas tareas gourmet y españolísimas le faltan por completar, querido lector? Aquí la humilde lista: puede imprimirla y poner una doble palomilla aledaña (como el azulísimo doble check de WhatsApp) si ya ha completado alguno. La lista es ampliable (lo sabemos y la ampliaremos). Y si ya cumplió con todos los mandamientos epicúreos del buen yantar, solo le faltaría escribir un libro gourmet montado en globo sobre el desierto de las Bardenas Reales.
¿Un arrocito en Castellón? No, que nos perdone El Último de la Fila que así lo cantaban, pero ni en Castellón ni en Valencia ni en Alicante. Para comer arroz de paisaje-paisaje hay que meter los pies en los arrozales del Delta del Ebro. Y prescribimos hacerlo cerca de ese aluvión maravilloso, lleno de fertilidad, con los pies mojados, y con la vista puesta en la Isla de Buda. ¿Direcciones? La Tancada, en Amposta (Tarragona), un camping en medio del Delta que se ha hecho famoso por su arroz negro; si quiere mantel más fino, el Raco del Riu, en Sant Jaume de Enveja y podrá cronometar la pausada bajada del río Ebro en su impresionante terraza.
Salir a por trufa negra en Sarrión: el olfato de los canes truferos (bracos, beagles, perdigueros, perros de agua) no falla y localiza este hongo mejor que el mejor radar. En pueblos de Teruel como Sarrión (Comarca de Júdar Javalambre), la melanosporum es religión, ya sea micorrizada o silvestre: más allá de los 800 euros el kilo. Salir en su busca una mañana de niebla por el paraje de La Escaleruela o Los Calderones redobla el placer al recordar espolvorearla en unos prosaicos huevos fritos en medio del campo. Un mundo hermético y misterioso, que tiene su colofón en el mercado de Graus antes de Navidad.
Paladear angulas en Ribadesella: y si se nos va el verano, dése una vuelta por una noche de noviembre para ver cómo las echan al ceazu con paciencia de Job en la orilla del Rompiente donde muere el Sella ¿Dónde pedirlas? En Arbidel, restaurante con estrella de Jaime Uz en la propia localidad asturiana. Allí el chef le explicará toda la trazabilidad de la cría de la anguila que viene como una pelota gigante desde el mar de los Sargazos y usted recordará la textura en boca de estos alevines toda la vida.
Retozar en la dehesa entre jamón ibérico: No es cuestión (o sí) de que se ponga a hozar la grama como los cerdos de tronco ibérico en busca de bellotas. En primer lugar porque para la mágica montanera hay que esperar a octubre. En ese momento caen las bellotas sobre el Serengeti español y ese paisaje intervenido se vuelve aún más descomunal y ensoñador. Varias firmas del campo charro y Extremadura han puesto en marcha visitas guiadas para desentrañar in situ los secretos porcinos y explicar el asentamiento, la salazón y el añejamiento en bodega, que luego brinda jamones tan soberbios como los de Señorío de Montanera.
Catar atún de almadraba en Barbate: el cerdo del mar se eleva al séptimo cielo si damos cuenta de él cerca del Estrecho. Y si le dejaran nadar entre los atunes (me consta de gente que lo ha hecho en granjas marinas como la de Ricardo Fuentes en Cartagena) usted se adentra en el terreno del mito delante de los amigos de morro fino. ¿Dónde comerlo como Neptuno manda? En El Campero, donde la apoteosis atúnida es total. Encebollado o en adobo, dar cuenta de atún salvaje en esta catedral es tarea insoslayable para cualquier gourmet que se precie.
Echar a las brasas un buey de verdad: Tendrá que hacer acopio de paciencia porque hay que reservar mesa en Etxebarri, dónde si no. Allí, templo de templos, el sumo sacerdote del fuego le conducirá hasta otro nivel del placer con su ortodoxia y su pureza vasca. En ígnea comunión, yacen sobre el fuego un buey de rubia gallega o uno de limiá de Discarlux y su fabuloso mundo Bovine World, con el telón de fondo de las campas que traslada incluso a otras latitudes ibéricas de prados verdes. No le pida muchas explicaciones al chef sobre metodología y detalles acerca de puntos, carnes, ascuas, tiempos... Limítese a gozar. El bueno de Bittor se mueve en un mundo de silencios.
Pedir una de percebes en O Grove: y que estos, claro, no sean de Canadá ni de Marruecos, sino arrancados de las nutritivas rocas de las Islas Cíes y traídos por aguerridos percebeiros que salen a por ellos desde el puerto de Bueu (Pontevedra) o de Corme. Pocos mariscos ofrecen tal sabor a mar, y para llevarse a la boca media Galicia recomendamos Casa D'Berto, en O Grove, para muchos la mejor marisquería de España. Un acuario fresco delata la metodología de sus fundadores, y el mar queda al otro lado de la calle. Brutal.
Meterse en una cueva de los Picos de Europa a por cabrales: quizá nuestro mejor queso azul, nada que envidiar al roquefort francés. De hecho, es el queso más caro del planeta. El 25 de agosto de 2019 un restaurador de Oviedo pagó 20.500 euros por un lote de 2,5 kilos de esta delicia que se afina y madura en cuevas de los municipios de Las Arenas o Asiego, con el arrullo del río Cares. En cualquier lugar de cualquier concello aledaño a los Picos de Europa le servirán uno. Si viene de ver su proceso en una cueva, algunas queserías son de muy difícil acceso, además de gourmand tendrá carnet de espeleólogo.
Para la sobremesa, tomar café en Agaete. En el valle de este pueblo de Gran Canaria, en las estribaciones de Tamadaba, se cultiva un café distinto, profundo, cítrico, de la inusual variedad typica. Con el de Madeira, es el único que brota fuera de la franja de los trópicos. Para dar fe de su sabor, reserve cita en finca La Laja, donde podrá catar y llevarse cuarto kilo de este café único por unos 20 euros. El enclave ofrece una foresta, una calma y un paisaje conmovedores.
Y para maridar, y ya que el consumo en de vino en casa ha aumentado y ya somos todos potenciales sumilleres, solo le falta trasegar un vino español con 100 puntos Parker. Puede elegir entre 30 añadas entre las que proliferan vinos del Marco de Jerez, estupendos aliados para degustar lo anterior. Si completamos estas (u otras) experiencias (recoger azafrán, pescar un campanu, hacerse miembro de la Cofradía Amigos de los Nabos...) la siguiente pandemia ya nos coge confesados.