Adivina

Una cosa lleva a la otra. Resulta que con cada inicio de año, son muchos los medios que se lanzan a preguntar a diferentes expertos sobre las tendencias que pueden aparecer o consolidarse para los próximos meses. Santiago Rivas
Es un ejercicio de prospección útil para el espectáculo, pero que tampoco va a ningún lado. Es un juego. Y es que nos encanta escapar a nuestra capacidad mamífera y jugar a predecir, a anticiparse al futuro. Yo tengo un amigo que, aunque os parezca increíble, se dedica solo a esto, pero aplicado a las parcelas de interés que le definen los fondos de inversión y le va bastante bien. Su método se basa, paradójicamente, en negar que se pueda predecir nada.
Esto, resumiendo mucho, lo dice porque solo hay dos métodos de hacerlo -para simios como nosotros- sin recurrir a la videncia. El más simple consiste en observar y extraer datos de lo que ha sucedido en el pasado a situaciones similares para aplicarlas al presente. Y el más complejo en arcanos programas de tratamiento big data que al cruzar enormes cantidades de información generan conclusiones.
El método sencillo tiene un gran problema llamado “pavo de Navidad”. El ave gorda no sabe, al escapar a su comprensión de plumífero, que su buena vida está orientada a una muerte horrible y cebada para depredación humana. Pero claro, el pavo lleva días, meses, a cuerpo de rey emérito y lo último que piensa es que algo que nunca ha pasado va y pase el 24 de diciembre (o cuando se maten los bichos estos para comerlos). Nosotros, en relación a nuestra realidad, somos aún más lelos que el pavo. Que algo nunca haya pasado no quiere decir que no vaya a ocurrir. Fukushima, el 11S o el sexteto del Barça son grandes ejemplos. El método matemático es muy pintón y sesudo, pero sus conclusiones suelen estar basadas en la lógica, y un modelo, por mucha inteligencia artificial que tenga, no es irracional -ni de lejos- lo que puede ser un ser humano. A modo de ejemplo mi amigo siempre utiliza a los suizos, que los muy extravagantes en 2016 votaron en contra de atribuirse una renta básica universal e incondicional de 2300 euros. Esto les hubiera permitido una vida más fácil y tranquila y dijeron que no...los muy suizos.
Todos estos chascarrillos traen causa porque yo mismo colaboré hace unos días en un espacio de radio para dar mis pareceres sobre lo que será tendencia en 2021, y me di cuenta de, mientras lo verbalizaba, que había una cuestión que no cuadraba. Lo que dije, y mantengo, es que este año seguirá consolidándose el “fresqueo”, definido como ese vino en el que no queremos mucha intervención en bodega, pero no porque queramos vinos naturales, o seamos más permisivos con el “vinagrismo”, sino porque queremos caldos más representantes de su origen. Más o menos, la fórmula es: viña cuidada, poco grado dentro de lo que nos deje el clima y crianzas cortas en madera o alternativas a ella, en forma de cemento, hormigón, barro o lo que sea.
Y mientras soltaba esto me di cuenta, poniendo una cara propia de DiCaprio en “Inception”, que esto no aplica con los vinos blancos. Si bien los tintos los queremos ligeritos, finos, nítidos, frutales y frescos, a los blancos queremos que les hagan todas las perrerías posibles. El fenómeno (fiebre), de demanda de Gravonias o Tondonias blancos viene a confirmar esta contradiccción. Cuando no es una larga crianza en madera, es velo de flor; cuando no crianza oxidativa en barricas (o botas) de vinos generosos viejos. De hecho, el vino naranja, tan de moda en la actualidad, no deja de ser un blanco fermentado con pieles.
Ahora mismo pienso que sacar un blanco o rosado, sin crianza o con poca, y tiesos friendly así sin nada especial, es abocarse al maremágnum de la oferta de la nada, del fracaso. La razón por la que ocurre esto se me escapa, y puede que hable desde el sesgo (mi capacidad de observación es limitada, y más pandemia mediante). Pero el caso es que, por hacerlo fácil, el wineloverismo quiere tintos más delgados pero blancos más gordos. Por estas cosas el Club Bildelberg va de puto culo. Los grupos de poder podrán conspirar lo que quieran que nosotros ya veremos por donde salimos.
Somos impredecibles.
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