Viticultura heroica canaria
Vinos de El Hierro, el sabor del volcán
Etiquetada en...

Puro basalto permeable. Lluvias escasas. Paredes verticales. A primera vista solo un loco escogería estas tierras en medio del océano para dedicar su vida al cultivo de la vid y la elaboración de vino. El caso es que, en contra del sentido común, en El Hierro hay una interesantísima denominación de origen que reúne tres zonas con microclimas muy diferenciados y 15 variedades blancas y tintas. Así es el singular e inolvidable viñedo más occidental de España. Mayte Lapresta. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
En una isla como El Hierro, donde el agua era oro por su escasez, el vino se convertía en una bebida sustitutoria cotidiana. Quizás ésa fue la principal razón por la que cada casa, cada finca diseminada por los rincones de toda la isla, tiene o ha tenido sus cepas, elaborando vinos básicos que permitían un consumo doméstico. “Aquí nos hemos chumbado las patas en el lagar todos los vecinos. Todos tenemos viña”, nos cuentan. Pero no siempre fue así. En el pasado, y auspiciada por su gran actividad comercial con el Nuevo Mundo, la elaboración de vino y la exportación del excedente convirtió este sector en base fundamental de la economía herreña, con una producción que superaba el millón y medio de litros a principios del siglo XIX. Aunque los suelos eran propicios, su dificultad de trabajar esa tierra volcánica y la orografía vertical no facilitaban la tarea, por lo que las plagas procedentes de América cundieron el desencanto y provocaron un paulatino abandono de la actividad. Hubo un momento en el que la viña pudo desaparecer y fue esa dedicación de cada herreño el que la mantuvo activa.
Sin duda en El Hierro, con esa pronunciada verticalidad característica de su brotación volcánica, cultivar la cepa es toda una heroicidad. Y de eso, de héroes minifundistas que lo siguen haciendo, va nuestro reportaje. De viticultores que cada día desafían los pedregosos caminos, la dureza mineral del suelo, la ausencia de lluvia y las mínimas, oscilaciones térmicas para hacer vinos. Pocos, pero únicos. De esos que no llegan más que a unos miles de botellas en cada añada y que expresan los microclimas de la pequeña isla, las diferentes composiciones de cada terreno creando un puzle infinito de variedades autóctonas de una peculiaridad y un valor irrefutables.
Conducimos por la región de Frontera entre cepas rastreras que se aferran al terreno con uñas y dientes. Sus brazos son largos y leñosos, de una belleza extrema. Recuerdan a las retorcidas sabinas tan icónicas del territorio. El laboreo es una locura, por lo que algunos “entendidos” deciden hacer podas cortas u optan por el parral bajo. Listán negro característico de Canarias, pero también baboso y verijadiego negros. Tintilla, negramol, bastardo negro… Variedades fascinantes que se entremezclan con las de blanco en ese mosaico plurivarietal que es El Hierro, compartiendo territorio con listán o verijadiego blanco, pero también gual, burra, bremajuelo, moscatel o malvasía. Una lista de rarezas que abren el apetito de cualquier catador. Poseer una hectárea en El Hierro es algo muy complicado, atípico. Generalmente son los pequeños productores los que recogen sus uvas y las trasladan a la única cooperativa de la isla, La Frontera. Fundada en 1986, sin duda será la única marca que se puede hallar fuera del archipiélago gracias a su volumen de producción, el 95% del total de la denominación de origen. Entre sus líneas, Viña Frontera y Gran Salmor, que se referencian en las listas de los restaurantes del archipiélago con cierta sensibilidad por ofrecer vinos locales. Las dimensiones y la tecnología de esta bodega contrastan con el carácter manual y casero del resto de las casas herreñas. Entre sus logros, la elaboración de monovarietales de uvas como la baboso blanco con un packaging de lujo y un paso suave por barrica donde nacen las notas peculiares de fruta de hueso y tropical combinadas con las herbáceas nobles; el tinto de vijariego de capa ligera y balsámicos sobre el eterno fondo mineral, y su preciado Salmor, un dulce de uva pasificada elaborado con bremajuelo, gual y verijadiego blanco que alcanza los 50 gramos de azúcares residuales por litro. En el proceso, la decisión de introducirlo en roble durante un mínimo de dos años para aportar complejidad y elegancia. Un juego delicioso que te traslada desde la pasa a las especias con los toques de panadería y de piel de naranja.
Viticultores de El Hierro, pequeños héroes
Subimos a los espectaculares viñedos en el golfo de Uwe Urbach, un bávaro que se enamoró de El Hierro hace ya 30 años. Elabora solo vinos ecológicos y ha conseguido reunir varias parcelas para trabajar bajo los nombres de Temagón y Vino de Gotas. “Esta tierra es muy joven y eso se nota. Toda nuestra viña es tradicional, sin alinear. Aquí no llueve cuando la cepa necesita el agua, por lo que las cosechas son muy cortas y la mata lucha por sobrevivir, por ello separamos mucho el marco de plantación. Con el azufre propio de la tierra volcánica evitamos de manera natural las plagas”, explica Uwe. Con unos terrenos situados a unos 700 metros de altitud y con unas vistas espectaculares al océano, Urbach es el único viticultor ecológico de la isla y para conseguir esta particularidad tiene que manejar su propio viñedo, en Pico Preso, donde el verijadiego blanco se da de manera espectacular. También trabaja con listanes, guales, burra blanca, algo de malvasía y pedro ximénez con una poda distinta para adecuarse al microclima de la zona. “Estoy feliz con esta viña única, heroica, todo en terrazas… Y me permite elaborar vinos muy especiales. Un buen año puedo llegar a 10 000 botellas. Si algún día llego a 20 000 litros podré vivir de esto”, confiesa con su acento alemán.
Más sorpresas en Las Vetas. Nos recibe su enólogo y propietario, Herminio Sánchez, en La Bodega de Maruca y Herminio, una pequeñísima casa elaboradora en la zona de Sabinosa que disfruta con su mujer. Allí producen uno de los vinos místicos de la isla. “Si quieres hacer un gran regalo a un amigo herreño, dale una botella de HM Las Vetas”, cuentan las buenas lenguas. Un ensamblaje mágico de vijadiego, listán blanco y gual en dulce que es pura sensualidad. Quizás sean las 14 horas de insolación diarias las que permiten esa intensa maduración del fruto en la propia cepa. El caso es que está considerado a nivel nacional e internacional como una verdadera joya enológica… Por supuesto, escasa.
Vinos con personalidad herreña
La denominación de origen protegida El Hierro, creada en 1994 y con cerca de 200 viticultores y bodegueros inscritos, permite cultivar 15 variedades de uva distintas en sus tres zonas diferenciadas: El Norte, la más antigua y de clima más moderado, cerca de Echedo; El Golfo, que con sus impresionantes acantilados y una mayor altitud desde Frontera hasta Sabinosa es la zona más cultivada; y El Pinar, la más joven, de fuerte insolación pero con alta pluviometría, favorita para los nuevos proyectos vinícolas.
Podríamos pensar que, dada la dimensión de la isla, están muy cerca y deben de ser parecidas. Pero nada más lejos de la realidad. Las sinuosas y complejas carreteras y la altitud de la isla hacen que lo que a simple vista está a dos pasos, haya sufrido la incomunicación más absoluta en la historia reciente, antes de la construcción del túnel que ha perforado el volcán y ha acercado a los pueblos. Además, las distintas orientaciones y los vientos provocan también una gran diferenciación de climas, lo que convierte a la DO en todo un mundo de contrastes.
Cuando hablamos de los vinos lo primero que destaca de manera general es esa intensa mineralidad que se entremezcla con la fruta. Envejecidos en roble o no, los tintos herreños nos sitúan de inmediato en el volcán y en el mar. Puntas salinas y notas volcánicas se detectan de inmediato, sean cuales sean las variedades o cupajes, los elaboradores o procesos. Y catamos blancos, con potencia aromática y boca untosa, pero con los toques minerales siempre presentes. Huimos de sus semidulces, de enorme éxito en el comercio local, para situarnos en los secos y en los pasificados o vinos de “pata”, francamente enormes.