Nunca indiferente
El Hierro, la isla donde perderse entre bosques y fondos marinos

El Hierro es ese lugar especial en la tierra donde todo discurre despacio, en comunión con el entorno y con uno mismo. Un paraíso natural de las Islas Canarias donde uno empieza a dudar si vive… o sueña. Mayte Lapresta. Imágenes: Arcadio Shelk
Dos vuelos imprescindibles para aterrizar desde la Europa continental en la pequeña y agreste isla de El Hierro. Un filtro inevitable para que el acceso al paraíso virgen de extremos paisajes sea algo posible solo para una minoría. Porque la dificultad es parte del encanto de la isla. En El Hierro todo cuesta. La propia orografía vertical de su gran fosa marina a los 1500 metros de sus cumbres en tan solo unos minutos lo demuestra. Arriba y abajo, acá y allá. Así se guían los herreños, acostumbrados a una vida austera donde la sequía, el complejo carácter volcánico de sus suelos y la sempiterna sombra de sus nubes traídas por los vientos alisios arman un conjunto de escollos que hacen de ella un lugar único. Por eso en El Hierro nada es regalado. Todo implica un esfuerzo para lograr una recompensa inimaginable. No alquilas un cómodo apartamento a pie de playa ni tienes ese largo y llano paseo marítimo. Quizás podrás pensar que la necesidad de acceder al mar por uno de los charcos naturales –que la isla acondiciona integrando con respeto áreas de picnic, accesos cómodos o barbacoas– podría suponer un contratiempo. Todo lo contrario.
Ese camino hacia la intimidad, el recogimiento y la soledad en ese paisaje brutal y sobrecogedor es uno de los mejores bombones que puede darte la vida. Y mañana, quizás, puedas alojarte en el Parador para que las olas rompan en tu rostro desde la confortabilidad de la piscina. Puede que te animes a bajar a sus fondos marinos, considerados de los mejores por los expertos, o a volar por sus cumbres con la seguridad de que Edu, ese joven colombiano de mirada dulce que te guía en el parapente, jugará con el viento para hacerte sentir como un pájaro. Sensaciones puras y brutales que se incluyen en tu álbum de vivencias ocupando un merecido lugar de honor.
Llegar hasta El Hierro
“A El Hierro o se le ama o se le odia. No hay lugar para la indiferencia”, afirma nuestra guía Andrea, pensativa. “Su eslogan debería cambiar de ‘La isla con alma' a 'Nunca indiferente'”. Ambos son acertados, como lo podría ser mensajes vinculados a la calma, a la energía, al contraste, a la autenticidad o a la pureza. “Desde que puse el pie en esta isla sentí algo especial, una atracción irresistible que me empujó a comprar este hotel mágico y convertirlo en mi hogar”, nos cuenta Davide, italiano propietario de Puntagrande, un antiguo embarcadero hoy convertido en uno de los mejores alojamientos jamás imaginados. “Cada día es un nuevo espectáculo. En invierno, las olas abrazan el hotel cubriéndolo. Es una sensación inolvidable”. De La Restinga, paraíso del buceo, subida despacio por las empinadas carreteras de mil curvas hacia las laderas de El Julan, con esos pinares canarios imponentes, imperecederos e incombustibles, que resurgen de sus propias cenizas para llenar de verde intenso las tierras volcánicas de la isla y que ocultan petroglifos de antiguos pobladores bimbaches. Arriba, en La Llanía, paseos y rutas entre bosques prehistóricos, húmedos y espesos de laurisilva, que se intercalan –como una sucesión de diapositivas de mundos distintos– con paisajes lunares, laderas de ceniza y miradores al mar de nubes o al azul intenso de un océano sin límites. Caminos recorridos durante siglos por los habitantes en sus constantes trashumancias, las “mudadas”, que les llevaban de las cumbres al mar en busca de climas y suelos propicios para cada cultivo y que ahora usan los afortunados turistas en trayectos a rincones remotos como su milenario sabinar, retorcida especie de dureza extrema y afán de supervivencia nata, o a sus charcos que acogen en un baño cálido ese cuerpo cansado reconfortando el espíritu al sumergirse en algunas de las más bellas piscinas naturales del Atlántico. Cae la noche. Puedes estar contemplando como el sol se funde en el horizonte en el Faro de Orchilla, allí donde termina el mundo conocido. O simplemente recostarte en un banco de piedra de cualquier mirador. El ruido de las olas batiendo con blanca espuma el basalto negro, rojo o ámbar de su rocosa costa es constante, aunque tu sueño discurra en lo alto del infinito acantilado que conforma la isla. El cielo parece demostrar que el universo además de estar a tus pies, también se muestra sobre tu cabeza. Miles, millones de estrellas tintineantes acompañan ese silencio sonoro de mar, viento y, allí al fondo, las pardelas juguetonas imitando el llanto de un niño.
Qué comer en El Hierro
No hay prisa. No hay razones para correr. Mañana todo seguirá aquí, igual que hace 100 años, con sus gentes luchadoras que resistieron y vencieron, o que huyeron buscando lugares donde la vida fuese más fácil, pero volvieron porque su corazón estaba ligado de manera indisoluble a esta isla atlántica. “Aquí la vida se mide en un arriba y un abajo. Todo es esfuerzo. Yo de joven soñé con volar fuera de la isla. Y me fui… pero volví. Hay algo en El Hierro que te atrae, un imán sentimental hacia esta tierra”, afirma Andrea. Salimos de pesca no demasiado temprano. David, el patrón, es un joven herreño comprometido con su trabajo. “Siempre quise ser pescador. Es el mejor trabajo del mundo”, explica con una eterna sonrisa. Las artes de pesca de El Hierro son tradicionales y sostenibles, pero como todo en esta isla no han sido impuestas, sino solicitadas por el propio herreño. Hoy se capturará vieja con un sistema tradicional denominado “al puyón”.
Se buscan ejemplares de tamaño adulto con los brillantes colores de la hembra y los lomos grises de los machos. Un anzuelo y un sedal y al agua. Primero hay que conseguir el cebo, por lo que el barco se mantiene junto a las rocas mientras el pescador, embutido en su traje de neopreno y buceando a apnea, recoge uno a uno los pequeños cangrejos que adora este pez. Empieza la captura y vemos con qué facilidad logra cada pieza. Una pesca ancestral que ocupa unas dos horas para un botín de entre 10 y 20 viejas. Más sustentable imposible. Más auténtico, tampoco.
Morena, alfoniño, pejeperro, tableta, bocanegra, rabil, peto, cabrillas muy crujientes, lirio, bicuda… La lista de pescados frescos en las cartas es larga y exótica; las elaboraciones, muy sencillas. Omnipresentes sus papas con mojos verdes de perejil o cilantro y rojos más contundentes. En carnes, su cerdo negro o su cabrito. Y de nuevo al mar no faltarán las lapas, más suaves y tiernas que las de las islas vecinas o su pulpo rebozado. El capítulo de quesos la variedad láctica se concentra en un solo productor, Herreños, que recoge las leches de todos los ganaderos para elaborar sus versiones de fresco a curado. “La estrella es el queso ahumado con tunera seca y molida”, nos cuenta Yerai, uno de los encargados en la cooperativa. En los postres, la locura de su piña, dulce pero suave con ciertas notas a coco fresco, y, por supuesto, los dulces tradicionales como la quesadilla que elaboran los hermanos Carmen y Andrés en Torres. “También hacemos rosquetes del ocho y estrellas rellenas de cabello de ángel o las tradicionales magdalenas con un toque de anís”, explican.
En una isla donde el agua es el bien más preciado, los cultivos se recogen en pequeñas terrazas. Allí maduran variedades autóctonas en pie franco que dan lugar a vinos peculiares y de gran tipicidad. La permeabilidad del terreno no ayuda a retener los húmedos vientos que la azotan lo que complica todavía más la viabilidad de cualquier especie. Esa dureza extrema explica los menos de 7000 habitantes que pueblan la isla. Gentes amables de carácter curtido, donde todos se conocen, se saludan con nombre, apellido y parentesco, y conviven en una armonía familiar nacida de la necesidad. “Aquí no precisamos rastreadores. En media hora todos los vecinos sabe dónde ha estado un posible positivo”, bromea Andrea. Quizás ahora, en este extraño planeta al que nos enfrentamos, lo local, lo pequeño, lo sencillo, sea lo más grande y deseado. Un modelo de vida propio y sostenible que mantiene orgulloso sus valores y tradiciones. Quizás… Lo que no tengo duda es que si queremos perdernos, encontrar El Hierro es la mejor de las fortunas.
Dónde comer y dormir en El Hierro
• Te gustará alojarte en Puntagrande con un restaurante de nivel, o en casas rurales como Finca La Sabina y La Florida. También más tradicional el Parador o el balneario Pozo de la Salud.
• Puedes parar a comer en el guachinche Aguadara, La Mirada Profunda, La Higuera de Abuela, Casa Juan o La Tafeña. Un café leche y leche o barraquito en el Mirador de la Peña, de César Manrique. Y si quieres, tómate un cruasán en El Mocanal, la panadería escenario del crimen de la serie Hierro.
• No pasar por alto un picnic en el Pozo de las Calcosas, el Charco Azul, las piscinas de La Maceta, la playa del Verodal, Tamaduste, La Caleta o Tacorón o en las cumbres como en Hoya del Pino.