Castillo de naipes
Termina un año que, sin duda, quedará grabado a fuego en nuestra memoria. 2020 será, en los anales de la Historia, probablemente el fin de un tiempo y el inicio de otra etapa. Mayte Lapresta
Desde luego, la evidencia de vulnerabilidad de nuestra especie pese a los adelantos científicos y la fragilidad de nuestro bienestar, no va a pasar de largo sin recordar que nuestra existencia, nuestras rutinas tal y como las conocemos, conforman un gran castillo de naipes que puede desmoronarse con un simple tic en su base. Pero la vida sigue y ponernos intensos empieza a ser agotador. Conocedores del diluvio que cae y con el arca más o menos adecuada para bandear el temporal, habrá que llenarla de provisiones que nos hagan felices. Porque de eso trata la vida. De una sucesión más o menos larga de instantes de felicidad. Como el que te proporciona una buena copa de vino o un amanecer junto al mar. Así que abramos la puerta como nunca y colmemos la despensa de caprichos, pequeños placeres asequibles, productos que nos encanten, vinos con historias detrás, uvas deliciosas y frescas o largas y sesudas crianzas. Leamos buenos libros, escuchemos canciones hermosas. Busquemos excusas para decir cosas bonitas a los que queremos y mandemos a paseo a los que no merecen la pena. Respiremos, que es un lujo. Si podemos, nos veremos y si no es posible, brindaremos en la distancia con el amor intacto, los besos retenidos en los labios y las ganas en la punta de nuestros dedos. Porque estaremos juntos por muy lejos que nos pille y por muy negro que se pinte. Y con un buen vino y el horno humeante, terminaremos el año celebrando la vida. Porque ahora, más que nunca, sabemos que no podemos permitirnos no gozar.
Feliz Navidad, queridos lectores. Feliz Navidad.
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