Un vino blanco fuera de serie
Cata vertical de Chivite en Londres
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La bodega celebra en Londres una cata vertical de ocho añadas de uno de sus vinos emblemáticos, el Chivite Colección125 Chardonnay. J.M.R.C.
“Esta cata ha confirmado que no estábamos equivocados. Se acaba de demostrar que nuestro trabajo ha sido bueno. Ahora hay que seguir apostando por la excelencia”. Las palabras de Julián Chivite rezumaban satisfacción y no era para menos. La cata de ocho añadas del Chivite Colección 125 Chardonnay en Londres, concretamente en el restaurante Hispania que conducen en la distancia Pedro y Marcos Morán (Casa Gerardo), había desatado todo tipo de elogios por parte de los asistentes a la degustación. Los principales medios vinícolas especializados de Europa no faltaron a una cita histórica, uno de esos días que se graban en la memoria de las bodegas y marcan un antes y un después en su trayectoria.
El acto, como no podía ser menos, contó con la presencia del enólogo Denis Dubourdieu, asesor de la familia Chivite en algunos de sus vinos importantes (el tan celebrado dulce de vendimia tardía, por ejemplo) y un profesional que ha demostrado su gran talla en obras maestras como Yquem, Cheval Blanc y vinos de la casa Roederer, entre un total de más cincuenta proyectos asesorados. Dubourdieu, que ejerció como maestro de ceremonias junto a Julián Chivite, aprovechó el evento para ofrecer una breve pero enjundiosa clase magistral sobre ese milagro que consiste en el envejecimiento satisfactorio de los vinos. “El gran vino” –dijo– “es eterno, pero no debemos olvidar que el corcho es un asesino”. Esta sentencia vale como justificación de las muestras presentadas en la cata vertical (añadas 96, 97, 00, 03, 04, 05, 07 y 10), es decir, aquellas que mejor comportamiento aromático y gustativo habían ofrecido una vez abiertas. El resultado fue un auténtico festival organoléptico que confirma la permanencia del Chivite 125 entre los grandes blancos del mundo.
El arte de la complejidadComo suele ser habitual en las catas verticales –aquellas en las que se examinan distintas añadas de un mismo vino–, los catadores no acabaron de ponerse de acuerdo en cuáles fueron las mejores muestras de la degustación. Mientras los partidarios de los vinos más jóvenes ensalzaban la poderosa complejidad de la añada 2007, los apasionados de los blancos con años a sus espaldas celebraban un 97 de nariz inigualable, que se abría progresivamente en una paleta aromática particularísima: hojas secas, tierra fresca, toques de pan tostado y trufas, frutas dulces como el membrillo y la manzana asada… Tampoco se quedó atrás el gran 96, con su magnífico frescor gustativo. Ni el 2004, que comenzó algo reducido y acabó desplegando una gama de matices de elegancia soberbia: toques de cedro, de bálsamos, de grafito…
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