Hablamos con Manuel Muga

Bodegas Muga: tercera generación de una histórica moderna

Lunes, 12 de Abril de 2021

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Primero cosecheros y después bodegueros emblemáticos en el no menos célebre Barrio de la Estación de Haro, Muga encarna a una familia vitícola que ha sabido mantener una filosofía de calidad por encima de cantidad. Luis Vida. Imagen: Arcadio Shelk

Los Muga son una dinastía familiar que presume de llevar cinco generaciones como viticultores y tres como bodegueros. A esta tercera generación pertenece Manuel, "Manu" Muga, vicepresidente de la empresa. “Los abuelos, que tenían viñedo y cultivaban la uva para venderla y hacer algo de vino para consu­mo propio, decidieron dar el paso de montar su pequeña bodega de cosechero en el centro de Haro en 1932. Su ámbito de negocio era La Rioja y, por proximidad, parte del País Vasco, donde los vinos tintos, blancos y rosados jóvenes que elaboraban fueron pronto apreciados. Tam­bién hacían un poco de crianza, pero solo para el consumo de la familia. Él había estudiado en el Penedés lo poco que entonces se podía de enología y mi abuela era muy buena empresaria y catadora, pero les tocó aguantar tiempos duros y, aunque querían ampliar el negocio, no fue hasta 1967 cuando surgió la ocasión de comprar la finca en el Barrio de la Estación donde está ubicada la bodega actual­mente y trasladar el negocio para enfocarse en los vinos de crianza, reserva y gran reserva. La segunda generación cogió el negocio en 1969 al fallecer el abuelo -entre ellos, mi padre Manuel y sus hermanos Isaac e Isabel- y fueron quienes consiguieron dar a conocer Muga como marca de vino embotellado a nivel nacional”.

 

Podríamos decir entonces que la primera gene­ración de la familia fue la que creó la bodega y la segunda la que implantó la marca como refe­rencia a escala española. ¿La tercera es la de la internacionalización?

 

Eso es. Ahora estamos presentes en 75 países y la pro­ducción se reparte al 50% entre el mercado nacional y la exportación. Somos siete primos, de los que cinco estamos en el día a día de la bodega y hemos formado un buen equipo: Isaac y Jorge se ocupan de la elaboración y de los temas técnicos, Eduardo lleva el tema de las cuentas, mi hermana Ana las redes sociales, mientras que las relaciones públicas, el marketing y la estrategia los llevamos más Juan Guillermo y yo, que me incorporé en 1993.

 

Una particularidad de Muga es que, siendo una bodega grande, tenéis una imagen muy artesa­na y gustáis tanto al consumidor clásico como al winelover ¿Esto cómo se hace?

 

Cuando eres serio el mercado lo valora. Como bodega riojana tenemos una dimensión media-grande pero uno de los méritos que tenemos es aunar tradición con van­guardia, aunque pueda sonar algo manido, pero creo que en nuestro caso es así. En los años de bonanza, antes de la crisis de 2008, teníamos una demanda tremenda pero decidimos, creo que acertadamente, que ya teníamos una producción respetable y la apuesta fue por ganar calidad y valor añadido en vez de buscar el volumen. En los últimos años hemos hecho un trabajo importante de explorar y conocer en profundidad cada una de las parcelas y viñas que tenemos y que suman ya 360 hectáreas en propie­dad, cuando partíamos de 120. Hemos invertido mucho porque queríamos que la uva que entrase en bodega estuviese controlada por nosotros al 100%. No tenemos muchas marcas distintas, pero creo que si que tenemos los suficientes estilos: un concepto clásico como es el Prado Enea, otro más moderno como Torre Muga o Haro y uno intermedio como son el Crianza o el Selección Especial. Esto nos permite llegar a muchos paladares.

 

¿Podríamos decir entonces que estáis entre el clasicismo riojano y la modernidad?

 

La bodega es bastante tradicional: todos los tintos se ela­boran, fermentan y maduran en roble, lo que nos obliga a tener una tonelería propia que está dentro de la bodega y donde tenemos a cuatro personas -un maestro cubero y tres ayudantes más jóvenes que van aprendiendo el ofi­cio- que trabajan haciendo barricas para renovar nuestro parque y manteniendo los tinos de roble. Hay bodegas que trabajan su gama alta en depósitos de madera pero el resto en inoxidable o cemento, lo que es perfectamente respetable. Pero mi padre y mi tío, cuando se empezaron a poner de moda las cubas de acero, decidieron mantener lo que estaban haciendo tal cual porque les gustaban los resultados. Esto es una rareza que resulta muy atractiva para las 20 000 personas que vienen a visitarnos cada año: ver el montaje de las duelas, el tostado del roble… Da mucha calidez. O presenciar los trasiegos, que hacemos por gravedad, o la clarificación de los tintos con clara de huevo. Esa forma artesanal de trabajar nos ha dado un aire de bodega boutique o como quieras llamarlo. Pero no somos reacios a usar la tecnología si creemos que nos puede ayudar a mejorar las elaboraciones. Por poner un ejemplo, tenemos desde 2013 una mesa de selección óptica de la uva que es una mejora importante.

 

El roble es más protagonista en Rioja que en otras zonas. ¿Debe estar la madera tan presente o hay que evolucionar?

 

En La Rioja se trabajaba mucho con roble y, a veces, con barricas excesivamente viejas. No tengo nada en contra de las bodegas que siguen esta filosofía, porque cada uno tiene sus métodos, pero nosotros vamos evolucionando en este terreno mientras intentamos mantener nuestra esencia trabajando mejor las maderas, ajustando los tiem­pos y midiendo bien las calidades del roble y los tostados. En Rioja tenemos un estilo único en el mundo por su envejecimiento muy largo que son los grandes reservas, que requieren una gran inversión de tiempo, porque los vamos a sacar al mercado entre los siete y los 10 años, superando los cinco que exige el Consejo Regulador. Se habían dejado un poco de lado cuando se pusieron de moda los vinos de “alta expresión”, pero en los últimos años están teniendo el reconocimiento tanto de los críticos como del consumidor.

 

¿Se está recuperando también el blanco riojano? ¿Se va a poner de moda?

 

Rioja está recuperando el vino blanco por la parte alta de la pirámide. Son unos vinos muy elegantes y complejos hechos con variedades autóctonas, especialmente viura, pero también otras que se están recuperando. Nuestra única novedad es un vino de este estilo, Flor de Muga, que es un homenaje a nuestra abuela: un vino de gama alta, elegante y gastronómico. Vender blanco no es fácil, pero estamos ganando cuota de mercado y de reconoci­miento. Aunque estos vinos representen un porcentaje pequeño –por ejemplo, la producción de Muga es de vino tinto al 82%– creo que van a beneficiar a todo el resto de la pirámide de calidad.

 

Ahora Rioja enfila un nuevo camino con los vinos de comarca, de pueblo y los viñedos singulares. ¿Lo ves positivo?

 

Si miras cómo se hacían las cosas hace 30 o 40 años, verás todo lo que ha cambiado, sobre todo en la viticultura: se conocen mejor los terruños, se trabaja mejor los viñedos… Nosotros estamos en la Rioja Alta, que tiene una diversidad fantástica de suelos. Ya mi tío y mi padre estaban haciendo, instintivamente, vinos de pueblo y de zona; siempre hemos tenido claro que la zona ideal para el Prado Enea es la de Sajazarra y sus alrededores porque es más fría, más alta y con suelos arcillosos que nos dan la acidez que permite envejecimientos largos y larga vida en botella, mientras que Torre Muga proviene de varias parcelas en la zona alta de Villalba, cerca de Haro, a unos siete kilómetros de allí. Cada vez tendremos una oferta más diversa y más calidad. Si la nueva normativa del Consejo se trabaja bien, puede ser muy positiva a medio y largo plazo para La Rioja y para la imagen y el prestigio de los vinos españoles a nivel in­ternacional, que han mejorado muchísimo en las últimas dos o tres décadas aunque aún hay mucho que hacer, sobre todo en la restauración.

 

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