Sir Cámara

COMER CON LA VISTA

Viernes, 22 de Enero de 2021 Actualizada Viernes, 22 de Enero de 2021 a las 11:16:35 horas

Gracias a la televisión y a sus arrulladores documentales hay quien ha visto por primera vez el mar, los caballos, los percebes y las gulas de verdad, las que tienen ojitos. Es lo que tiene la televisión, que es mágica; aunque en su día al receptor de la señal, al televisor, lo llamaran la ‘caja tonta’ injustamente, porque el tonto es el que no sabe usarlo. Hay que saber encenderlo por intereses visuales concretos y saber apagarlo. Y eso precisamente es lo que, a mi juicio estamos presenciando en directo: la tele ha entrado en bucle por muy diversas causas y se está apagando ella solita. Sir Cámara

 

El principal error fue hacer la programación mucho más barata. Que salga la gente de la calle, dijeron, que no cobra y sostiene las audiencias; aunque no tenga ni elementos expresivos en su óvalo facial, ni contenido, ni léxico ni interés en su argumentario. Y así hasta que las redes sociales invadieron ese nuevo esquema gracias al afán presencial de mucha gente.

 

Antes, mucho antes, el poder de convocatoria nació en la cocina. Aún queda quien vivió aquellas sesiones de contemplación del bombo de una lavadora que, ante una especie de ojo de buey, sacudía, como un vulgar bipartidismo nuestra ropa: a la izquierda, erda, erda, erda… A la derecha, echa, echa, echa…

 

Luego, o casi al tiempo, llegaron los hornos eléctricos y de gas ante los que he pasado algunas mañanas de domingo viendo cómo se asaba un pollo. Verle empezar a sudar, pillarle cuando empieza a tomar ese tono bronceado, casi playero… Cómo se va dorando el fondo de cebolla y los bordes de las patatas cortadas en rodajas…Aparte de una experiencia nueva y apasionante para los amantes de la observación, era la disculpa perfecta para no ir los domingos a misa de doce. Entre otras cosas porque ya me lo sabía ¡Y en latín!

 

Los hornos de microondas, los robots de cocina, las amasadoras, las perolas de cocción a baja temperatura, y todo ese ajuar novedoso salió de una programación televisiva que se cobijó en la cocina y lo esencial, el comer, se hizo espectáculo de la mano de los más prestigiosos chefs o jefes de cocina que complementaron sus conocimientos coquinarios con la química natural que no acaba de sorprendernos.

 

Así es como se consolidaron en las parrillas televisivas los programas de pochar cebollita, los conceptos de cocinar con mimo y con amor, eso que a mucha gente necesitada se le niega, aunque sea en un plato de plástico. Y las esferificaciones se hicieron normalidad y habitaron entre nosotros. Incluso se ha ido más lejos. No contentos con poner salicornia en todo lo alto de un percebe, para redondear el precio y rematar la estética, los programas de interés culinario, que es indudable que lo tienen, se han creado grupos de reporteros-exploradores y exploradoras, que van allí donde nacen los productos.

 

Productos tradicionales y de sobra conocidos, aunque en ocasiones no tanto, y otros productos vegetales y animales que triunfan en la tele, luego en el restaurante o en tu casa si te gustan las elaboraciones minimalistas amparadas, digo yo, que no lo sé, por alguna asociación de maquetistas, o de belenistas si es tiempo de Navidad o de semana santa.

 

Pero como todo, acaba cansando porque los canales se imitan, se recontraprograman, y, en definitiva, cansan.  La televisión es un medio ágil, como la radio, y esa cualidad no debería encorsetar los criterios de producción en unos tiempos que serían ideales para replantearlo todo.

 

Una sociedad que va de las sábanas a las toallas pasando por el mantel y por los paños de cocina, porque no es aconsejable salir a lo tonto y a lo loco, necesita imaginación en ese electrodoméstico mágico que nos abre ventanas al mundo. Y si no espabilan, el teléfono acabará de comerse la tajada. De momento, mi tía Amparito me ha enseñado a hacer una tortilla de alcachofas Im-pre-sio-nan-te que incluso ha retocado mi CEO de la convivencia y los afectos.

 

Pues eso…

 

 

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