Soy Leyenda

“Soy Leyenda” es una novela corta de Richard Matheson, publicada en 1954, que trata de los esfuerzos por sobrevivir del último hombre en el planeta, ya que el resto de la humanidad se ha convertido en vampiro. Santiago Rivas
Cargada de simbolismo, subtexto y pesimismo, el clímax de la novela llega cuando el protagonista se da cuenta de que él es el malo, de que las criaturas de la noche, a las que da caza sin compasión, están aterrorizadas. El humano, en una sociedad vampira, les está masacrando. Si en Drácula todos fueran como Drácula, Van Helsing sería un asesino terrorista. La obra no deja de ser una lectura sofisticadísima de lo que nos creemos que somos y lo que realmente somos.
En “El Sexto Sentido” ocurre algo parecido por cuanto que Bruce Willis no sabe que está muerto, aunque en este caso es porque no lo quiere ver, dado lo traumática de su transición. En la vida real también hay casos: Melendi se cree experto en técnica de canto, Vinicius, futbolista de élite, y ciertas bodegas se toman por winelover.
Ya he explicado en anteriores ocasiones que, con la pandemia, lo normal es que las catas de presentación de producto sean online, lo que hace que me pueda apuntar a casi todas. No seleccionar en absoluto, además de llevarte a lugares divertidísimos, te hace conocer a elaboradores que se piensan que hacen un producto trendy. Y estaréis pensando que es normal. Lo esperable es que en estos saraos virtuales ellos mismos proyecten una muy alta estima, porque si ni ellos se creen lo suyo, apañados vamos.
De esto puede haber, y hay. Pero yo os digo que hay propietarios de bodegas que hacen -me invento este ejemplo- una airén de cinco euros más insulsa que Taylor Swift bailando, y te sueltan frases como: “es ideal para llevar a tus encuentros winelover”. O ese productor de Toro bien castoreado, a 20 euros la botella, que te dice que, dada su frescura (que no ves por ningún lado…) es ideal para estas fiestas de piscina, barbacoa y winegang. Ellos se creen winelovers.
Vamos, llevo yo a una reunión con mi colegueo un vino que no sea un Jura, un productor chuli o caro francés, mediterráneo de fresqueo, vulcanismo, un tinto del Piamonte, un Jerez o socairismo, algo gallego o portugués de culto, una añada antigua, una referencia centro europea o balcánica de moda, un orange wine georgiano o una botella del nuevo mundo de las guapas, y el escarnio público que recibo me río yo de lo de la cobra de Chenoa, de Chenoa en chandal en la puerta de su casa, o de cualquier cosa de Chenoa.
Y ya sé que hay mucho de banal y lamentable en mis palabras, pero es que es así. En alguna presentación, que me ha dado ya algo de vergüenza ajena, he plantado eso de “oigan, que su vino puede estar correcto, pero no es winelover. Es imposible que un iniciado vacile de este vino en redes o lo saque a pasear en fiestas…” y se ha liado. Y lo entiendo. Aunque ahí los más beligerantes conmigo son otros periodistas “cuervis” que para lo único que parece que van a estas cosas es para bañar y masajear a la bodega invitante.
En fin, que ya lo siento, pero todos sabéis a que me refiero. Esas bodegas son leyenda, pero no el sentido que creen.
Epílogo: la adaptación cinematográfica protagonizada por Will Smith es absoluta basura por su falta de fidelidad al mensaje original que desnaturaliza la obra. La graciosa es una interpretada por Charlton Heston que, además de más divertida, tiene unas frases racistas, totalmente fuera de lugar, hilarantes. Muy recomendable. De nada.
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