Comercio sostenible
Mercados cooperativos: el carro de la compra más subversivo

La tendencia de los mercados cooperativos ha sacado a la palestra un comercio de proximidad más justo con proveedores y clientes, como el caso de La Osa que delata otras formas de comprar y de involucrarse con la cadena mercantil. Javier Caballero
“La compra es un acto político y social. La compra cambia el mundo. Porque la compra importa. Que signifique y sea otra cosa diferente a lo que estamos acostumbrados. Unámanos. Con el cliente y el planeta en el centro de la ecuación. Con precios justos para todos. Otra forma de comprar es posible”. Parece una diatriba enardecedora de algún político en clima preelectoral. También un alegato combativo, casi furioso, de un pico de oro desde un púlpito arengando a la masa. Pero nada más lejos de la realidad rutinaria, del día a día más prosaico. Porque estos son algunos de los principios fundacionales de los denominados mercados cooperativos. Están en boga. Son tendencia al alza. Han venido para quedarse. Y proliferan con éxito. Vayamos por partes y cojamos este nuevo carrito de la compra...
¿Qué es un mercado cooperativo? Aquel en el que una serie de socios cooperativistas ejercen también como gestores y dueños del supermercado en cuestión, toman las decisiones democráticamente en asamblea y finalmente solo ellos son los clientes (o un allegado o invitado puntual) de los productos ofertados. Uno de los ejemplos más diáfanos lo brinda el Mercado Cooperativo de La Osa, enclavado en el distrito de Tetuán, en Madrid. Van ya por 1050 cooperativistas. Y subiendo. Cada uno de ellos aporta un capital social mínimo de 100 euros (también hay facilidades de pago incluso para a los que le resulte cara esta cifra), si bien hay quien se ha entusiasmado y ha llegado a apoquinar 3000 euros. Eso te da derecho a comprar en el recinto y sentir la pertenencia a algo realmente diferente, próximo, de barrio, disruptivo. La pertenencia también generan ciertas obligaciones: cada cuatro semanas hay dedicar tres horas de tu tiempo a tareas de diversas índole, una aportación o comisión no retribuida en la que se hace piña y el socio se involucra aún más en la vida y el tejido del super. "Yo fui frutera la semana pasada. Me encantó. Somos una familia. Vienes y colocas, limpias, repones, están al tanto de pedidos, de administración, ordenas... Somos gente muy diferente con muy diversos intereses, porque hay algunas etiquetas o imágenes manidas como si fuéramos bohemios o perroflatuas. Aquí hay socios que son extranjeros, que ejercen profesionales liberales, jubilados, gente bien... En La Osa recibes más de lo que das y contribuyes al cambio", opina María Nájera, que debido a su perfil periodístico también se arremanga en las tareas de comunicación de La Osa. En otro nivel, destaca la figura de dos coordinadores y fundadores así como un equipo profesional de cuatro personas. Todos ellos perciben un sueldo y se encargan de la gestión del supermercado y de las compras.
Cuando Nájera se refiere a ese cambio, alude a que este tipo de zocos están muy alejados o quieren subvertir (y reducir) las reglas del juego mercantiles. El sistema actual de consumo no va con ellos, (ya saben, esa hortaliza que sale de origen a una tarifa miserable y llega al expositor del mercado convertida en lingote de oro). En el centro del tablero, ahora se colocan el individuo y este achacoso planeta Tierra, nuevo y sabroso humanismo. Con un pago justo a proveedores, que se convierten en amigos; saltando la banca de los intermediarios; eligiendo buenos productores y negociando unos precios adecuados y cabales según la calidad del sus productos. Y con una clarísima apuesta por lo ecólogico, principalmente. La verdura y la fruta lo son al 100% en el caso de La Osa. "Nos falta el pescado, pero estamos en ello. Tenemos todo tipo de producto convencional y tratamos de reducir el plástico al máximo. Incluso pronto tendremos detergente y legumbres a granel. Nuestro super no está montado en plan capricho para comprar una tableta de chocolate orgánico, sino para hacer la compra entera desde la carne ecológica hasta el pan de obrador. Cuantos más seamos, más podemos ajustar los precios con nuestros proveedores. Además, todo funciona sin ánimo de lucro, porque todo beneficio se reinvierte", recuerda Nájera.
Así, el mercado cooperativo proyecta toda la apariencia de un mercado convencional (sus 800 metros cuadrados con estantes, sus colas, sus gentes paseando mirando y remirando precios...), pero con un trasfondo societario y social diametralmente opuesto como objetivo: todo el mundo tiene y debe tener acceso a una alimentación de calidad. La Osa fue fundado por Jose Antonio Villarreal, Villa y Tomás Fuentes, así como otros cuatro soñadores que forman parte del grupo promotor del proyecto, después de inspirarse en supermercados participativos como Food Coop en el barrio de Park Slope de Brooklyn (Nueva York) y La Louve en París. El supermercado del barrio de Woody Allen tiene una facturación anual contante y sonante de 500 millones de dólares, cuenta con 16000 socios y no para de crecer. Respecto a La Louve ha expediodo ya 6000 carnet de socios, es un proyecto rentable y cuenta con ayudas públicas. En el caso de Food Coop hay un magnífico documental del mismo nombre que ha entusiasmado a los que dudaban de la viabilidad del tinglado. "Cada día en Brooklyn, cientos de ajetreados neoyorquinos pasan frente a decenas de tiendas que promocionan alimentos naturales y orgánicos para trabajar en un pequeño supermercado que no tiene marketing ni fines de lucro -y sin embargo genera más ventas por metro cuadrado que cualquier otra tienda de alimentos en New York. El secreto de la Park Slope Food Coop para sus más de 40 años de éxito es simple: para comprar allí cada uno de los 17000 socios -ricos o pobres, jovenes o viejos, de cada cultura y raza en la ciudad- tienen que trabajar allí tres horas por mes", proclama como mantra el propio director del documental, del que se puede ver un retazo en: foodcoop.film
La fiebre continúa: hay otros proyectos rodando como son Supercoop en el barrio de Lavapiés o Biolibere en Getafe o Mares Alimentación también en el foro. Incluso más allá de la capital: Landare (Pamplona), A Vecinal (Zaragoza) o Som Alimentació (Valencia)... Toda estas iniciativas recuerdan los viejos economatos, donde un colectivo de trabajadores que dan el callo en una misma empresa (una nuclear, militares, sindicatos, reclusos de una cárcel) hacen la compra a mejores preciso y donde los magros beneficios que se sacan van destinados al mantenimiento del local o a cubrir gastos mínimos. Uno se sentía maravillado al colarse gracias a un conocido en uno de ellos; un mundo de descuentos, un microcosmos exclusivo, rentable y socialmente justo.
Ya saben: calidad, sostenibilidad, participación y precio. Una resucitada pequeña utopía de barrio que ahora trae el mercado cooperativo...