A fondo Alejandro Gómez Sigala, Pago de Cirsus
El nuevo Viejo Mundo vitivinícola de Pago de Cirsus
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Hay una parte artística en el vino que no se puede estudiar; son esas decisiones, esos detalles y el arte que los enólogos y la gente del campo le imprimen. Con inspiración de vinos del Nuevo Mundo, nos adentramos de lleno en Cirsus. Luis Vida. Imágenes: Arcadio Shelk
El empresario Alejandro Gómez Sigala pasaba ya de niño las navidades y los veranos en España porque su padre era un enamorado de la tierra de sus antepasados. Había descubierto el vino en su juventud en Venezuela, su tierra, aunque era algo exótico allí en la veintena.
Así que cuando en 2011 decidió emprender un nuevo proyecto junto con su esposa Letizia examinaron varias opciones en España. “No vinimos específicamente buscando una bodega, sino la oportunidad de hacer otro desarrollo profesional, pero nos atrajo mucho el concepto de pago vitivinícola. En aquel momento, y a consecuencia de la crisis, había bastantes oportunidades, pero encontramos algo en Pago de Cirsus que nos enganchó. Así que lo compramos en marcha y lo reconceptualizamos”.
¿Por qué Navarra? Los amigos nos decían: “¿Por qué ahí si tienes otras denominaciones más conocidas?”. Pero Cirsus tenía lo que habíamos estado buscando: era un viñedo único extenso y eso nos pareció muy atractivo. El pago en concreto se llama Bolandín y es una propiedad de 200 hectáreas de las que 136 son de viña; no es lo mismo que tener ocho parcelas cada 20 kilómetros. La finca comprende dos colinas con sus mesetas y sus laderas, que son muy calcáreas en su parte alta y es donde están las mejores uvas. Pero con la lluvia el suelo se va drenando y las partes bajas son más arcillosas y tienen más materia orgánica, así que las usamos para otro tipo de agricultura. El entorno no es 100% vitícola, no estamos rodeados de viñedo, es más bien un paraje en el medio de una zona agrícola de mucha variedad. Ya en el primer año -2014- logramos la calificación nacional como pago y desde entonces venimos trabajando con la europea, que está aún pendiente.
¿Cómo es el terruño del Pago Bolandín? Estamos en Ablitas, en el extremo sur de Navarra y en la zona central del valle del Ebro, en las cercanías del Moncayo. Llueve menos que otras zonas de la región, hay grandes variaciones de temperatura y tenemos el viento, el cierzo, que es sumamente interesante a efectos de sanidad: en épocas de humedad seca mucho, así que hacemos muy pocos tratamientos. Nuestra viticultura es muy sana y sostenible y nos estamos moviendo con pasos lentos, pero firmes, al tema ecológico. En cuanto a las variedades de uva, tenemos chardonnay para los vinos blancos, así como moscatel de grano menudo, que va dirigido exclusivamente a los vinos dulces naturales de vendimia tardía. En tinto, las variedades principales son syrah y cabernet sauvignon. Garnacha y tempranillo son secundarias y se usan para aportar matices, así como merlot, ya que no estamos en el mejor territorio para ella y hemos reducido su aporte; estamos en el sur de Navarra y necesita más frescura.
Según las leyes actuales, un pago está en el territorio y, sin embargo, deja de estar en la Denominación regional. ¿Cómo es la relación con la DO Navarra? Cuando llegamos, arrancamos el proceso de la calificación como pago, pero ya habíamos establecido una relación con la gente de Navarra. El blanco fresco de chardonnay, al igual que el rosado, que fue posterior, sale como vino con DO Navarra. Después hemos incorporado otra bodega –Bodegas Irache– porque nos pareció que tenía una historia, una tradición, con el Camino de Santiago, el museo y la fuente del vino, y también está en Navarra. Los dos primeros años han sido duros, pero creemos que estamos ya en el camino y que pronto se va a sentir la influencia de nuestra incorporación. Además, cuando compramos Cirsus, ya tenía algunos viñedos en la Ribera del Duero que venían con la propiedad. Y entonces apareció una pequeña bodega, que compramos y arrancamos con el proyecto Zifar, que es una producción muy pequeña. La bodega está en Peñafiel, aunque los viñedos los tenemos en Pesquera de Duero y en otras villas como Quintanilla de Arriba, en Valladolid. Allí todo es variedad tempranillo y algunas de las viñas son centenarias. Con ellas elaboramos nuestro tinto Caballero Zifar, una etiqueta con la que también hacemos un blanco de uva albillo mayor. Una anécdota muy curiosa es que, cuando el Consejo Regulador decidió autorizar esta variedad, tuvimos la suerte de ser los primeros en calificar un vino, así que tenemos la botella número 001 de albillo de la Ribera del Duero.
¿Cómo fueron los comienzos en Cirsus? Fueron duros, como todos. Lo importante es que decidimos mantener el equipo e hicimos mucha relación con los asesores que se buscaron para el proyecto, empezando por el responsable de Enología, Jean Marc Sauboua, que venía de Burdeos y había trabajado en Château Haut-Brion, y la directora técnica Gurutze Gaztelumendi. Hicimos una evaluación y análisis de la finca con un plan a cinco años que incluía nuevas plantaciones, reinjertos, cambios a espaldera donde consideramos que se requería… Cumplido este primer plan, hemos hecho otro nuevo, tomándonoslo con calma porque el vino no se puede apurar. Es un camino en el que hemos aprendido durante la espera, que ha sido fructífera.
¿Hay vinos, bodegas o referencias que os gusten y os sirvan de inspiración? Sin duda, el cabernet de Burdeos, pero también el de Napa, en California. Y los vinos argentinos como Catena Zapata, o el chileno Caballo Loco, de Valdivieso, de donde tomamos la idea de la numeración –en vez de la añada– para nuestro vino La A, del que hemos hecho sólo dos ediciones especiales que se elaboran en tinos de madera y maduran en barrica nueva. Mi esposa Letizia fue quien desarrolló un diseño que tiene un fondo familiar. Nos gusta hacer estas cosas especiales que nos permite la finca para exprimir su personalidad y mostrar de lo que es capaz.
¿Podríamos decir que Pago de Cirsus se sitúa más en el Nuevo Mundo, con su concepto de bodega espectacular para el enoturismo, o en el viejo Mundo vinícola con sus, digamos, 'châteaux' de culto? Mezclamos los dos mundos. Estamos controlando la viticultura, el riego y la humedad por parcelas además de catas de la uva y los vinos. Mi esposa lleva la parte del hotel-restaurante, que funciona independientemente de la bodega, porque no le quería restar protagonismo al vino pero que, al contrario, le aporta mucho por la cantidad de visitas: en 2019 pasaron por allí 18000 personas entre visitas, eventos y hostelería. Es una bodega que no se cierra hacia dentro, sino que más bien provoca mirar hacia fuera por la sensación de tranquilidad y las vistas que tiene. La agricultura ha sido para mí como un hobby. Me he dedicado profesionalmente a otras cosas, pero aquí he visto el efecto directo que tiene el campo en el vino. Hay una diferenciación que no se da en otros productos agrícolas. Me ha atraído y divertido mucho todo el proceso, ha sido muy enriquecedor. Con todo lo que oigo, leo y estudio, hay una parte artística en el vino que no se puede estudiar: esas decisiones, esos detalles… Hay un arte que los enólogos y la gente del campo le imprimen. Y eso se nota.